Jorge Mario Bergoglio ha tomado esta semana las riendas de la Iglesia. Además de por el alma de 1.200 millones de católicos, tendrá que velar por las finanzas del Vaticano. No hay ninguna organización con la proyección de la Iglesia, aunque sus cuentas son muy opacas.
The Economist calcula que, sólo en EEUU, la Iglesia gasta al año unos 170.000 millones de dólares . En el año fiscal 2012, Apple tuvo ingresos de 157. 000 millones, y únicamente hay 16 empresas con gastos equivalentes o superiores. Con un millón de trabajadores, es uno de los grandes empleadores nacionales (por detrás de Walmart) y seguramente el mayor a nivel mundial.
El hundimiento del Banco Ambrosiano a principios de los 80 es el gran escándalo económico vaticano, pero no el único. Ettore Gatti Tedeschi, cesado como responsable del Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido como Banco Vaticano, es el protagonista de la penúltima polémica.
En realidad, el IOR es una institución bastante pequeña, con apenas 20.772 clientes (el 68% de ellos miembros del clero), 33.000 cuentas y tan solo 8.200 millones de dólares en activos. Benedicto XVI, que aprobó en 2010 una ley de trasparencia financiera, nombró hace un mes a Ernst von Freyberg para dirigir el banco.
Poco antes, The Guardian reveló que el Vaticano cuenta con un emporio inmobiliario de 500 millones de libras construido a través de paraísos fiscales. En 2011 (y en cuatro de los últimos cinco años), la ciudad tuvo déficit por «la tendencia negativa de los mercados financieros mundiales».
Y por si fuera poco, el Banco Central de Italia ha prohibido pagos con tarjeta de crédito y los cajeros automáticos para evitar lavado de dinero. Caitlin Kenney se pregunta cómo se podría arreglar la situación de la Iglesia si ésta fuera una empresa. Y da algunas ideas.
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[Ésta es una versión ligeramente editada de la Crítica de Ideas publicada hoy domingo en Mercados, el suplemento de economía de El Mundo].