Arde Roma

Pocos espectáculos más fascinantes que la caída de un imperio. El incendio de Roma en la época de Nerón no sólo destruyó casi por completo la ciudad sino que marcó el inicio del declive de una superpotencia que todavía sobreviviría 400 años más.

La decadencia invita a meditar sobre la precaria condición humana: todo es perecedero y mudable, como Heráclito, la tragedia griega y los grandes profetas judíos proclamaron unos cuantos siglos antes del nacimiento de Cristo.

Ernst Jünger escribe que la decadencia forma parte de la esencia de las cosas. Nos ayuda a comprender las contradicciones y nos revela los aspectos oscuros y caóticos del poder. La decadencia es fuente de lucidez.

Resulta, por ello, apasionante contemplar las crecientes llamas en el imperio de Prisa, que ha empezado a arder por sus cuatro costados, como la Domus Aurea de Nerón, construida con paredes de láminas de oro.

Lo mismo que el poder de Roma se extendía por las costas del Mediterráneo desde Hispania a Asia Menor y Egipto, el imperio de Polanco llegó a dominar la prensa escrita, la radio, la televisión de pago, la producción audiovidual e incluso la distribución editorial.

Si Julio César desafío al Senado cruzando el río Rubicón con sus legiones, Polanco profirió su famosa amenaza -«no hay cojones…»- cuando el Gobierno de González amagó con no concederle una cadena de televisión privada.

La herencia de Polanco -como también le sucedió a César- se la disputan hoy unos herederos que carecen de su carisma y su grandeza. El futuro de Prisa es incierto tras la muerte de un patrón al que todos temían y respetaban.

Ab urbe condita Polanco mandaba más que nadie y ponía a los gobiernos a su servicio. Incluso Aznar sucumbió a su poder al propiciar la fusión digital que consolidó el monopolio de Sogecable en la televisión de pago. Pero las cosas han cambiado y el imperio de Polanco se enfrenta hoy a temibles enemigos: la sexta legión que se ha revelado contra el orden establecido.

El resultado de la pugna es incierto, pero por primera vez el ejército de Polanco se enfrenta con un enemigo que pone en peligro su hemegonía en el campo de la izquierda. Y lo que es peor: Prisa ha dado signos de debilidad en esta guerra al arremeter contra Jupiter, el Supremo Hacedor, que ha dejado de estar de su parte.

El espectáculo es fascinante: arde el imperio y las llamas se llevan la arrogancia y los privilegios de sus gobernantes, que creían estar al frente de un reino que iba a durar 1.000 años, como Roma.

Prisa no es una obra divina, es simplemente humana. Por eso, tiemblan sus muros, arden sus columnas y flaquean sus cimientos. Muchos lloraran como Jeremías el triste declive de un poder que traspasó todos los límites. Lamentándolo mucho por los magníficos profesionales que trabajan en aquella casa, yo disfruto con ese espectáculo de fuego y cenizas.

Pedro Gª Cuartango

El Mundo, 21-09-2007

 

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