«Ningún historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido, excepto en el mismo sentido en que los que creen en la veracidad literal de las Escrituras, al mismo tiempo que son incapaces de aportar algo a la teoría evolucionista, no por ello no pueden aportar algo a la arqueología y a la filología semítica.
El nacionalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se pretende. Como dijo Renan, “Interpretar mal la propia historia forma parte de ser una nación”.
Los historiadores están profesionalmente obligados a no interpretarla mal, o cuando menos, a esforzarse por no interpretarla mal. Ser irlandés y estar apegado orgullosamente a Irlanda –e incluso enorgullecerse de ser irlandés católico o irlandés protestante el Ulster- no es en sí mismo incompatible con el estudio en serio de la historia de Irlanda.
No tan compatible, diría yo, es ser un feniano o un orangista; no lo es más que el ser sionista es compatible con escribir una historia verdaderamente seria de los judíos. A menos que el historiador se olvide de sus convicciones al entrar en la biblioteca o el estudio.
Algunos historiadores nacionalistas no han podido hacerlo,. Por suerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidar mis convicciones no históricas».
Eric J. Hobsbawm: «Naciones y nacionalismos desde 1870. Crítica, 1990. Páginas 20 y 21