When he shall die,
Take him and cut him out in little stars,
And he will make the face of heaven so fine
That all the world will be in love with night,
And pay no worship to the garish sun.

William Shakespeare
Scene 2, Romeo and Juliet

La sección de Obituarios es una de las menos conocidas y populares de los periódicos, pero para mí es una de las más bonitas y estimulantes. Yo empecé allí, en 2006, cuando llegué a El Mundo. En Opinión es donde aprendí a editar, a leer con atención y a escribir. O mejor dicho, no aprendí, sino que me enseñaron. Sin Eduardo, mi compañero, supervisor e incansable corrector, ni habría aprendido a moverme por un periódico ni me habrían contratado ni estaría ahora aquí.

Durante más de seis meses lo único que escribí fueron obituarios. Nunca había hecho algo parecido, pero doy gracias. Algunas de las piezas literariamente más hermosas de los diarios se publican en forma de despedidas. Sobre todo en las de personajes menos conocidos, gente relevante, pero no mediática. Poetas, músicos o futbolistas cuyo momento de gloria o fama ocurrió décadas antes. Gente recordada entre sus pares, pero no por el gran público. Si tenéis tiempo, buscadlas, leedlas. No son de las que se suben a las ediciones online, pero merecen la pena.

Tener la oportunidad de dejar en miles de personas la sensación de que conocieron a un líder mesiánico, un físico o al rey de la isla de Wallis es algo realmente fascinante, y al tiempo genera una enorme sensación de responsabilidad. Te hace cuidar al detalle las palabras, la selección de los hechos, la opinión. Sabes que su memoria está en tus manos.

No hay una forma unificada de hacer obituarios. En El Mundo, la sección de Opinión se encarga de ello. No hay redactores especializados, sino que se delega en los compañeros de cada sección del periódico y, sobre todo, en colaboradores especializados. En música, cine, teatro, poesía, historiadores, expertos en alpinismo. Y mucho en los corresponsales en el extranjero. Nosotros publicamos una página de Obituarios cada día, pase lo que pase. Y si hay más de un muerto ‘importante’, hasta dos páginas enteras.

Siempre pegado a la actualidad. Hay veces que para personajes menos conocidos puede retrasarse la publicación hasta un par de semanas, en función de la actualidad y el espacio, pero la norma es clara: cuanto antes. No es siempre así en la profesión. En The Guardian, por ejemplo, es normal ver publicados en el papel artículos sobre personas que murieron un mes o dos antes.

En The New York Times explican ellos mismos cómo funciona la sección: «Obituaries for the Pre-Dead«. Margalit Fox cuenta que son, al menos, seis redactores y un jefe en el departamento, donde tienen cientos de necrológicas ya escritas. Se dedican durante semanas, meses, a investigar sobre personajes, recopilar información e incluso entrevistarlos. Esa parte, explica, es una de las más violentas:

«One of the most stressful aspects of reporting an advance entails, when feasible, telephoning its pre-dead subject for an interview. This is one of the stranger social predicaments in human experience and, trust me, there is nothing in Emily Post to cover it. The midcentury Timesman Alden Whitman, an obituary writer famous for sitting down with his subjects in advance, favored tender circumlocutions on the order of, “We’re updating your biographical file” and “This is for possible future use.” I have used both with a fair margin of success».

Pero así lo tienen escrito, fact-checkeado y editado, y sólo tienen que añadir el cómo, el cuándo y el dónde antes de publicar. Es otro mundo. Tener un equipo de media docena de personas a tiempo completo es impensable en cualquier otro lugar del planeta. Nosotros tenemos hechos bastantes, pero lejos de esas cifras. El 99% son de reacción.

En The Economist es diferente. Son un semanario, y de los obituarios, uno por número, se ocupa siempre la misma persona. Desde 2014, Anna Wroe: «An Interview with Ann Wroe, Obituaries Writer for The Economist«. El personaje se decide el lunes y el martes por la tarde tiene que estar escrito. 36 horas de maratón para condensar la vida de una persona. Que son unas 30 más de las que normalmente disponemos en otros medios.

Harry de Quetteville, Editor de Obituarios del Telegraph, explica en The Art of the Obituary su punto de vista. Y cuenta por qué no es deprimente escribir de los muertos, sino todo lo contrario.

«It is a measure of his achievement that the obituaries page has become such a central feature of so many newspapers around the world. It may be immodest to say it, but I still think that those in the Telegraph are the best. That is because we cherish above all the Massingberd mantra: that in each life, no matter how it’s lived, there is cause for fascination and – often – delight. And that is not depressing, but supremely cheering».

En febrero de 1966, Guy Talese publicó en Esquire un artículo titulado  «Mr. Bad News. A profile of New York Times obituary writer Alden Whitman«. Un texto delicioso, maravillosamente escrito, sobre un periodista tranquilo, que sólo una vez en su vida levantó la voz pero perdió los dientes en una pelea callejera. Un hombre que de forma minuciosa y concienzuda lee la prensa buscando noticias por si un dictador está enfermo, está suscrito a todo tipo de publicaciones y es capaz de recitar la lista de los Papas.

Ya en 1966, el NYT tenía hasta 2.000 obituarios hechos, listos para su publicación, y que eran actualizados de forma periódica. Leed a Talese, porque la pieza es fantástica, sobre periodismo y una forma de trabajar que parece de otra época. O de otro mundo.

Whitman, por ejemplo, se pasó sin dormir la noche después de entregar, a  contrareloj, el obituario de Martin Buber. Fueron 3.000 palabras (en El Mundo tenemos unos 3.000 caracteres con espacios más bien para este tipo de artículos) y él sufrió pensando que había sido una chapuza, que no conocía lo suficientemente bien al personaje y que por la mañana le iban a acusar, con razón, de ser un fraude. Pero pasó todo lo contrario.

A mí me encanta hacer obituarios. De todo tipo. El primero que publiqué, siendo becario, fue el del Doctor Abril «El polémico ginecólogo de las famosas» (sed indulgentes). Y poco después, sobre el Rey de Wallis o Kate Web, una corresponsal de guerra pionera.

Pero hay de todo. Denis Dutton (el Darwin del arte), la economista Rose Friedman, el historiador Manuel Fernández Álvarez, el matemático Vladimir Arnold, Ronald Coase “El último ‘faro’ económico” o Gary Becker,  “Alma de la Escuela de Chicago. Y claro, McCandlish Phillips,  El señor de las palabras o James M. Buchanan. “Gigante del liberalismo”

Con el tiempo he ido puliendo la forma, el estilo. Y algunos de los obituarios de los últimos dos años son mis artículos favoritos, de los que estoy más satisfecho. Son textos personales, incluso íntimos. Que lo deben decir todo sobre el protagonista, pero que revelan mucho sobre el autor.

Por ejemplo,

Christopher Hitchens, El último gran polemista

Albert O Hirshman, “Profesor, soldado, héroe

Jacques Le Goff, El historiador que devolvió la luz a la Edad Media.

Robert Dahl, Prócer de la democracia

Es prácticamente imposible hacer un obituario bueno de un desconocido. De alguien a quien no has leído, escuchado, visto, seguido. De alguien a quien no admiras, amas u odias. No es por la información, que en general ahora es fácil conseguir, sino porque has de contar quién fue, cómo fue, qué lo hizo distinto, importante, único. Has de saberlo antes de empezar. Has de sentirlo antes de empezar. Por eso es más arte que ciencia.Y cuando todo se combina salen las notas más hermosas del mundo.

«The song is ended, but the melody lingers on». Descansen en paz.

Let’s talk of graves, of worms and epitaphs,
Make dust our paper and with rainy eyes
Write sorrow on the bosom of the earth
Let’s choose executors and talk of wills
—Shakespeare, Richard II

——–

Gracias a Eduardo Suárez, Ramón González Ferriz y Agus Morales por los enlaces. Hablamos de este tema en Twitter a principios de septiembre. Y a por el link del Telegraph con el que he actualizado.

Anuncio publicitario