El número de octubre de Letras Libres, revista que ya he recomendado en otras ocasiones, es estupendo. Pero no vengo a hablar de eso, sino a intentar generar un debate sobre el formato, o mejor dicho, la extensión, del texto perfecto.
En la revista hay unos artículos especialmente interesantes. Aparentemente no tienen mucho que ver entre ellos, aunque aborden el mundo de la política y las ideas desde tres prismas complementarios.
El primero es un estupendo ensayo de Mark Lilla titulado La era ilegible.
El segundo es en realidad una entrevista de Ángel Jaramillo a Robert Boyers: “Ficciones para la política”.
El tercero es “Camarada Ana. Antisemitismo y comunismo”, un ensayo del rumano Norman Manea
En la entrevista, Boyers reflexiona sobre el papel de los intelectuales públicos. Su definición es clara: “es alguien que tiene un pie en el mundo de la élite espiritual de una sociedad, pero que es capaz al mismo tiempo de expresar sus ideas ante un público vasto. El intelectual público no solo dialoga con otros intelectuales sino que es capaz de ser interlocutor de una audiencia más amplia. En Estados Unidos yo creo que Christopher Hitchens fue alguien capaz de hacer eso”.
Lo que a Boyers, que edita una revista, le preocupa es que en las últimas décadas, tanto por el lado de la oferta (las publicaciones) como de la demanda (la capacidad o paciencia lectora de los que las compran), los artículos que marcan el gran debate público no son lo suficientemente largos y profundos.
“Una de las revistas más leídas es el New Yorker. Todavía en la década de los noventa la mayoría de los autores del New Yorker escribían textos extensos, a veces académicos, cuya lectura solía ser exigente. Esto, sin embargo, no es posible en estos momentos: el nivel de atención de los lectores ya no es el que era y los editores de la revista han decidido que si quieren seguir siendo influyentes entre el público en general no pueden publicar artículos largos. Probablemente el mejor crítico literario en los últimos veinte años es James Wood. Cuando Wood escribía para el New Republic sus reseñas o ensayos tenían seis o siete mil palabras. Hoy en el New Yorker escribe muy buenos ensayos pero de solo dos mil palabras, extensión insuficiente para la seria discusión de ideas. Lo mismo pasa con quienes escriben los ensayos políticos y sociales para el New Yorker. Este cambio dramático se basa en la idea de que el público en general simplemente no quiere leer ensayos de largo aliento”.
Los entrecomillados no hacen del todo justicia a su tesis, así que recomiendo la lectura de la entrevista entera, que no es muy larga.
Boyers lleva razón en un punto, pero no estoy seguro de que lo lleve en el otro. Es cierto que los artículos son más cortos que antes en general y que quedan pocas publicaciones, con ambiciones más o menos generalistas, que apuesten por algo así. Pero no sé si para discutir ideas necesitas 7.000 palabras. No lo sé, pero sospecho que no.
De hecho, leyendo el ejemplar de Letras Libres, una revista en la que hay textos cortos, medios, largos y larguísimos, y antes de llegar a su entrevista, estaba reflexionando sobre eso. El texto de Lilla, uno de mis autores favoritos y que prefiere el ensayo al libro para expresarse, tiene una extensión de unas 5.000 palabras. Es muy bueno. La primera parte es magnífica, casi perfecta. La segunda, un poco menos.
El artículo de Manea es un maravilloso relato sobre el antisemitismo y el comunismo en Rumanía, con la percha de una mujer excepcional y temible, Ana Pauker. El tema es importante, es un historión, está bien escrito y perfectamente editado. Pero se me hizo interminable, eterno, porque tiene 12.000 palabras, 11 páginas.
Mi capacidad de concentración es diferente, es 2.0. Leo seguramente más palabras por año que en 2004, más que nunca antes en mi vida, pero muchísimos menos libros. Ahora mismo, entre 50 y 60 por año como mucho (aquí está la lista de los últimos dos). Y mientras que con las novelas disfruto igual que antes y no tengo problemas, con los ensayos sí.
Porque me cuesta avanzar 30 páginas sin pararme a comprobar nombres, fechas o buscar contexto. Porque miro el correo o mi TL. Y porque me cuesta mantener la concentración 30 páginas al mismo nivel que cuando estaba en la facultad. Por una cuestión fisiológica, supongo. Por disponer de menos tiempo. Por no ser el leer ensayos mi primera ocupación. Pero también porque la forma (mi forma) de discutir ideas ha cambiado completamente.
Por trabajo, cuando escribo, tengo que hacerlo en un máximo de 500 palabras normalmente. Ya no asisto a tertulias semanales con tres o cuatros para hablar de un tema con calma. Lo he cambiado por debates en emails y, sobre todo, tuits. No discuto sobre ideas profundas por redes sociales, porque no tengo paciencia ni talento, pero sí tengo más acceso que nunca a debates sobre ellas. Generalmente, largos, pero no larguísimos.
No soy un lector medio. Supongo que por cantidad e intereses estoy en un percentil más bien ‘alto’, y si a mí me cuesta, sospecho a que un buen número de no profesionales (profesores universitarios, investigadores, escritores, filósofos) les puede ocurrir algo parecido.
¿Es así? El objetivo de este post es iniciar un pequeño debate sobre ello. No tanto sobre si la capacidad de atención en pantalla o en papel es diferente [I, II y III al respecto], sino sobre la extensión mínima para la discusión de ideas y su debate en publicaciones. ¿Qué os parece a vosotros? ¿Cuánto necesitáis/queréis/soportáis?
————
(Este post tiene 1.000 palabras)
Creo que la extensión ideal de un texto potente está en torno a 2500-3000 palabras. Esta longitud permite presentar un texto sólido, matizado, discutido internamente y espacio suficiente para hacer pensar.
Supongo que al venir de una disciplina, la historia, con tendencia a los textos interminables, asumo que hay que plantearse ejercicios narrativos alternativos.
Un texto de 3000 palabras obliga al autor a condensar su conocimiento, a ejercitar la síntesis crítica y, además, le obliga a pensar en lo que sus posibles lectores quieren o pueden leer. Sintetizar no obliga a empobrecer lo que se escribe, sino que implica generar escritos que son “pildorazos de alta densidad”, que además obligan al lector a pensar.
Un autor que se esfuerza por sintetizar lo que sabe, que piensa en que como hacer mejor el ejercicio de lectura de su producto, y que, a su vez, presenta un producto que favorece que el lector piense es, sin lugar a dudas, un win-win.
Buen debate. Comparto el comentario de Emmanuel. Creo que todo depende del tratamiento del tema y un sentido de justicia del autor para con sus lectores. Y me explico: un texto de 500 palabras puede ser maravilloso por breve y un texto de 5.000 puede serlo por completo. En cualquier caso, los lectores (creo que encajo en el mismo grupo, más palabras menos libros) apreciamos la concisión en todo texto ya que «si es bueno y breve, dos veces bueno» pero somos duros con aquellos que, en la pretensión de ser completos, se dejan algún argumento por el camino. No es lo mismo un análisis del genoma humano que nuestra opinión sobre la rueda de prensa de la Ministra de Sanidad de hace unos días.
Por otro lado, el tema del texto. Pienso que se puede hacer un análisis de una decisión política en pocas palabras pero veo complicado hacer un buen análisis económico en tan poco espacio, aunque solo sea por las correlaciones existentes entre áreas económicas que obligan a analizar causas y consecuencias en muchas áreas diferentes.
Puede haber un truco subjetivamente representativo: si se puede leer en diagonal, si uno se puede saltar «estos tres párrafos porque se nota que no dicen mucho», entonces es demasiado largo. No deja de ser curioso que la red con mayor crecimiento del mundo es aquella que limita nuestra expresión a 140 caracteres…
Saludos
Gracias por los elogios a Letras Libres.
Mi capacidad de concentración ha disminuido: raramente desatiendo del todo el móvil -correo, twitter- y leo -libros, periódicos, revistas- siempre pendiente de lo que pueda entrar por ahí. Hasta hace no mucho no me preocupaba. Ahora sí e intento aislarme más. No lo consigo casi nunca.
Mi extensión preferida ahora misma es la de artículo/ensayo de revista seria: entre las 1000 y las 5000 palabras casi siempre, aunque pueden llegar a muchas más. Creo que ese es el espacio necesario para desarrollar ideas y discutir. Mi sensación además -y esto tiene que ver con el funcionamiento del mundo editorial anglosajón- es que muchos libros de ensayo, incluso algunos muy buenos y que me han encantado -«The Great Debate», «War. What is it Good For?» o incluso «Why Nations Fail»- podrían haber sido ensayos de 10.000 palabras, o libros de 50.000, y que el lector no especialista como yo lo habría agradecido. Sigo leyendo libros largos porque me siento un poco obligado a ello, pero muchas veces me cuesta, y no sé si es por mi menor capacidad de concentración o por el formato que tienen estos libros.
Sea como sea, creo que podría vivir básicamente con una dieta conformada por revistas y periódicos y blogs que publican textos largos/muy largos. He perdido casi completamente el gusto por las «noticias» de un cuarto de página de periódico.
De momento, cierto consenso. Yo sigo pudiendo con libros largos, o muy largos, de ensayo si abordan un tema amplio. Es decir, puedo leer Posguerra de Judt y la extensión me da igual, porque habla de un periodo largo y de muchos países.
Pero efectivamente, para desarrollar una idea como la de Why Nations Fail, o El Fin de la Historia, o El Capital en el siglo XXI, no necesito 700 páginas. 70 me sobran.
¿Por qué esa extensión? Uno de vosotros conoce bien el mundo académico y el otro el de la edición. ¿Lo pide el mercado académico? ¿Lo pide el editorial porque puede pedir 25 euros por 600 páginas pero no por 100?
Yo no tengo una respuesta clara: creo que en USA y UK -y quienes siguen esa forma de periodismo/edición en otros países- quieren exprimir al máximo los argumentos, poner todos los ejemplos posibles para blindar su tesis y mostrar mucha erudición y documentación. A veces consiguen vender mucho, de modo que quizá no sea contraproducente en general. Pero a mí me cuesta, aunque como digo me los acabo leyendo por una mezcla tonta de disciplina y costumbre.
El tema de la extensión es curioso, porque en el mundo académico siempre se están quejando (por lo menos en mi gremio) de que los editores «les recortan» las tesis sólo a 300 páginas, por lo que, una vez más, vemos como la academia opera de espaldas al mercado.
Yo no se si es por cultura lectora, pero ya no sólo me cuesta leer grandes tochos, sino que además me cuesta horrores escribirlos. Puedo tener un volumen enorme de material, pero me siento incomodo planteando escritos leviatánicos. Tener mucho backup de material permite que mis argumentos sean mejores, pero no tiene que determinar la extensión de mi texto.
No obstante, he leído por ahí que esta cierta «infoxicación» y costumbre de leer muchas cosas a la vez y de menor volumen, está reduciendo nuestra capacidad crítica, ¿a vosotros que os parece?
Depende del área de conocimiento que se trate. En mi área hay la tendencia de hacer tesis más cortas. De menos de 200 páginas y además existe la opción de armar una tesis con un mínimo de tres articulos publicados en revistas arbitradas. Si tomamos en cuenta que cada artículo anda en el orden de las 12 páginas, con una tesis de menos de 80 páginas obtienes el título de doctor. Otro tipo de simplificaciones es minimizar el uso de la voz pasiva y manejar más la tercera persona o aún la primera persona para estimular el desarrollo de escritos más concisos y más agiles. El argumento es que «Si no le puedes explicar a tu abuelita lo que estas haciendo entonces no lo entiendes». Y no solo eso, las presentaciones en conferencia internacionales no debe de extenderse más de 10 a 15 minutos con 5 minutos extras para preguntas y se premia aquellos posters concisos y faciles de leer en menos de cuatro minutos.
La incapacidad para leer textos largos, debido a la exigencia de concentración que demandan, es un fenómeno en auge. Ya lo comentaba Carr en 2008: “Desde hace unos años noto que mi mente no funciona como antes. Ha cambiado. Y lo noto sobre todo cuando leo: antes podía sumergirme durante horas en las páginas de un libro. Ahora ya no. Mi concentración empieza a flaquear tras dos o tres páginas de lectura, dejo de seguir el argumento y empiezo a pensar en hacer otras cosas. La lectura en profundidad que antes era algo normal ahora se ha convertido en una lucha.”
Se debe a las conexiones neuronales que creamos cuando acostumbramos a nuestro cerebro a obtener la información en la web y vía pantalla. Nuestro cerebro se adapta al modo en que leemos y, en consecuencia, si leemos mayoritariamente online acabamos creando una serie de conexiones neuronales aptas para la lectura online, pero que nos dificultan la lectura tradicional en papel.
Mi reflexión al respecto en http://rogerdomingo.com/2014/06/12/son-los-libros-tecnicos-las-nuevas-enciclopedias-y-estan-destinados-a-desaparecer/
Muy interesante. La idea de que el cerebro se adapta es claramente intuitiva. Pero no tengo claro qué parte es por adaptación y qué parte por aging.
No sólo tengo menos capacidad de atención que antes, sino de abstracción. En la carrera (hice Historia y Sociología) leía mucho filosofía, metafísica, historiografía y debates de método. Digamos que tenía una alta capacidad de abstracción y que eso se traducían a mi forma de escribir, pero también a la de mirar, en mi cosmovisión.
Con el paro al periodismo lo he perdido. Puede ser en parte porque he sustituido a Foucault y Eliade y Gadamer y Adorno por gente más sensata y que escribe de forma mucho más clara. Puede ser porque al tener que escribir para un público más amplio tuve que aprender a hacerlo, y eso implica cero abstracción y subordinación.
Ahora creo que enfoco más rápido, pero también de una forma mucho más reducida. Y cuando trato de seguir el razonamiento de los ensayos en libro, me cuesta mucho más, porque ya no es mi idioma.
Creo que tienes razón, tu artículo se me ha hecho largo, pese a interesame, vivos en la eclosión del Reader Digest, pero no tengo claro si es bueno o malo, (Punto final),
Me he prometido hablar del formato, pero la cabra tira al monte y diré sólo una cosa sobre la cuestión cerebral (y en términos generales) mi punto de vista está en una combinación entre lo que dice Roger y lo que comentas tú, Pablo: ayuda verlo en paralelo al rendimiento físico.
Con la edad se pierde plasticidad y ‘fondo’, pero siempre pongo como ejemplo a mi vecino, que con 70 años, sigue corriendo maratones.
Pero venía, como digo, a hablar del formato desde mi experiencia en la universidad inglesa. Yo trabajo en psicología y eso es un sesgo importante, pero mi percepción es que existe un «ciclo comercial» que integra el paper, la conferencia, el artículo narrativo largo y el libro como si fueran matioskas. Dar con un tema o argumento mainstream (el típico artículo que entra en el ciclo de noticias) es en parte como encontrar una veta: sabes que hay que aprovecharla y que te vas a hartar de ‘escavar’ en el mismo sitio porque no te van a dejar salirte de él.
Pingback: Esa cosa llamada mindfullness - Dronte
No entro en el debate, simplemente mi alegría por el artículo de Norman Manea; no lo he leído aún, veré si se me hace largo. Lo que sí puedo ratificar es que su libro’El regreso del húligan’ es estupendo y conmovedor, relatando el sufrimiento de los judíos bajo el régimen fascista rumano y posteriormente bajo el régimen comunista.
Pingback: Los libros del año (I) | Maven Trap