
by George Frederic Watts, oil on canvas, 1868
El 5 de febrero de 1881 murió en Londres Thomas Carlyle. Escritor, ensayista, historiador, polemista. Uno de los autores más importantes en lengua inglesa. Lector voraz, pensador original, caracter indomable e insoportable. Un genio, un maestro de las contradicciones.
The Economist lo recordaba hoy con una cita más que oportuna: «It is a vain hope to make people happy by politics». «Vana es la esperanza de hacer feliz a la gente mediante la política».
A España llegó tarde, poco y mal. Lo intentaron, a su manera, Clarín o Unamuno. Pocos lo han descrito mejor que G. K Chesterton: «There are two main moral necessities for the work of a great man: the first is that he should believe in the truth of his message; the second is that he should believe in the acceptability of his message. It was the whole tragedy of Carlyle that he had the first and not the second».
Chesterton, demoledor en en análisis de las flaquezas de Carlyle, como su ridícula defensa de la esclavitud, sabe ir al corazón. «The supreme value of Carlyle to English literature was that he was the founder of modern irrationalism; a movement fully as important as modern rationalism. A great deal is said in these days about the value or valuelessness of logic. In the main, indeed, logic is not a productive tool so much as a weapon of defence. A man building up an intellectual system has to build like Nehemiah, with the sword in one hand and the trowel in the other. The imagination, the constructive quality, is the trowel, and argument is the sword. A wide experience of actual intellectual affairs will lead most people to the conclusion that logic is mainly valuable as a weapon wherewith to exterminate logicians».
Carlyle debió ser una persona insoportable. Amargada por dolencias estomacales durante su vida, por una situación económica delicada. Aquejado de disgustos tan insoportables como cuando una de las criadas de John Stuart Mill tiró a la chimena la única copia disponible del primer volumen de La Revolición Francesa, obra que un apurado Carlyle envió al economista para recibir su bendición y que tuvo que reescribir prácticamente de memoria desde el inicio.
Como historiador es uno de los padres y de los responsables decimonónicos de esa idea de la Historia como sucesión de biografías de los grandes hombres. Estadistas, profetas y guerreros. «No great man lives in vain. The history of the world is but the biography of great men».
Una idea, una cosmovisión imperante contra la que mucho tiempo después se revolverían afortunadamente marxistas británicos por un lado y los de Annales por el otro.
Como persona…»No one would have found it easy being married to Thomas Carlyle» escribe Kathryn Hughes en la reseña de Thomas and Jane Carlyle: Portrait of a Marriage, publicado por Rosemary Ashton hace casi 15 años. «In a period that specialised in spectacularly unhappy celebrity marriages – the Ruskins, Dickenses and Thackerays – the Carlyles still managed to take the prize as the couple least likely to endure. That their union, unlike these others, ended in neither divorce nor madness says a lot for their need to stick together, hurting and being hurt, until the end came in 1866, with Jane’s death at 64».
Por cierto, ¿recuerdan la definición de la economía como «dismail science»? Sí, la ciencia lúgubre. Viene de Carlyle, y precisamente sobre esclavitud, cuando sugirió recuperarla para estabilizar el mercado laboral en las Indias Occidentales.
Es difícil imaginar hoy a Carlyle, un eco de la antiguedad. En su físico, sus palabras, en ese anmodernismo que hacía las delicias de Isaiah Berlin. En su relación con Herzen, el gran amateur. Esa ira, ese desprecio del cambio, ese decoro religioso y conservador. Esa fatal arrogancia cargada de pesimismo «Every pitifulest whipster that walks within a skin has had his head filled with the notion that he is, shall be, or by all human and divine laws ought to be, ‘happy'».
También es complicado comprender y contextualizar esa potencia, esa capacidad de trabajo, esa fuerza lectora, ese dominio del lenguaje. Esa sensibilidad en los ensayos sobre Robert Burns o en el recuerdo de su mujer tras su muerte, esos bosquejos biográficos que tan bien hacía (página 231 y posteriores). A pesar de que no se querían, tal y como lo entendemos. De que él flirteaba con Lady Ashburton y ella lo hacía casi abiertamente con Mazzini.
En sus poemas y la influencia de Tennyson. En su visión de Dios y de la religión, de la costumbre y el orden. En el placer estético del lenguaje, en el honor de la palabra.
Hoy he leído el artículo que publicó The New York Times el 6 de febrero de 1881, el día siguiente a su fallecimiento. Es una obra de arte. Sin exagerar. Uno de los mejores artículos que he leído en mi vida en un periódico. Un texto larguísimo, en esos formatos infames e infernales. Arrancando en portada, larguísimo, erudito y profundo. Escrito con un estilo delicioso, perfecto.
Un obituario, una crítica, un análisis de su importancia en el altar de la laiteratura británica. Con la cara y la cruz, los méritos y los deméritos. Un texto sin firma, cuidado, trabajado y extremadamente documentado. Capaz de citar Die Welt als Wille und Vorstellung de Schopenhauer (¡en alemán!), el contenido del Sartor Resartus, la relación del autor con Ralph Waldo Emerson o deliciosas anécdotas como cuando Dickens le pidió algo de bibliografía para su ‘Historia de Dos Ciudades’ y le envió un carromato cargado de volúmenes en cinco idiomas.
El texto del NYT es espectacular. Con partes asombrosas. «If he was unjust, he was intrepid; if he was intolerant, he was exalted; is he was unsympathetic, he was loyal to his convictions».
Por desgracia no tengo un enlace directo al texto. La pieza está en la times machine del periódico, para suscriptores sólo, con un formato parecido a PDF muy incómodo de leer y de reproducir. Pero animo a todo el que pueda a buscarlo y leerlo. Es lo que yo quiero encontrarme en los medios. Es lo que pagaría por leer. Es lo que mataría por escribir.
Haz clic para acceder a thomascarlyleses00carl.pdf
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Como dijo Carlyle, y bien vale para el periodismo, the merit of originality is not novelty; it is sincerity».