scalia pipa Lana Harris/Associated Press

Pasé el verano de 2005 haciendo unos cursos de Ciencias Políticas en una universidad norteamericana. Las asignaturas, de nombres neutros y genéricos como Introduction to American Politics y American Political Theory,  escondían cargas de profundidad y mucho trabajo. Mucho más del que tuve nunca en Madrid.

En una de esas clases nos pedían un ensayo semanal. Un paper corto, de máximo cinco páginas. Cada vez con una temática diferente: un bosquejo de algún miembro poco conocido del Congreso, un análisis de la génesis de una ley polémica, una reflexión sobre el impacto de un acontecimiento histórico sobre el sistema político o un ensayo sobre un magistrado del Supremo. Mi elección de ese verano, para este último paper, fue el juez Antonin Scalia, que murió el sábado a los 79 años.

¿Por qué Scalia? Seguramente por el impacto de Supreme Confidence. The jurisprudence of Justice Antonin Scalia, el brutal perfil que Margaret Talbot publicó en The New Yorker pocos meses antes. Por su peso, su carácter. Porque a veces, como ha escrito un biógrafo suyo, el Supremo parecía el tribunal de un solo hombre.

El Tribunal Supremo norteamericano siempre ha ejercido una poderosa atracción. Una institución casi hermética en muchas cosas y tan abierta y transparente en otras. Supongo que, como tantos otros, yo llegué a ella, a su relevancia, a través de Oliver Wendell Holmes. Y probablemente llegué a Wendell Holmes a través de esa maravilla de libro que es El club de los metafísicos, de Louis Menand, que la relata la época de los John Fiske, Francis Ellingwood Abbot, Charles Peirce, Nicholas St. John Green y desde luego William James.

En ese curso de verano leí en profundidad sobre el Supremo, sobre la importancia dentro del sistema político norteamericano, sobre los debates del Senado. Sobre cómo en 1803 John Marshall, presidente del Tribunal, en un gesto histórico, convirtió la disputa entre el nuevo vicepresidente del país (Madison) y un juez nombrado por el Gobierno saliente de John Adams (Marbury), en una forma astuta de convertir al Supremo, tribunal de última instancia, también en Tribunal Constitucional.

En 2005 Scalia llevaba casi 20 años como juez del Supremo, y era, intelectualmente, el más interesante y estimulante de todos los magistrados. Fue nombrado por Reagan y era la figura más poderosa del originalismo, que, muy simplificado, es una teoría y una forma de analizar la Constitución, y en consecuencia de ejercer como magistrado, sobre el significado original de la Carta Magna. Sobre lo que pone y lo que quisieron hacer los redactores. Para bien o para mal. ¿Algo está obsoleto porque han pasado dos siglos y medios? Pues quizás, pero si quieren que yo interprete la Constitución de otra manera, cambiénla. Hasta entonces, decidiremos con lo que hay, venía a decir.

«Words do have a limited range of meaning, and no interpretation that goes beyond that range is permissible», una frase que resume perfectamente su cosmovisión legal.

supreme courtEsta foto la hice en una de las visitas al Supremo, hace cuatro años.

Hay una enorme, inabarcable, bibliografía para entender el Supremo y a Scalia. En 2008, Jeffrey Toobin publicó The Nine: Inside the Secret World of the Supreme Court, que es un relato magnífico e interesantísimo. Una aproximación idea para los que no somos expertos ni abogados. Un trabajo periodístico de primer nivel, incluso mejor que el entretenidísimo The Brethren: Inside the Supreme Court, de Woodward y Scott Armstrong. De obligada lectura para entender la institución y sus tentáculos. Su independencia y todas sus dependencias.

Piensen en el Supremo como un órgano indispensable, formado por nueve magistrados con cargo vitalicio. Los nombra el presidente del país, pero deben recibir la aprobación del Senado. Y por eso las batallas han sido, son y serán feroces. Obama ha dejado claro que pese a estar en sus últimos meses va a hacer un nombramiento, pero el control del Senado no es Demócrata así que va a tener serios problemas para obtener luz verde a un candidato. Pero una vez elegidos, ya no responden ante nadie. No son cesados, ni reciben presiones políticas. Y aunque las reciban, no sirve de nada. Cuando toca decidir si una ley es constitucional o no (desde la pena de muerte al aborto pasando por el derecho a portar armas o el matrimonio homosexual), todo queda en última instancia en las manos de esas nueve personas. Un poder inmenso.

Irónicamente, y a pesar de sus probadas credenciales conservadoras, el senado votó 98-0 a favor de Scalia en el 86. De hecho, un más joven Joe Biden, ahora vicepresidente de Obama y entonces responsable del Comité Judicial del senado, afirmó en 1993, duante las audiciencias para la confirmación de Ruth Bade Ginsburg, la candidata de Clinton para una vacante abierta, lo siguiente: «the vote that I most regret of all 15,000 votes I have cast as a senator” was “to confirm Judge Scalia” — “because he was so effective».

Elegir un candidato (cuando mueren o se jubilan) es una oportunidad que todo presidente trata de aprovechar al máximo, porque puede romper o cambiar un equilibrio entre las fuerzas ‘progresistas y conservadoras’, si me permiten la frivolidad.

Un ejemplo: hasta la muerte de Scalia el tribunal lo formaban él mismo (conservador, nombrado por Reagan), Clarence Thomas (conservador, George H. W. Bush  ), John Roberts (conservador, George W. Bush), Samuel Alito (conservador, George W. Bush), Ruth Bader Ginsburg (progresista, Clinton), Stephen Breyer (progresista, Clinton), Sonia Sotomayor (progresista, Obama), Elena Kagan (progresistta, Obama) y Anthony Kennedy, nombrado por Reagan y que es el swing vote en buena parte de las decisiones de 5 vs 4, alineándose a un lado u otro dependiendo del caso.

En la práctica, cuatro a un lado, cuatro al otro y uno, como en el pasado Sandra Day O’Connon, oscilando y siendo el elemento clave.  Llevando la reducción casi hasta el absurdo, el aborto es siempre el elefante en la habitación. Roe v. Wade es EL CASO, lo que siempre planea de fondo al nombrar jueces y debatir. Después, armas, derechos civiles y financiación de partidos.

Obama lo tiene complicado, pero mirando los datos desde el año 1900, cuando le toca a un presidente hacer un nombramiento en año electoral, pese a todo, lo suele acabar logrando.

Toobin,  periodista de The New Yorker, escribió el domingo sobre cómo Scalia cambió para siempre el tribunal: How Scalia Changed the Supreme Court.Lo pone al nivel de Marshall, Wendell Holmes o Brennan. Explica cómo cuando llegó en 1986 la corriente dominante de interpretación constitucional era la living Constitution y cómo él logró meter el originalismo y reforzarlo.

Scalia fue mucho más importante por sus opiniones en solitario, discrepando, que en las mayorías. El célebre y siempre interesante juez Posner es igual de tajante: «(…)Scalia, because he is a “character.” He is also the most influential justice of the last quarter-century, his influence ramifying far outside the Court; but that is not the basis of his media celebrity».

Es cierto, dice Toobin, que Scalia nunca logró la mayoría que ansiaba en los temas que más le podían preocupar, como el aborto o poner más limites o terminar con la affirmative action. Pero su enorme presencial intelectual sirvió para que el textualismo sea ahora algo asumido por muchos magistrados. Así como el originalismo es polémico y marginal en la Corte, al menos ahora, el textualismo, en el sentido de que «al interpretación la Ley, el Tribunal no debería mirar a la historia legislativa o las ‘intenciones’ de los legisladores, sino a las palabras de la ley y nada más», no.

Scalia, brillante alumno y respetado profesor, era conservador y un devoto católico «and being a devout Catholic means you have children when God gives them to you, and you raise them». Y por eso tuvo nueve. Sus opiniones en general dan muestra de ello y nunca se escondió: «“I don’t like scruffy, bearded, sandal-wearing people who go around burning the United States flag. He is a very conservative fellow», decía de sí mismo en tercera persona.

De la vieja escuela, religioso, amigo de Republicanos como Dick Chenney. Tenía sus ideas políticas clarísimas y nadie podía llevarse a engaño, tras trabajar en las administraciones de Nixon y Ford. Un historial, una ideología y unas preferencias que no le impidieron, por mucho que le doliera, votar en 1989 en contra de criminalizar la quema de la bandera del país, algo que veía como claramente protegido por la Primera Enmienda. O ponerse de parte de los acusados cuando hay dudas en la redacción de un texto.

Adam Liptak (ojo a Liptak y su carrera antes de empezar a cubrir el Tribunal Supremo) ha escrito su obituario en The New York Times, del que he sacado algunas de las citas anteriores.

Scalia sabía ser agresivo, incisivo, hiriente, faltón. En sus comentarios y en las sentencias. Sobre sus rivales y sus potenciales aliados, sin morderse la lengua. Cuando escribía las opiniones de la mayoría o cuando publicaba su voto separado en minoría. Era arrogante y complicado. Feroz con los cercanos pero amable con los becarios. También era divertido, el más divertido de todos los jueces, según un estudio académico que midió el número de carcajadas durante las audiencias orales.

Scalia estaba más pendiente más de las ideas que de los apellidos que las respaldaban.Hasta el punto de pedirle, de forma indirecta, a Obama que mandara a alguien mucho más a la izquierda para ocupar un asiento a su lado, según asegura David Alexrod.

Supreme_Court_US_2010

Fue amigo íntimo de Ruth Ginsburg, la más izquierdista de todas las jueces del Supremo, con la que pasaba Año Nuevo y se iba de viaje o a la ópera, su gran pasión. Ella emitió un comunicado el fin de semana en su memoria:

«Toward the end of the opera Scalia/Ginsburg, tenor Scalia and soprano Ginsburg sing a duet: ‘We are different, we are one’ different in our interpretation of written texts, one in our reverence for the Constitution and the institution we serve. From our years together at the D.C. Circuit, we were best buddies. We disagreed now and then, but when I wrote for the Court and received a Scalia dissent, the opinion ultimately released was notably better than my initial circulation. Justice Scalia nailed all the weak spots—the “applesauce” and “argle bargle”—and gave me just what I needed to strengthen the majority opinion. He was a jurist of captivating brilliance and wit, with a rare talent to make even the most sober judge laugh. The press referred to his “energetic fervor,” “astringent intellect,” “peppery prose,” “acumen,” and “affability,” all apt descriptions. He was eminently quotable, his pungent opinions so clearly stated that his words never slipped from the reader’s grasp (…) It was my great good fortune to have known him as working colleague and treasured friend»

Cass R. Sustein, amigo cercano, ha escrito sobre él en Bloomber View: The Scalia I Knew Will Be Greatly Missed. Evoca su humor, su cercanía, su generosidad. Su amor profundo por la Constitución y el Imperio de la Ley. Asegura que está entre los tres mejores escritores que ha tenido el Tribunal, y de los más profundos. Capaz de titular un ensayo The Rule of Law as a Law of Rules y arrancarlo con citas de Paine y Aristóteles (por cierto, merece la pena leerlo)

En el NYT, Highlights From Justice Antonin Scalia’s Opinions, párrafos que dan contexto a sus ideas. Incluyendo el caso más famoso, la sentencia de 2008 de Columbia vs Heller que sirve de base una poderosa interpretación de la Segunda Enmienda y el derecho a llevar armas. En Politico, The 11 most memorable Scalia quotes.

Talbot, que lo conoció bien, reflexiona ahora sobre su legado en Postscript: Antonin Scalia, 1936–2016, donde cuenta sus conversaciones con él, una cercanía que le sorprendió y destaca la relevancia de su obra en la sombra.

Robert Shapiro es más crítico y tiene un enfoque interesante: Scalia estaba más interesado en ser un líder que en tener seguidoers: Justice Antonin Scalia: more quotable than influentia.  «Scalia’s victories were limited. His style did not always ingratiate him with potential allies on the court. He did not mince words, and he attacked the opinions of other justices, liberal and conservative alike, with unusual ferocity».

Para Shapiro, que trabjó con Stevens en el Supremo y conoció por dentro a Scarlia, «he changed how advocates and judges talk about statutes, but not how they ultimately interpret them». «His lasting influence will be found in admirers off the court, not in adherents on the bench. He was the champion of a movement that achieved many of its goals but did not succeed in fundamentally reshaping the law in the United States.»

Pase lo que pase ahora, tanto si Obama logra un sustituto como si no, el tribunal se va a escorar hacia la izquierda. Es poco probable que alguien de un perfil tan marcado y con tanta personalidad pueda llegar al Supremo a corto plazo. Que alguien tenga tanta fuerza y una visión legal tan personal.

History is a gallery of pictures in which there are few originals and many copies, dijo Toqueville. Scalia era uno de los originales, y valga el juego de palabras. La fuerza de su legado la vamos a poner a prueba a partir de ahora. Obama tiene la pelota.

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