La semana pasada murió Vittorio Sermonti. Tenía 87 años y fuera de Italia era un gran desconocido. Escritor, director de teatro, actor, narrador, traductor, periodista a ratos y sobre todo profesor, fue el hombre que sacó a Dante de la oscuridad y lo llevó a las casas de millones de personas en unas larguísimas y legendarias lecturas de la Divina Comedia.
Sermonti no era el mayor especialista en al figura del poeta florentino. No era Sapegno, su gran maestro Contini, Segre o Franco Zeffirelli, ni erudito e innacesible como Auberbach, pero entendía y amaba el texto como ellos y acabó siendo el más conocido y seguramente respetado entre el gran público.
Lo escuchó por primera vez de pequeño, en el salón de casa, en verano, cuando su padre se lo leía en voz alta y se lo explicaba a sus hermanos mayores en la sobremesa. «Le cicale concertavano nel fico, Il fumo della Macedonia di mio padre sbandava rampicando per l’aria, le nostre motosiluranti solcavano invitte il golfo della Sirte, e io, praticamente, non capivo nulla».
Sermonti, amigo de Pasolini, Bassani, Parise, Garboli, Gassman, Carmelo Bene, hizo que Dante fuera atractivo y accesible con unas lecturas himnóticas, una cadencia perfecta y emocionante.
Su voz se convirtió en la del Sommo Poeta, haciendo realidad su sueño, el de «permitir a cualquier italiano, dotado con una cultura media, inteligencia y un poco de pasión recorrer el libro más grande jamás escrito en italiano sin interrumpir continuamente la aventura» para marearse con las miles de ideas, detalles y teorías que inundan los pies de página de la mayoría de las ediciones.
La Divina Comedia es un libro complicado, duro. Los versos más hermosos que se han escrito, la perfección pura de un lenguaje propio y digno del paraíso, transportan un texto erudito, denso, cargado de nombre, disputas, historia y mito. La Commedia no es un libro fácil, pero Sermonti lideró la Reforma para permitir que la palabra del poeta llegara, sin intermediarios, a los italianos.
En Italia, Dante es Dios. La Divina Comedia se lee, se explica, se interpreta y se estudia. Se escucha hasta en el espacio. En mi colegio teníamos una asignatura específica sobre ella. No era parte de Literatura ni de Lengua. Era la asignatura «Divina Comedia». Tres cursos completos, desde Seconda a Quarta Liceo. Verso a verso, palabra a palabra. Si tenias la suerte de tener a un genio como profesor, y yo la tuve, aprendías más en esa hora semanal que en el resto de tu vida. Miles de historias, de nombres, de odios y rencores. Amores sin par, como el de Francesa y Paolo. Aprendías sobre la Cábala, sobre imperios, sobre libros y pecados.
Sermonti logró devolver el foco a las palabras y el sonido, al mensaje y su contexto. Y triunfó. Y se lo quiso quedar sólo para él.
Logró la combinación ideal entre divulgación y profundidad, entre un análsis fino e incisivo y una explicación capaz de convencer a los profanos. Con una pasión patente y una voz espectacular. Y fijó un límite, la frontera entre lo admisible y la frivolidad, uno tan arbitrario como cualquiera, dentro de los cánones y aceptado por los sabios.
«Dante è duro e severo e per affrontarlo e farlo capire bisogna essere duri e severi». Dante es duro y severo y para enfrentarse a él y hacer que se entiende hace falta ser duros y severos», afirmaba en los últimos años.
Cuando Roberto Benigni lanzó su espectáculo sobre Dante y la Commedia, Sermonti lo recibió bien, con entusiasmo. En 2002, cuando el cómico llevó el Paraiso a la Raiuno, Sermonti dijo que estaba «totalmente a favor de este tipo de divulgación. Más allá de la extraordinaria fuerza comunictiva, lo que me gusta de Benigni es que su lectura de Dante lo traiciona, lo desnuda. Y esto es algo grandísimo. Porque uno sólo se puede medir con Dante arriesgándose al ridículo. Es igual en mi caso: sé que tengo que arriesgarme al ridíciulo».
Con el tiempo, el profesor cambió de opinión. Benigni triunfó y se convirtió, para los italianos y las nuevas generaciones, en la voz y el alma del Sommo Poeta. Sus espectáculos, porque eso son, congregaron a más de 10 millones de personas ante la televisión para hablar de una obra de principios del siglo XIV, escrita en un italiano arcaico de difícil comprensión. Sobre un mundo ajeno y antiguo, lleno de teología y disputas medievales.
Benigni triunfó y Sermonti cambió de opinión. Acusó al actor de «banalizar a Dante», y, tristemente, aseguró que «para leer a Dante hace falta un escritor, no un actor, que por muy inteligente que sea y preparado que esté, tiene la tendencia a leer el texto de la mejor forma posible (…) Benigni es un ejemplo emocionante (…) su forma de abordar a Dante es divertida, pero no se pueden decir bravuconaas y obviedades como señuelo para atraer al público. No es un buen serivicio al Poeta y tampoco para los oyentes. Dante es duro y hace falta dureza para entenderlo. Es una operación delicadísima que no se puede hacer así como así».
Sermonti rescató al Poeta y lo amó tanto que lo quiso volver a encerrar para que no se estropeara y pervirtiera, para que volviera a las aulas y a los especialistas, a los filólogos y el pequeño círculo de dantistas profesionales.
En Italia la Commedia es un tema sagrado que despierta odios atávicos y furia entre los especialistas. Hay una web dedicada a recoger los testimonios de los puristas contra Benigni.
Yo soy muy partidario de sus espectáculos, recitando a Dante o hablando de los 10 mandamientos o la Constitución. Su puesta en escena, su pasión, su velocidad, son una obra maestra que divierte, toca e invita a la lectura. Benigni ama al Poeta y contagia su pasión y reverencia. Lo traiciona, lo desnuda, lo interpreta, lo estruja. Y saca lo mejor de él.
Yo amo la Commedia. La he leído incontables veces y leo todo lo que cae en mis manos sobre ella y su autor, incluyendo análisis impenetrables como el de Auberbach (disponible alguno en Acantilado) . Y cuando escucho recitar «lo maggior corno della fiamma antica», con la voz de Benigni o la de Sermonti, cuando pienso en Levi o Mandelstam, cuando leo l’orazione picciola, y recuerdo que fatti non ‘fummo’ a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza, me emociono y se me pone la carne de gallina.