Iba a comenzar diciendo que 2017 ha sido un extraño, pero es bastante absurdo. Todos son extraños ya. Incluso si hago referencia únicamente a los libros. Lo mismo que me ocurrió el año, exactemente lo mismo, se ha repetido punto por punto y casi fecha por fecha. Como un mal chiste.
Al empezar enero, Méndez me salvó. Tras cuatro meses sin doblar una página me regaló “The Secret Race: Inside the Hidden World of the Tour de France“,, las memorias de Tyler hamilton. Le di una oportunidad, forzando, en el avión de vuelta a Bruselas ya no paré. En los ocho primeros meses del año leí casi 70 libros. La carga de trabajo fue inmensa en varios momentos, pero apenas hacía otra cosa. Sacrifiqué (no es el verbo adecuado, porque no fue sacrificio real) las horas de otros hobbies, apenas encendí la televisión y sólo respeté el tiempo de hacer deporte.
Pero, igual que en 2016, algo paso al volver de verano. Bloqueo lo llamé la primera vez. No sé cómo calificarlo ahora, pero el resultado fue el mismo. En el último cuatrimestre sólo he leído dos novelas, ambas en aviones largos. Nada más. Ni ensayos, ni apenas revistas. He abandonado las Lecturas de Domingo temporalmente porque no leó un reportaje largo desde hace medio año. Y el último post del blog es de agosto.
Buena parte ha sido por trabajo. La crisis catalana llegó de lleno a mi patrio trasero y durante semanas no hicimos otra cosa que refrescar twitter, perseguir sombras y escribir a destajo. No exagero y no me pasó sólo a mí ser incapaz de empezar algo.
Es curioso porque sí desconectaba, pero el cuerpo, la cabeza o el bloqueo me pedían series, películas, vídeos de Youtube, carreras por el parque y otras mil cosas, pero no leer. Incluso le fallé a R, en algo muy simple por la incapacidad, el miedo o no sé qué.
Pero en fin. Afortunadamente los primeros meses dieron para mucho. Y disfruté aún más. Esta lista no va a ser muy original porque en verano ya hablé de ellos.
“Manual para mujeres de la limpieza“, de Lucia Berlin. Seguramente el que más me ha impresionado, impactado y gustado. Brutal, desgarrador, honesto, intenso y doloroso. Relatos de una mujer fuerte, formidable, con extraordinario talento y decenas de fantasmas. Brillante, creativa, alcohólica, destructiva. Apasionada y llena de amor. Con una capacidad única para dibujarse y dibujar lo que ve. Para llegar realmente dentro en su introspección y explicarnos cómo funciona y se construye y destruye el miedo, la soledad, la pobreza, las familias, las emociones.
“El quinto en discordia“, de Robertson Davies. Extraordinaria novela. Me deslumbró. Era un poco escéptico en las primeras 100 páginas, bien escritas pero sin llevarme a ningún lado. Y, confieso, un poco más aún cuando sale el tema de los santos, un hilo narrativo muy peculiar, exigente, con el que es fácil desconectar o perderse. Pero la profundidad de los diálogos, de los discursos, de las dudas de los personajes. La increíble charla entre el santo y el demonio, y las últimas doscientas páginas en general hacen que merezca absolutamente la pena. Entiendo que es algo complicado, denso. Difícil. No es ‘mi estilo’ en realidad, pero tampoco lo era Peste y Cólera de Deville y fue lo mejor de 2016.
“Tantos días felices“, de Laurie Colwin. Al terminarlo pensé que necesitaría escribir un libro para explicar realmente por qué me gustó tanto el libro de Colwin. No es fácil. Ni siquiera estoy muy seguro más de medio año después cuando pienso en él. O no estoy seguro de atreverme a decirlo. La trama no tiene mucho misterio. Guido y Vincent son amigos desde niños y estudian en universidades de élite. Al principio uno quiere escribir poesía y el otro ganar el Nobel de Física. Jóvenes, ricos, guapos, despreocupados. Nada especialmente original.
La fuerza del libro está en ellas, las protagonistas y lo que representan en un mundo que cambia a toda velocidad. La editorial define a Holly como “extravagante”. A Misty, como “misántropa terrible”. Holly vuelve loco a Guido, enamorado hasta las trancas pero tradicional. ncapaz de entender que ella de golpe necesite desaparecer, alejarse de él, de su vida, e irse a Francia o a un retiro. O que ella decida cuándo tener un hijo y cómo.
Misty es la némesis. La que debería volver loco a Vincent por su carácter complicadísimo, su miedo atroz, su independencia, su potente fragilidad, su frialdad y su agresiva falta de cariño y empatía. Pero ocurre todo lo contrario. Él, alegre y optimista indestructible, lo lleva con increíble (de que no te la crees) paciencia.
El libro en realidad es una bofetada a todos los que somos Vincents y Guidos y nos guiamos por esos clichés y esas normas. Los que vemos las relaciones sólo y siempre desde su punto de vista y desde un punto de vista socialmente aceptado y aceptable. Los que nos sentimos atraidos por la novedad pero desde el primer día queremos ir modificando, modulando, amasando y acercando a nuestro molde a esos espíritus libres. Tantos días felices, de una manera brillante, a través de las relaciones de los cuatro personajes y varios secundarios (la estudiante brillante y casi autista, el tío estafador y la tía actriz) teje una red de sentimientos e ideas en defensa de la libertad, la individualidad y la falta de reglas. Contra la convención, los moldes. En favor, defensa, de cierta idea de amor. Muy alejada de Holywood, de lo romántico, de lo tradicional. A pesar de que no puede haber nada más tradicional, típico y clásico que esas dos parejas, esos cuatro personajes, esas escapadas, cenas. Porque no puede haber nada más atípico, rompedor, que los sentimientos y encajes que propone.
Hace poco, leyendo sobre Carl Schmitt, decían que tanto él como Leo Strauss usaban a otros pensadores para explicar su cosmovisión. Uno no los lee sobre Maquiavelo o Donoso Cortés para aprender sobre el italiano y el español, sino sobre Schmitt y Strauss. Al terminar, me queda la sensación de que uno no lee a Colwin para aprender sobre ella o sobre sus personajes, sino sobre nosotros mismos cuando chocamos contra ellos. Y funciona, vaya que su funciona. No he aprendido más de mismo y mis limitaciones en otro lugar.
“Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente. 1900-1914“, de Philipp Blom. Maravilloso. Una obra extraordinaria. Un repaso detallado, profundo, elegante y hasta hermoso de tres lustros que cambiaron el mundo. Bloom cree que el hecho decisivo en el cambio del continente no es, no fue, la Guerra y que los factores que ayudan a entenderlo se remontan algunas décadas atrás. La tesis de cómo se puede ver la quiebra en el arte, la literatura, la ciencia, la historia y la política está muy bien hilada. La teoría sobre el auge de la violencia, el machismo y cómo la tecnología descoloca al hombre y éste responde de la peor manera. A ratos la cantidad de autores y obras citadas puede abrumar, pero no desgasta. No es un name dropping frívolo. Hay capítulos (los iniciales) por países o ciudades que sientan muy bien las bases, cada uno con sus particularidades. Uno termina las casi 550 páginas encantado y con la sensación de que comprende mucho mejor el siglo XX, el XIX y las fracturas de Europa. Nada más terminarlo compré del mismo autor Encyclopédie y La Fractura y los he traído en las vacaciones para que sean lo primero de 2018.
Muy relacionado pero con un enfoque completamente diferente, Rites of Spring: The Great War and the Birth of the Modern Age es una historia cultural de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias. Una historia que arranca en París con el impactante estreno de La consagración de la primavera y la llegada entre cientos de miles de personas de Lindbergh. Un cambio de siglo y de era. De paradigma, marco y referencias. De la llegada del soldado moderno no «solo como presagio sino como agente mismo de la estética moderna, progenitor de la destrucción pero también encarnación del futuro».
Eksteins, canadiense de origen letón, explica cómo cambió Europa en unos pocos años y por qué. «Un libro sobre muerte y destrucción». Un drama en entres actos que acaba en Berlín en 1945 con bailes en el búnker de Hitler. Del arte total a la guerra total. Una tesis interesante y polémica sobre el papel de los artistas en lo que vino después con la ruptura de los moldes, de las costumbres, de la cultura burguesa. Muy recomendable.
“La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt“, de Andrea Wulf. Magnífico, aunque algo desigual. La primera mitad es buenísima. El relato del viaje de Humboldt por América es excepcional, interesantísimo. Bien contado, enormemente documentado. Un ritmo perfecto que me recordaba pasajes de mi (favorita) Hacia los confines del mundo. Luego se vuelve algo más lento, un tanto disperso y menos sorprendente, seguramente porque ya conocemos mejor al protagonista y sus extravagancias. Un muy buen relato sobre la vida cultural del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, de esa especie de Mundo de Ayer con científicos (naturalistas) viajando libre y constantemente, colaborando entre ellos. Con la capacidad de residir en París con sueldo oficial, incluso estando en guerra los países.
“On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth Century!», de Timothy Snyder. Un panfleto corto, intenso, nacido de la rabia y la preocupación Un ensayo magnífico que no pretende ser historia. Snyder, uno de los historiadores más exitosos de la última década, no tiene miedo de remangarse. Y sus lecciones son para hacerse un tatuaje. Lecciones esenciales para sobrevivir en el siglo XXI, o mejor dicho, para que las libertades que conocemos y disfrutamos resistan las potentes amenazas a las que se enfrentan. Es un texto con Trump de fondo, pero no sólo. «Son las instituciones las que nos ayudan a preservar la decencia. Ellas necesitan nuestra ayuda también. No hables de «nuestras instituciones» si no estás dispuesto a hacer que sean tuyas actuando en su nombre. No se protegen solas. Caerán una detrás no otras si no las defendemos desde el principio. Escoge una, una que te preocupe. Un tribunal, un periódico, una ley. un insidcato y ponte a su lado». Si algo nos enseña el aprendizaje del pasado es que la línea entre el orden y el caos es muy fina. Que el colapso ocurre mucho más rápido de lo que podríamos pensar. Que hay un efecto dominó. Y que el mal no se desvanece. Hay que hacerle frente. Cada día.
“The Undoing Project. A Friendship That Changed Our Minds“, de Michael Lewis. Casi todo lo que toca Lewis es o se convierte en oro. La historia de una amistad que cambió nuestras mentes, o la forma que tenemos de entenderla. La de dos psicólogos israelíes, Daniel Kahneman y Amos Tversky, que no podían ser más diferentes y desiguales. Dos pensadores y experimentadores que, de la mano, levantaron una disciplina. Lewis sabe cómo contar una historia, cómo mantener la atención y la tensión. Cómo moverse entre el pasado y el presente, incluso si uno de los dos protagonista murió hace mucho tiempo. No es mi libro favorito del autor, pero está a la altura. Y terminas sabiendo muchísimas cosas que antes desconocías, que no sabías que tenías que saber.
“Just Kids“, de Patti Smith. No sabía nada, absolutamente nada, de Patti Smith ni podía atribuirle ningún hit. Mi desconocimiento (y en realidad desinterés) en la música en general es muy amplio y de la cultura contemporánea (en todo lo que se refiere a artes plásticas, cine y canciones) lo desconozco casi todo. Pero ella me ha fascinado y el libro me gustó muchísimo. Espontánea, desbordante, creativa, explosiva. Una conexión única, especial, irrepetible con una persona de la que tampoco había oído hablar nunca antes. Una de esas sobre las que lees y ves películas y crees que realmente no existen y son sólo fantasías deformadas. Qué bien que encontrara su camino.
“Piscinas vacías“, de Laura Ferrero. Un libro estupendo. Íntimo, delicado, profundo. También doloroso a ratos Historias y relato breves, sobre el amor y la distancia. Muchas formas diferentes de analizar, explicar y sentir lo que separa, lo que nos separa. Lo que se ha ido y no queremos soltar. Lo que no sabemos que perdimos ni cuándo o cómo. Un ensayo en muchas partes sobre nuestras debilidades como seres humanos, como parejas. Un análisis descarnado pero tremendamente respetuoso de las relaciones. Con el que aprendes mucho de lo que te rodea. Con el que aprendí mucho de mí mismo, de una forma extraña, íntima. Iba enfrentando cada historia a la mía, comparando y descartando. Y me hizo mucho bien.
«Mejor la ausencia«, de Edurne Portela. El último libro que he leído este año. No sé muy bien cómo definirlo. Los protagonistas son completamente normales. Anormalmente normales. No empatizo con ninguno y sólo me interesa realmente desde un punto de vistra antropolígo la madre. Pero es un texto espléndido. Admito que la parte final no me llegó; lo hubiera dejado en la década anterior. Pero es una gran novela.
Jordi Gracia, en su reseña, decía que l óptica escogida por Portela es que «todo salía de casa, y no de un país marciano; estaba en la calle, en los comedores alborotados y sobre todo silenciosos, en las habitaciones de los chicos que se llenan de golpe de nueva música y nuevos carteles en los ochenta, en bares y tabernas, en labores profesionales enigmáticas y delictivas, en huidas autoprotectoras y egoístas, en derivas personales incontroladas y desesperadas con conflictos que estallan por donde menos se espera». Como en la vida real, con problemas reales, factores condicionantes, víctimas y verdugos, culpables e inocentes. corruptores y corruptores. Personas ante todo cobardes, débiles, atadas o a aplastadas por el qué dirán, las consecuencias, el ego. Personas malas por todas partes, en el día a día, en el trato cercano. Y le sale muy bien.
Esto lleva, inevitablemente, a Patria. Me gustó mucho. Entiendo las críticas, los fallos, las falquezas del libro. Nunca antes había usado la expresión «técnicamente no es una gran novela», y no sé siquiera si sé lo que quiere y lo que quiero decir, pero por ahí van los tiros. La construcción de los personajes es manifiestamente mejorable, parte de la trama y mucho del final. Pero esto no es un blog de crítica literaria. Patria es un magnífico libro que ha tenido un éxito merecido. Aramburu ha puesto por escrito lo que durante décadas he leído, visto, olido y sentido. Sobre lo sucedido en el País Vasco.
No me engaño en absoluto. Patria cuenta lo que siempre he creído que era el día a día en un pueblo como Rentería. Mi cabeza, satisfecha, asiente cada capítulo diciendo «era así», a pesar de no poder decirlo en primera persona. Y nada de lo que he leído hasta ahora me ha hecho cambiar de opinión.
Otros buenos amigos han hecho sus listas.
Muy feliz 2018 a todos.