James Risen en The Intercept: « The Biggest Secret: My Life as a New York Times Reporter in the Shadow of the War on Terror«. La pieza más interesante que vais a leer este mes. Larguísima, pero esencial para comprender cómo funciona un periódico como The New York Times, el tipo de recursos (sobre todo tiempo) y como hay disgustos y fallos por todas partes. Una especie de memorias de un periodista muy conocido y premiado, uno de esos que hace investigación a largo plazo y que se ocupaba de temas como la CIA. Sus luchas para sacar una historia, para conseguir fuentes pero también para convencer a unos jefes que, como el país, estaban afectados e influenciados por la situación tras el 11-S. El Gobierno pedía que no se publicaran ciertos temas (en concreto, dos diferentes del autor sobr espionaje en casa y sobre Irán). Cómo pasaron meses y meses, más de un año, negociando. Él y cons us jefes y el periódico con la Administración, que pedía que no se sacara a la luz. Incluyendo en un caso uan reunión del director y el editor en el mismo despacho de George W. Bush.

Hay que leerlo en general, pero si eres periodista es casi obligatorio. Sobre el tipo de fuentes, el proceso de investigación. Los otrucos (o los engaños directamente a sus jefes) para publicarlo y llegar a portada (jugándose el puesto). Las dudas en la estructura (¡vaya estructura). Los riesgos. Fascinante y muy bien escrito. Pero con sus lagunas, claro, porque al final es la versión del propio Risen.

Uno de hace casi un año. Jane Mayer en The New Yorker: «The Reclusive Hedge-Fund Tycoon Behind the Trump Presidency«.  How Robert Mercer exploited America’s populist insurgency. Vía Pablo Mediavilla.

J. Oliver Conroy en The Guardian hace un perfil de Mark Lilla: the liberal who counts more enemies on the left than the right. The academic-turned-polemicist believes liberalism has lost its way but detractors accuse him of ‘trolling disguised as erudition’. Here he answers back.

Julie Beck en The Atlantic: » How It Became Normal to Ignore Texts and Emails«. Digital messages mimic the speed of real conversation, but often what people like best is the ability to put them off. Interesane reflexión sobre cómo las herramientas que tenemos a nuestra disposición condicionan y cambian nuesra forma de entendernos. Lo sintetiza Patricia Ventura, irónicamente, en mensajes de twitter: «Preferimos la comunicación por mensajería directa porque no obliga y no nos obliga, pero ha creado un entorno en el que solo nos sentimos cómodos pidiendo pequeños fragmentos de atención a los demás con tal de que no nos reclamen demasiada de la nuestra». (Vía Javier Salas).

Muy relacionado, en el NYT, Jesse Singal: «Social Media Is Making Us Dumber. Here’s Exhibit A«.  (Vía Eduardo Suárez). Usando el ejemplo de Steven Pinker, para el que no hacen falta presentaciones, pero acusado hace unos meses de dar algún tipo de paoyo intelectual a la extrema derecha. ¡Pinker! Por ridículo que parezca, hasta eso caló. Singal cree que es la muestra de una «disturbing, worsening tendency in social media in which tribal allegiances are replacing shared empirical understandings of the world».

No hay nada nuevo en el argumento en sí: «It’s getting harder and harder to talk about anything controversial online without every single utterance of an opinion immediately being caricatured by opportunistic outrage-mongers, at which point everyone, afraid to be caught exposed in the skirmish that’s about to break out, rushes for the safety of their ideological battlements, where they can safely scream out their righteousness in unison».

No es una crítica gratuita ni ludita. El punto es sencillo (y bastante evidente, si se combina con el artículo anterior): «What social media is doing is slicing the salami thinner and thinner, as it were, making it harder even for people who are otherwise in general ideological agreement to agree on basic facts about news events».

Dea lguna forma, otro artículo también relacionado con lo anterior. Pero sólo de alguna forma. Javier Salas en El País: «Los científicos que ‘hackean’ mentes para resolver conflictos imposibles«. Sobre un grup ode investigadores que experimentan con mecanismos psicológicos usando Israel y Palestina como laboratorio natural.

El planteamiento es básico: «»La gente no cree que el cambio sea posible porque la mayoría de las veces utilizan mensajes persuasivos intuitivos en lugar de basados en evidencia y fallan repetidamente. Pero cuando utilizamos el mensaje correcto con las personas adecuadas, las cosas pueden ser efectivas». Nada original: no vale todo para todos. Así, por ejemplo, en una pueblo israelí donde los ‘halcones’ son mayoría «la idea de la campaña era usar el pensamiento paradójico para enfriar las posiciones de los más radicales. Los mensajes, tanto por su estética como por su fondo, parecían claramente partidarios del enfoque de los halcones, el ala más dura, con soldados cuidando de niños y ancianos. Pero los lemas se pasaban de frenada, llevando hasta el absurdo el mensaje convencional».

¿Saben eso de ponerse en el lugar del otro? Error. «Esto provoca rechazo y que se enconen los ánimos, según han mostrado, porque se tiene una idea preconcebida de que el bloque rival es malo por naturaleza —»España es irreformable»— y firme en sus convicciones hasta la locura —»los independentistas catalanes han perdido la cabeza»—. «Tomar la perspectiva del otro lado puede llevar a la idea de que el conflicto es extremadamente complicado y que no hay posibilidad de intentar resolverlo», asegura Amit Goldenberg, investigador en Stanford. Es mejor explicar que, como se sabe, la gente puede cambiar. Que el cerebro es extraordinariamente flexible y se adapta. Que incluso los líderes más radicales han sido capaces de alcanzar acuerdos de paz».

En The New York Times también, una charla interesantísima sobre libros: «Niall Ferguson: By the Book«. Sus favoritos como lector, como autor. Sus hábitos, lo mejor que ha encontrado recientemente, sus preferencias del pasado, lo que cambia con su mujer.

Ben Cohen en el WSJ: «A Chess Novice Challenged Magnus Carlsen. He Had One Month to Train«. La historia, bastante increíble, de Max Deutsch, un «speed learner», un superdotado que se impone doce tareas imposibles, una al mes. Entre ellas, la de intentar derrotar al mejor jugador del mundo de ajedrez partidiendo (casi) de cero.

 Y para terminar, ficción en The New Yorker. Un cuento de Kristen Roupenian: Cat person. Una pareja, en un ciudad cualquiera, un campus cualquiera. Mensajes, complicidad, descubrimiento, flirteo. Sexo.

Hoy también escribo en el periódico: 2018, el año cero para reconstruir la Unión Europea. Si tenéis unos minutos para leerlo y otros para comentármelo, muy agradecido.

Buen domingo a todos.

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