Qué les voy a contar de 2020. Empecé leyendo mucho y bien, pero durante tres o cuatro meses fui incapaz de abrir una página. NI una. Ni siquiera el recurso habitual de Wodehouse sirvió para desatascar. No fue como en años anteriores, como quizás recuerden, sino por el estrés, la obsesión, la presión de la actualidad, las noticias del virus, la angustia. Por esa polarización, de la vida política y social, de mis amigos, de mis conocidos, de todos. Por esa necesidad de destrozar la batería del teléfono en infinitos gestos inútiles en busca no sé de qué. Y por una cantidad de trabajo inasumible al inicio de la pandemia.
Ha sido un curso montaña rusa para mí, en lo profesional y sobre todo en lo personal, en lo sentimental. Uno de los años más duros, sino el que más. Uno en el que la distancia respecto a la familia, la preocupación por la salud, el miedo a no volver a ver, no han sido el factor principal. Tampoco el no salir de casa, trabajar en el salón etc, que para alguien acostumbrado a trabajar solo y en su mesa del comedor no ha sido tan extraño o sufrido. Pero ha sido exigente, jodido, en aspectos y niveles a los que nunca me había tenido que enfrentar. Hay cosas de las que presumía desde hace décadas y por desgracia, ya no puedo.
Todo eso, inevitablemente, repercute en los libros que he leído (para mal) y he comprado (para bien). No sé muy buen explicar de qué forma, el algortimo mental, pero sé que ha afectado. Afortundamente, en verano me descomprimí un poco. Pasé mucho tiempo solo, pero pude relajarme con ficción y no ficción. No ha sido un año memorable para mi lectura, ni en cantidad ni en calidad, pero hay unas cuantas joyas que hubiera lamentado muchísimo perderme y que me han alegrado, desgarrado y fascinado.
No están los infinititos títulos de cocina (tampoco en la lista de todos los libros leídos en 2020, que como siempre pueden ver aquí), porque son más bien de consulta. Sí están en ella las biografías o autobiografía de algunos cocineros.
El otro día, la buena gente de El Washington Post, el blog en español del diario norteamericano, nos preguntaron a Marc Basset, a la mexicana Denise Dresser, la colombiana Ana Cristina Restrepo, el peruano Renato Cisneros y a un servidor nuestros títulos favoritos. Y esto es lo que salió (verán una diferencia respecto al post, pero porque aquello estaba pensado para un público americano, en toda su extensión, que sabe menos de la UE).
Espero que los próximos 12 meses sean mucho mejores para todos, puedan ser felices y leer todo lo que quieran.
Muy feliz Año Nuevo.
Un caballero en Moscú, de Amor Towles. Es, sin duda alguna, mi libro favorito de 2020, a mucha distancia de todos los demás. Es una maravilla, una auténtica maravilla. Un libro que me ha sorprendido, fascinado, divertido y emocionado. Una de las novelas más bonitas, completas y redondas que he leído en muchísimo tiempo. Una que parece sacada de otra época, de los mejores maestros rusos de un siglo antes. Y qué personaje eterno ha creado Towles. El conde Alexandr Ilich Rostov es juzgado en 1922 por un comité revolucionario. Como no saben qué hacer con él, porque es noble pero al mismo tiempo ha publicado en el pasado textos revolucionaros, deciden perdonarle la vida y condenarle a un arresto domiciliario perpetuo. En el lujoso hotel Metrpole de Moscú, que es donde reside. La novela son décadas de la vida del conde, la evolución del país. Aventuras en un edificio. Con una sensibilidad, una belleza, una ternura y un humor espectaculares. Desde la primera página, los primeros párrafos, hasta el final logra mantener el ritmo y la ironía. Qué dominio sobre todo del tiempo, de la narración, parando el reloj sin aburrir nunca. No es un best seller, pero debería serlo.
The Europeans, de Orlando Figes. Figes, con sus extrañas sombras personales, es un historiador increíble y un narrador dotadísimo. Tiene un don y sabe exprimirlo como nadie. The Europeans es la historia de una idea, la de la cultura europea, en un siglo agitado y tumultuoso. Desglosa la identidad, la cultura, las carreteras del continente a través de la vida y obra del escritor Ivan Turgenev, la cantante Pauline Viardot y su marido, el abogado y empresario Paul Viardot. De España a Rusia pasando por todos y cada uno de los países. Es ameno, profundo, detallado, muy cercano, humano. Te mete en las cocinas, en los salones, en los dormitorios. En teatros y palacios, en hoteles y balnearios para mostrar un continente vivo, en constante movimiento, cambio y tensión. Es un ensayo con una documentación extraordinaria, pero que se lee, literalmente, con una novela.
Los amnésicos. Historia de una familia europea, de Géraldine Schwarz. Está francamente bien. Una prosa sobria, sin ninguna estridencia ni pretensión. Una mezcla de biografía y reportaje casi periodístico. Un ensayo sobre memoria, reconocimiento, culpa y la amnesia, colectiva e individual. Empezando por su propia casa. Es una autora franco-alemana hablando de la colaboración de sus abuelos con los nazis. Que no eran fanáticos, ni fueron criminales, sino personas aparentemente arrastradas por la corriente de la historia pero cómplices también de lo que ocurrió. En alemán tienen la palabra Mitläufer [simpatizante, compañero de viaje].No es la banalidad del mal de Arendt, pero sí el relato de quienes como dice ella por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales.
Nuestro hombre: Richard Holbrooke y el fin del siglo americano, de George Packer. Periodista y escritor, Packer es seguramente el mejor narrador de su generación. Ha publicado la biografía de Richard Holbrooke, diplomático clave para entender la historia de EEUU desde los años 60, pero ha escrito, en realidad,una biografía del país y su política exterior. Ha descrito, paso a paso, el auge y caída de una idea y un sueño convertido en pesadilla. El declive de esa aspiración democrático-liberal de llevar la democracia y los Derechos Humanos por el mundo, aunque eso supusiera cargarse cualquier democracia y destrozar cualquier resquicio de Derechos Humanos en continentes enteros. Holbrooke es esencial para entender Vietnam, para entender los Balcanes, el camino que lleva a Irak y Afganistán. Para entender cómo funcionan las rotaciones en el departamento de Estado. Para entender cómo la brillantez no sirve de nada a veces y, de hecho, puede ser perjudicial. Y no es casualidad que uno de los secundarios fundamentales en los capítulos iniciales sea David Halberstam. Para entender los beneficios y las consecuencias del ego, la ambición, la iniciativa, la decepción, la frustración. Cómo la labor de hormiga de unas pocas personas puede afectar a millones en la otra punta del mundo. Cómo hay muchas cosas mucho más chapuceras, improvisadas y aleatorias de lo que podríamos y querríamos imaginar .
En el jardín del ogro, de Leila Slimani. Uno de los primeros del curso y me gustó mucho, en especial la primera parte. La disección de ese agujero insoportable que devora y consume y que la protagonista, impotente, trata de arrancarse con violencia. Qué capacidad tien la autora de describir lo más difícil, lo que no se ve ni se toca. Una ninfomanía destructiva, sin idealizar, frivolizar, sin dar respiro. Aborda el destrozo y los mecanismos psicológicos, no la parte erótica. Y tiene una de esas frases demoledoras que recuerdas años después: «los hombres me sacaron de la infancia». Es la otra cara del mal de ‘Canción dulce’. Aunque aquella novela es mejor, más redonda y madura, se nota la misma semilla, el mismo estilo, una angustia parecida. Este libro es anterior y quizás algo menos pulido, por ponerle alguna queja.