Iván Aivazovski. La creación del mundo, 1864

Este 2022 que ahora se va ha sido un buen año. De recuperación, de mucha cocina, de deporte, de juergas, de sonrisas, de infinitos aviones, de amor sano. De cicatrizar las heridas y aprender, poco a poco, a pasar página. A despegar(me). No ha sido fácil, no ha sido siempre fluido, pero sí gratificante. He encontrado la paz, la serenidad, la mejor compañía. La felicidad.

El año pasado no me gustó, ni me gusté, pero el trabajo específico con mi cabeza y la ayuda me permitieron encontrar(me) y seguir. No soy el que era, ni volveré a serlo nunca, y bien está. Ese nuevo equilibrio se ha notado en todos los aspectos y niveles. Redescubrir la ilusión en el trabajo, en el ejercicio (a pesar de una larga lesión que no acaba de irse), en la lectura. Y casi casi, en los viajes también.

Este año no hubo tampoco parones de meses sin leer, y tampoco de semanas. Sólo algunas rachas por trabajo o diversiones alternativas. 2022 ha sido de nuevo el año de los burpees y las dominadas, de las cenas en casa y amigos nuevos. De marcar distancias y dejar de hacer el idiota. El año en el que las fricciones fueron desapareciendo y en el que los disgustos y el dolor, siempre reales y a menudo presentes, se volvieron residuales. Nocivos, pero no letales. Próximos, pero no cercanos.

El mundo, y mi vida, no son como me gustaría o me hubiera gustado, no son como habrían podido ser o incluso deberían haber sido. Pero estoy aprendiendo a aceptarlo, a resignarme y soportar que lo que siempre (me) había funcionado ha dejado de hacerlo. Que quienes pensaba que estarían siempre a mi lado, se han ido para no volver. Y bien estará, algún día.

Dice Óscar Martínez en Los muertos y el periodista, que no está en esta lista pero podría perfectamente, que “El periodismo exige comprensiones, no verdades ni dogmas ni finales, comprensiones, explicaciones. Si no descubrís nada, no sirven tus dudas. Descubrir no es sólo demostrar. Descubrir también es interpretar, concluir, y lamentablemente, dudar otra vez, y sufrir y joderte, quizá”. Lo mismo vale para mi 2022. Dudar, sufrir y joderte para descubrir.

Dejé atrás la soledad, gracias a Dios. O mejor dicho, volví a convivir en armonía con ella. Y ya no hubo obsesiones, noches en vela, falta de motivación. Ni rencor, impotencia o rabia. Ni monotemas. Tampoco orden. Se ve en la lista completa de lecturas, completamente aleatoria, arbitraria, ecléctica. No ha sido el mejor año en libros, ni el más activo, ni el que me haya traído más sorpresas y descubrimientos. Pero ha estado bien, y con eso me conformo.

Aquí les dejo mis libros favoritos del curso. No son, forzosamente, publicados recientemente, sino leídos en los últimos 12 meses. Por comodidad, una vez más, he puesto la versión en español de todos.

Muy feliz Navidad, feliz Año Nuevo y buena lectura en 2023 a todos.

Claus y Lucas, de Agota Kristof

Una crueldad insoportable. Una lucidez despiadada. Una prosa mínima y brutal para explicar cómo a veces la única manera de sobrevivir es destrozar, integrar el dolor más inhumano para resistirlo. Cómo el bien y el mal son oscilaciones. Soledad y destino. La verdad construida mentira a mentira

Es un libro perturbador, desolador, que explora las partes más oscuras del alma. Que arrasa antes de intentar, más que tímidamente, dejar el sustrato para plantar algo. El estilo, el tono, lo crudo del lenguaje y los sentimientos. Cómo aborda todo Kristof, desde el bestialismo al incesto, del antisemitismo a los abusos, de una forma tan limpia. Una tarea impresionante que, quizás, sólo se podría haber culminado así, con ese estilo, precisamente por estar escrito en una lengua no materna y aprendida de adulta

La primera parte es la ‘macro’, la crueldad de Estado, régimen, clase, ideología. La segunda, la micro, de familia, cultura, miedos, celos, distancias tan cortas como insalvables. Maldad y bondad, amor y odio, egoísmo y generosidad que conviven en un mundo arrasado por una guerra sin nombre. Que conviven en cuerpos marcados, corazones rotos y una especie de fe laica para creyentes sin causa.

Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur

Dice la rabina Horvilleur que no es necesario creer de forma literal en una vida más allá de la muerte, ni en la presencia de almas en pena en nuestras viejas casas, para reconocer muy racionalmente que todos convivimos con fantasmas. Los de nuestras historias personales, familiares o colectivas; los de las naciones que nos vieron nacer, los de las culturas que nos acogen, los de las historias que nos han contado (o no) y, a veces, los de las lenguas que hablamos.

Ella, que intentó carrera en la medicina y el periodismo antes de estudiar la Torá, sabe mejor que nadie que “nunca se tienen que coger los caminos rectos, en la vida”. Vivir con los muertos, una pequeña historia del consuelo, me ha gustado muchísimo.  Horvilleur tiene una sensibilidad, una delicadeza y una compasión maravillosas. La historia del niño Isaac, de su propia amiga o la del asesinato de Rabin son excepcionales.

Su libro es sobre la transición, el miedo, la soledad y la indefensión. Sobre la aprensión y la vergüenza, los ritos y las tradiciones. Sobre el dolor y el amor. En la mayoría de lenguas no hay palabra para unos padres que han perdido a su hijo. En hebreo sí, ‘shakul’: la rama de la vid cuyo fruto ya se ha vendimiado. Una rama amputada de su fruto, nos explica.

Horvilleur concibe la muerte, y no sólo la vida, como una narración, y afirma que sólo cuando ambas se dan la mano puede continuar la historia. Se acerca y no la evita. La teme, pero se respetan. Lo hace con una delicadeza y ternura increíble, combinando lo individual con lo colectivo, las dudas contemporáneas con los dilemas inmemoriales- Con serenidad, con una sonrisa, con sabiduría.

La octava vida, de Nino Haratischwili

Una historia de Georgia, del siglo XX, de la dictadura, la opresión, la crueldad del comunismo. Una historia de Georgia y de la URSS y de Europa a través de varias generaciones de una familia tan especial como corriente, unida por los secretos de un chocolate mágico y unos lazos irrompibles. Es un libro insuficientemente largo con sus 1.000 páginas y de lectura breve y urgente.

Son seis mujeres de vidas entrelazadas, vidas perpendiculares que se cruzan apenas un instante para luego alejarse irremediablemente, y vidas paralelas, condenadas a no tocarse nunca de verdad. Stasia, Cristina, Kitty, Elene, Niza y Brilka, fuertes, rebeldes, celosas, generosas, egoístas. La autora logra que una novela aparentemente simple en su disposición (pese a lo complejo de su estructura) abarque más que tratados de Historia, Filosofía, Ciencia Política y sobre todo Psicología.

Todo con una prosa bella y cuidada, sin florituras innecesarias. Un tapiz elaborado con retales de decenas de personas y tragedias, lleno de sueños rotos y aspiraciones (casi) imposibles. De supervivencias y traiciones. De una enorme soledad en una familia grande y un estado opresivo. Es un libro enorme, monumental, en todos los sentidos. Una reseña que decía que es “un pedazo de verdad”, y pocas cosas mejores se pueden decir de una obra universal y destinada a perdurar.

La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia,

Esta crónica de un asesinato inexplicable es extraordinaria y no es casualidad que salga en casi todas las listas de libros de los periodistas españoles. Dos chavales, hasta arriba de drogas y alcohol, invitan a casa a un conocido y se lo cargan con decenas de puñaladas y martillazos. Luego siguen su noche, se van a casa y poco después lo confiesan a unos padres superados. Sin razón alguna. No le debían dinero, no les caía mal, no era su enemigo, no eran agresivos. No tenían, objetivamente, ninguna razón.

La reconstrucción y el análisis de la banalidad del mal es brillante. Un ‘A sangre fría’ pero sin inventarse las cosas ni adornar demasiado. No voy a decir que el autor no tenga parte de protagonismo, porque en determinados momentos de la investigación es uno de los propios personajes. Pero no se centra en entrevistas con los asesinos, pues de eso hay poco. Sino en decenas de entrevistas, papeles y testimonios. Es un ensayo perturbador, porque no eran violentos, ni conflictivos, ni agresivos ni nada parecido. Se drogaban y desfasaban y tenían sus taras, como cualquiera de nosotros. Pero de golpe, ese día..,

El análisis que hace Lagiogia de la sociedad romana, y en realidad también de la nuestra (de una parte), es impecable, profundo y desolador. Es un libro sobre un crimen, pero en realidad es una reflexión sobre la ciudad y sus miserias, su abandono, su hostilidad e indiferencia. Sobre una decadencia anunciada, denunciada y, parece, imparable.

El Club de los desayunos filosóficos. Cuatro notables amigos que transformaron la ciencia y cambiaron el mundo, de Laura J. Snyder

Snyder es una historiadora espectacular y una narradora increíble, como ya demostró con el libro de Vermeer y van Leeuwenhoek. Es un ensayo ameno, erudito, profundo. Leerlo es como estar con los protagonistas, cuatro genios de muy diferente recorrido, desayunando en Cambridge los domingos temprano.

William Whewell, Charles Babbage, John Herschel y Richard Jones fueron los últimos filósofos naturales, esa mezcla irrepetible de sabios de todas las disciplinas conocidas y ambición total y los primeros científicos, dedicados sin descanso al detalle, el experimento y la especialización. Cuatro hombres unidos por el amor y la devoción al progreso, e inspirados Francis Bacon, que protagonizaron la transformación de la ciencia. La autora nos lleva con un talento increíble y una prosa envidiable por sus largas vidas, los altibajos de sus amistades, sus tensiones políticas y religiosas.

Se aprende muchísimo. Al ir leyendo mi pensamiento se fue, con máxima y sincera admiración, para el traductor, al que esperaba que le hayan pagado una fortuna, porque se lo ha ganado. Me impresionó tanto que fui a buscarlo y descubrí, con enorme tristeza que José Manuel Álvarez-Flórez, murió el año pasado https://amp.elperiodico.com/es/opinion/20210606/muerte-traductor-jose-manuel-alvarez-florez-articulo-silvia-cruz-lapena-11794463 Y que le debo alguno de los mejores momentos de mi juventud. Él fue quien que me llevó a Oliver Sacks, Kennedy Toole, Wolfe, Capote, Kerouac o Steinbeck. Descanse en paz.

Grand hotel Europa, de Ilja Leonard Pfeijffer

Pues no es en absoluto lo que esperaba, ni lo que imaginaba, pero me lo he pasado más que bien. El inicio es desconcertante, muy desconcertante. A ratos parece incluso una parodia, pero merece la pena aguantar. Reconozco que dudé, pero acerté

Mientras se documenta para un libro sobre el turismo de masas, un escritor llamado Ilja Leonard Pfeijffer sufre una dolorosa ruptura y lo deja todo para poner orden en su vida. Y lo hace en el Grand Hotel Europa, un establecimiento de renombre, histórico, pero venido a menos, medio vacío, comprado por un millonario chino y poblado por un elenco de personajes delirantes e imposibles.

Dice el autor que ninguna buena historia de amor acaba bien. Le gusta provocar, despistar, confundir. Durante largas fases del libro no sabes muy bien en qué consiste, si es ensayo, novela, historia o filosofía, si es todo a la vez o sólo una gran broma durante la que va, y vamos, discutiendo con Dante, Mann, Steiner y todos los clásicos. Un elenco de personajes absurdos que desfilan siendo parte imprescindible d ela tomadura de pelo. Una reflexión camuflada sobre la sociedad de masas y cómo la identidad europea es en realidad el pasado, que oprime e impide avanzar.

Una novela (sic) que no hay que tomarse en serio en ningún momento, porque aborda, una detrás de otra, todas las cuestiones realmente serias e importantes de la vida. Y con Caravaggio de fondo.

Mi lista de libros del año en:

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