¿Debe ser delito la apología de los totalitarismos? Lean a Gargarella en El País: «¿Por qué es inaceptable penalizar el negacionismo? Es inútil: el que piensa distinto va a seguir pensando distinto por más que se le imponga una pena. Es peligroso: hay riesgo de que la herramienta de la sanción penal se use para empezar a cazar opositores. Es contraproducente: si a alguien se le impide pensar o explicitar ciertas ideas a través de la amenaza de la fuerza, tenderá a reafirmarse, y otras personas pueden empezar a encontrar esas ideas atractivas. Es injusto: las personas tienen el derecho a pensar lo que quieran; lo que hay que hacer es tratar de persuadirlas. Es jurídicamente indebido: los problemas sociales y morales no merecen atacarse a través del derecho penal, que debe ser un último recurso ante casos extremos. Es instrumentalmente errado: el Estado tiene a mano medios más promisorios y menos costosos en términos de violencia (políticas de la memoria, por ejemplo). Y, sobre todo, el imperecedero argumento “escalonado” de J. S. Mill: no somos infalibles; ellos pueden tener una porción de la verdad; y aún si equivocados por completo, necesitamos su desafío para no sostener lo que decimos como un dogma«.
La opinión de Stuart Mill se puede rescartar de On Liberty (disponible aquí en PDF en inglés). Escribía, en 1859, que «The assumption that we are infallible can we justify the suppression of opinions we think false. Ages are as fallible as individuals, every age having held many opinions which subsequent ages have deemed not only false but absurd».
Ramón González Ferriz coincide en su columna de El Confidencial: Exaltar a un dictador o hacer un chiste de mal gusto sin ir a la cárcel debería ser posible. «Las bromas de mal gusto pueden producir repulsa o sentimientos de ofensa. La exaltación de un dictador es un insulto deliberado a todas sus víctimas. Pero me temo que deberíamos soportar esas cosas sin reprimirlas penalmente. No lo digo con gusto: soy consciente que si proliferaran ambas prácticas, nuestra sociedad sería mucho peor. Entiendo también otros peligros: vivimos en un tiempo en el que muchos quieren apurar al máximo sus derechos. Si saben que pueden bromear sobre una víctima del terrorismo, o celebrar a Franco para hacer rabiar a los progres, lo harán con frivolidad y con el único objetivo de producir daño. A pesar de eso, debemos correr el riesgo. Las leyes mordaza son un error. Decirle a la gente que no puede decir en público que es partidaria de Franco, también».
Daniel Gascón en El País también: El peligro de prohibir. «Y, sobre todo, cuando prohíbes una opinión porque te parece peligrosa para la democracia ya has empezado tú mismo a degradar la democracia. No hace falta que vengan los enemigos reales o imaginarios: has adelantado su trabajo. El franquismo no es ya una amenaza para nuestra democracia. Pero sí puede serlo la pulsión antipluralista, que está bien repartida por el espectro político».
Antonio Maestre en Eldiario.es: El delito de apología del franquismo sin nuestro Historikerstreit, un error histórico de cálculo y memoria. Desde una tesis diferente y que, según él, no parte de una visión naif de la libertad de expresión (que le critica a Gascón), y resucitando el famoso debate de Nolte y Habermas. «Antes de que pensemos en medidas como la instauración del reproche penal es preciso iniciar un debate académico profundo sobre la memoria de nuestro país en el que participen las instituciones de forma activa con medidas concretas de educación y restitución. Alemania, durante su Historikerstreit, construyó el gran Monumento del Holocausto en Berlín. Tenemos la oportunidad de replicarlo en Cuelgamuros con medidas que no sean un insulto a la inteligencia como cambiar una orden monástica por otra, como pretende el Gobierno. Existe el modo, aunque sea más lento. Un país que todavía no ha acuñado su propia verdad histórica y no ha construido su identidad colectiva hacia su pasado más dramático yerra de manera radical penalizando una cosmovisión particular privilegiando una interpretación colectiva inconclusa de un periodo dramático de nuestra historia».
María Ramírez en Eldiario.es: Primera enmienda. «Es tentador legislar contra los gritos más abominables y desinformados, pero a menudo las soluciones están en otro lado. El Estado debe intervenir para proteger a las personas concretas contra el daño físico y psicológico y la línea no siempre está clara. Para lo demás suele valer con cruzarse de acera, mirar hacia otra ventana, bloquear al gritón en Twitter y sobre todo no prestarle ningún altavoz».
Siempre ayuda recordar a Oliver Wendell Holmes y sus opiniones sobre la primera enmienda en muchos casos famosos. En 1919, en Abrams vs United States, emitió un voto particular legendario, que algunos consideran The Most Powerful Dissent in American History. Hay unos párrafos sobre el mercado libre de las ideas (inspirado en la Aeropagitica de MIlton) que deberían estar a disposición en parlamentos, facultades de periodismo y tribunales:
“Persecution for the expression of opinions seems to me perfectly logical. If you have no doubt of your premises or your power and want a certain result with all your heart you naturally express your wishes in law and sweep away all opposition. To allow opposition by speech seems to indicate that you think the speech impotent, as when a man says that he has squared the circle, or that you do not care whole heartedly for the result, or that you doubt either your power or your premises. But when men have realized that time has upset many fighting faiths, they may come to believe even more than they believe the very foundations of their own conduct that the ultimate good desired is better reached by free trade in ideas-that the best test of truth is the power of the thought to get itself accepted in the competition of the market, and that truth is the only ground upon which their wishes safely can be carried out. That at any rate is the theory of our Constitution.
It is an experiment, as all life is an experiment. Every year if not every day we have to wager our salvation upon some prophecy based upon imperfect knowledge. While that experiment is part of our system I think that we should be eternally vigilant against attempts to check the expression of opinions that we loathe and believe to be fraught with death, unless they so imminently threaten immediate interference with the lawful and pressing purposes of the law that an immediate check is required to save the country. I wholly disagree with the argument of the Government that the First Amendment left the common law as to seditious libel in force. History seems to me against the notion. I had conceived that the United States through many years had shown its repentance for the Sedition Act of 1798 (Act July 14, 1798, c. 73, 1 Stat. 596), by repaying fines that it imposed. Only the emergency that makes it immediately dangerous to leave the correction of evil counsels to time warrants [250 U.S. 616, 631] making any exception to the sweeping command, ‘Congress shall make no law abridging the freedom of speech.’ Of course I am speaking only of expressions of opinion and exhortations, which were all that were uttered here, but I regret that I cannot put into more impressive words my belief that in their conviction upon this indictment the defendants were deprived of their rights under the Constitution of the United States”.