Desde hace unas semanas, en el periódico tenemos una serie casi diaria de piezas largas, de una página entera cada una, tratando de contar la pandemia, sus efectos y particularidades desde todos los rincones del planeta. Las firman, las firmamos, los corresponsales y colaboradores habituales.
La foto con la que ilustro el post no es pura frivolidad (tendrían que ver la que no quisieron usar). En todas las maquetas, en papel y en web, hay siempre una imagen que acompaña desde nuestro escritorio. Es verdad que para los que juntamos líneas desde lejos el entorno no cambia demasiado estas semanas, pero así quizás les os podamos acercar un poco nuestro pequeño mundo distante.
Hoy he publicado yo la 16ª entrega: Bélgica ante el coronavirus: un ejemplo de seriedad en la tierra del caos. El país que se consideró un «estado fallido» tras los atentados de 2016 afronta la emergencia con sentido común y patriotismo tranquilo. Esperábamos lo peor, pero no ha sido así. Hasta se ha logrado formar Gobierno después de año y medio en funciones. Pero tampoco se confían mis vecinos: no ha pasado, pero podría haber ocurrido lo peor. Y aún puede pasar.
«El carácter nacional, más allá de tópicos, sin duda ayuda. Mis vecinos están acostumbrados a moverse en el caos, en un sistema de normas y leyes en el que todo lo importante es flexible y lo menor, rígido. Donde nunca acabas de saber quién tiene las competencias de qué cosa y tienes que acabar buscándote la vida por tu cuenta. Donde el castigo, la amenaza, la sanción, no son la forma de convencer a nadie, pero la presión social puede ser fortísima.
Con ese bagaje, saben relativizar, separar lo realmente grave de lo accesorio y adaptarse con increíble naturalidad a condiciones adversas. Una cosa es frivolizar en lo corriente, otra en lo extraordinario. Hay aprovechados, inconscientes, egoístas, pero están resultando ser una minoría y, por ahora, poco ruidosa. Que se sepa. En general, se respetan las reglas, pero no las están sacralizando. Fuerzan los márgenes y los que hacen cumplir la ley, lo toleran sin estridencias. Se quejan sin parar, gritan, pero encajan como el mejor boxeador«.
El texto es Premium, de pago. Si os interesa, como los 15 anteriores y todas las grandes entrevistas y reportajes y columnas de opinion, por menos de 50 euros al año podéis tener acceso a todo el contenido de pago del diario.
Diría que es un regalo, pero la connotación no me hace feliz. Hacer un periódico es algo muy caro, y tener corresponsales, carísimo. Cuatro euros al mes por medio centenar de páginas diarias, el doble los domingos, y montones de revistas y suplementos, no es un regalo, es otra cosa. Pero sin duda una cosa barata.
Si queréis ver los testigos anteriores, os los enlazo:
¿Debe ser delito la apología de los totalitarismos? Lean a Gargarella en El País: «¿Por qué es inaceptable penalizar el negacionismo? Es inútil: el que piensa distinto va a seguir pensando distinto por más que se le imponga una pena. Es peligroso: hay riesgo de que la herramienta de la sanción penal se use para empezar a cazar opositores. Es contraproducente: si a alguien se le impide pensar o explicitar ciertas ideas a través de la amenaza de la fuerza, tenderá a reafirmarse, y otras personas pueden empezar a encontrar esas ideas atractivas. Es injusto: las personas tienen el derecho a pensar lo que quieran; lo que hay que hacer es tratar de persuadirlas. Es jurídicamente indebido: los problemas sociales y morales no merecen atacarse a través del derecho penal, que debe ser un último recurso ante casos extremos. Es instrumentalmente errado: el Estado tiene a mano medios más promisorios y menos costosos en términos de violencia (políticas de la memoria, por ejemplo). Y, sobre todo, el imperecedero argumento “escalonado” de J. S. Mill: no somos infalibles; ellos pueden tener una porción de la verdad; y aún si equivocados por completo, necesitamos su desafío para no sostener lo que decimos como un dogma«.
La opinión de Stuart Mill se puede rescartar de On Liberty (disponible aquí en PDF en inglés). Escribía, en 1859, que «The assumption that we are infallible can we justify the suppression of opinions we think false. Ages are as fallible as individuals, every age having held many opinions which subsequent ages have deemed not only false but absurd».
Ramón González Ferriz coincide en su columna de El Confidencial: Exaltar a un dictador o hacer un chiste de mal gusto sin ir a la cárcel debería ser posible. «Las bromas de mal gusto pueden producir repulsa o sentimientos de ofensa. La exaltación de un dictador es un insulto deliberado a todas sus víctimas. Pero me temo que deberíamos soportar esas cosas sin reprimirlas penalmente. No lo digo con gusto: soy consciente que si proliferaran ambas prácticas, nuestra sociedad sería mucho peor. Entiendo también otros peligros: vivimos en un tiempo en el que muchos quieren apurar al máximo sus derechos. Si saben que pueden bromear sobre una víctima del terrorismo, o celebrar a Franco para hacer rabiar a los progres, lo harán con frivolidad y con el único objetivo de producir daño. A pesar de eso, debemos correr el riesgo. Las leyes mordaza son un error. Decirle a la gente que no puede decir en público que es partidaria de Franco, también».
Daniel Gascón en El País también: El peligro de prohibir. «Y, sobre todo, cuando prohíbes una opinión porque te parece peligrosa para la democracia ya has empezado tú mismo a degradar la democracia. No hace falta que vengan los enemigos reales o imaginarios: has adelantado su trabajo. El franquismo no es ya una amenaza para nuestra democracia. Pero sí puede serlo la pulsión antipluralista, que está bien repartida por el espectro político».
Antonio Maestre en Eldiario.es: El delito de apología del franquismo sin nuestro Historikerstreit, un error histórico de cálculo y memoria. Desde una tesis diferente y que, según él, no parte de una visión naif de la libertad de expresión (que le critica a Gascón), y resucitando el famoso debate de Nolte y Habermas. «Antes de que pensemos en medidas como la instauración del reproche penal es preciso iniciar un debate académico profundo sobre la memoria de nuestro país en el que participen las instituciones de forma activa con medidas concretas de educación y restitución. Alemania, durante su Historikerstreit, construyó el gran Monumento del Holocausto en Berlín. Tenemos la oportunidad de replicarlo en Cuelgamuros con medidas que no sean un insulto a la inteligencia como cambiar una orden monástica por otra, como pretende el Gobierno. Existe el modo, aunque sea más lento. Un país que todavía no ha acuñado su propia verdad histórica y no ha construido su identidad colectiva hacia su pasado más dramático yerra de manera radical penalizando una cosmovisión particular privilegiando una interpretación colectiva inconclusa de un periodo dramático de nuestra historia».
María Ramírez en Eldiario.es: Primera enmienda. «Es tentador legislar contra los gritos más abominables y desinformados, pero a menudo las soluciones están en otro lado. El Estado debe intervenir para proteger a las personas concretas contra el daño físico y psicológico y la línea no siempre está clara. Para lo demás suele valer con cruzarse de acera, mirar hacia otra ventana, bloquear al gritón en Twitter y sobre todo no prestarle ningún altavoz».
Siempre ayuda recordar a Oliver Wendell Holmes y sus opiniones sobre la primera enmienda en muchos casos famosos. En 1919, en Abrams vs United States, emitió un voto particular legendario, que algunos consideran The Most Powerful Dissent in American History. Hay unos párrafos sobre el mercado libre de las ideas (inspirado en la Aeropagitica de MIlton) que deberían estar a disposición en parlamentos, facultades de periodismo y tribunales:
“Persecution for the expression of opinions seems to me perfectly logical. If you have no doubt of your premises or your power and want a certain result with all your heart you naturally express your wishes in law and sweep away all opposition. To allow opposition by speech seems to indicate that you think the speech impotent, as when a man says that he has squared the circle, or that you do not care whole heartedly for the result, or that you doubt either your power or your premises. But when men have realized that time has upset many fighting faiths, they may come to believe even more than they believe the very foundations of their own conduct that the ultimate good desired is better reached by free trade in ideas-that the best test of truth is the power of the thought to get itself accepted in the competition of the market, and that truth is the only ground upon which their wishes safely can be carried out. That at any rate is the theory of our Constitution.
It is an experiment, as all life is an experiment. Every year if not every day we have to wager our salvation upon some prophecy based upon imperfect knowledge. While that experiment is part of our system I think that we should be eternally vigilant against attempts to check the expression of opinions that we loathe and believe to be fraught with death, unless they so imminently threaten immediate interference with the lawful and pressing purposes of the law that an immediate check is required to save the country. I wholly disagree with the argument of the Government that the First Amendment left the common law as to seditious libel in force. History seems to me against the notion. I had conceived that the United States through many years had shown its repentance for the Sedition Act of 1798 (Act July 14, 1798, c. 73, 1 Stat. 596), by repaying fines that it imposed. Only the emergency that makes it immediately dangerous to leave the correction of evil counsels to time warrants [250 U.S. 616, 631] making any exception to the sweeping command, ‘Congress shall make no law abridging the freedom of speech.’ Of course I am speaking only of expressions of opinion and exhortations, which were all that were uttered here, but I regret that I cannot put into more impressive words my belief that in their conviction upon this indictment the defendants were deprived of their rights under the Constitution of the United States”.
«Sostiene Ivan Krastev, director del Centro de Estrategias Liberales de Sofía y uno de los analistas más eclécticos de la actualidad, que hay «tres versiones de Europa colapsando al mismo tiempo». La visión post-1945, la post-1968 y la surgida tras la Caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Todas ellas fundamentales, potentes, obsoletas».
En el periódico de hoy escirbo una larga reflexión sobre este nuevo verano de desasosiego en el continente, recurriendo a lo que el historiador Reinhart Koselleck definía como ‘Sattelzeit’, ese tiempo-bisagra entre un mundo por nacer y otro que va muriendo. Con una UE tocada, pero no hundida. Que se mueve zigzagueante, sin brújula, tras recibir todo tipo de golpes. Tiene una crisis existencial no resuelta tras el ‘Brexit’ y el auge de partidos populistas y euroescépticos, cuando no eurófobos. Tiene un serio problema de liderazgo, de perspectiva y de cortoplacismo. Y tiene además, e innegablemente, una lista de desafíos, problemas y enemigos, internos y externos, difícil de digerir.
A finales de la semana pasada murió Sydney H. Schanberg. El nombre probablemente no les dirá nada. Era periodista. Entró en The New York Times como copy boy en 1959 y apenas 10 años después fue nombrado corresponsal, en la India primero y después cubriendo el sudeste asiático.
Seguramente su historia les resulte más familiar si recuerdan Los gritos del silencio (The Killing Fields), la película de Roland Joffé, con Sam Waterston de protagonista.
Schanberg, que cubría la Guerra de Vietnam, viajó a Camboya muchas veces desde 1970. En 1972 conoció a Dith Pran, y le cambió la vida. Pran era un joven nacido en la provincia de Siem Reap, la de los templos de Angkor Wat. Aprendió francés en el colegio e inglés por su cuenta. Cualquiera que haya visitado la zona podrá contar casos similares, de guías y conductores de tuk tuk que son capaces de comunicarse con turistas de medio mundo gracias al inglés juntado con frases de aquí y de allí.
Pran trabajó más duro. Logró empleo como intérprete para el United States Military Assistance Group, y cuando las relaciones diplomáticas de ambos países estallaron, en 1963, se ganó la vida traduciendo para todo tipo de empresas. Por ejemplo, para el equipo que grababa Lord Jim, con Peter O’Toole a la cabeza.
Schanberg y él se hicieron amigos y el joven camboyano era tan bueno que consiguió trabajo fijo, con sueldo mensual, un año después. Cuando las defensas de Phnom Penh cayeron, Pran mandó a su familia fuera, logrando que se instalaran en EEUU. Pero él se quedó con Schanberg y eso casi le cuesta la vida.
Con la llegada del ejército a la capital derrotada el caos fue inmediato. El corresponsal quiso quedarse y casi de inmediato fue detenido junto a un colega de The Sunday Times. Los soldados, sin instrucciones concretas y eufóricos por la victoria, los iban a fusilar. Los metieron en un coche y se los iban a llevar. Ordenaron al fixer y a los conductores que se fueran, pero Pran no lo hizo. Arriesgando su vida se quedó y trató incansablemente de convencer a los jovencísimos e irascibles soldados. Logró meterles la duda, pidieron órdenes y tras unas horas de tensión absoluta fueron liberados.
El 17 de abril de 1975 la poquísima prensa internacional que quedaba en el país se refugió en la embajada francesa. Pocos días después, sin embargo, los locales fueron expulsados de la zona segura y obligados a volver a las calles, a pesar de la sistemática persecución.
Schanberg no se lo perdonó jamás. La diplomacia francesa fue tajante, porque no tenía muchas más opciones. Todos los camboyanos tenían que irse, aunque sus maridos, mujeres o hijos de matrimonios mixtos siguieran ahí. No había opciones de dejar el país para traductores, asistentes y sus familias .Ni para Pran. El periodista del NYT cuenta cómo apenas pudo dar 1.000 dólares en efectivo a sus dos conductores y 2.600 a su amigo para que intentara sobrevivir a base de sobornos. Se lo explicó, lloraron y lo entendió. Una mañana dejó la embajada. Ambos estaban seguros de que era su condena.
Durante cuatro años Pran sobrevivió disimulando. Haciéndose pasar por taxista. Yendo de corto, sin zapatos, sucio. Sin levantar la voz. Fingiendo no tener ningún tipo de educación para no ser ejecutado con otros cientos de miles. En las peores épocas tuvo que vivir con una cuchara de arroz al día. Su padre murió de hambre en 1975. Su hermano fue asesinado por tener estudios. Él logró resistir a pesar de varias palizas casi mortales. Y después de la invasión vietnamita logró escabullirse y cruzar a Tailandia.
Lleno de heridas, delgadísimo, con los dientes podridos y sin fuerzas siquiera para abrir una botella.
«When he had difficulty yesterday getting the top off a bottle of orange soda, a friend teased him, saying he could not do it because he had lost all his strength. “Nothing to do with strength,” he said. “I just don’t know how to do it any more. You forget everything inside that country.”
Allí le esperaba su amigo. El 12 de octubre de 1979 publicó esta extraordinaria crónica en el periódico: Cambodian Reporter Who Fled ‘True Hell’ Tells of 4‐Year Ordeal. Un texto perfecto que lo cuenta todo, sin estridencias ni adornos. Describiendo uno de los horrores más inimaginables del siglo XX. Leedla, recomendadla, enlazadla. Enseñadla en las facultades.
Pran, tras escapar, viajó a EEUU. Su amigo le consiguió un trabajo como fotógrafo para el propio NYT. Se reunió con su familia y se divorció. Se casó y se volvió a separar. Se nacionalizó.En 1989 regresó a los campos de la muerte y escribió esto: Return to the Killing Fields. Mucho después, en 2008, murió de cáncer.
Visitar los campos de la muerte de Choueng Ek, a las afueras de Phnom Penh, es casi un deber cívico para conocer y no olvidar. Para intentar entender que en un país de siete milones de habitantes, casi dos millones murieron por la guerra, el hambre y las ejecuciones de un gobierno genocida. Para que en nuestro vocabulario la S21 ocupe lugares junto a Treblinka o Kolyma.
Pol Pot y la ingeniera social más salvaje y destructiva querían un país, una sociedad nueva. Una pesadilla imposible. Los jemeres rojos tenían una idea, esa idea contra la que Berlin nos previno:
“Let me explain. If you are truly convinced that there is some solution to all human problems, that one can conceive an ideal society which men can reach if only they do what is necessary to attain it, then you and your followers must believe that no price can be too high to pay in order to open the gates of such a paradise. Only the stupid and malevolent will resist once certain simple truths are put to them. Those who resist must be persuaded; if they cannot be persuaded, laws must be passed to restrain them; if that does not work, then coercion, if need be violence, will inevitably have to be used—if necessary, terror, slaughter. Lenin believed this after reading Das Kapital, and consistently taught that if a just, peaceful, happy, free, virtuous society could be created by the means he advocated, then the end justified any methods that needed to be used, literally any”.
Querían que se olvidara todo dentro de ese país. Mataron a dos millones de personas, pero no lo consiguieron. Intentaron que Pran lo olvidara todo con amenazas, hambre y torturas. No lo consiguieron tampoco.
A nosotros, afortunados, nos queda hacer todo lo posible para que ni ellos ni nadie olvide jamás lo que hicieron, lo que intentaron y el daño que provocaron los jemeres en Camboya. Schanberg y Pran se quedaron sobre el terreno cuando la muerte llamaba a la puerta y gracias a su esfuerzo, a su sacrificio, conocimos lo que pasaba.
El autor es un conocido periodista de The Economist, donde ahora firma la columna Schumpeter, y el ensayo lo publicó Intelligent Life. Es un texto fantástico, delicioso, de obligada y disfrutada lectura.
Una reflexión sobre dos hombres clave del Oxford del siglo XX. De edades similares. Colegas, pero no amigos. Un historiador puro y un historiador de las ideas que, incluso después de fallecidos, han sido éxitos editoriales. Dos personalidades fuertes, complejas. Con grandes éxitos y algunos fracasos.
Respetados, admirados, populares. Con una enorme influencia en el mundo de las ideas, pero también de la política o el periodismo. Dos recuerdos de una época intensa, de un mundo pequeño, elitista, aristocrático, formidable en muchos aspectos.
«The twin cults of Berlin and Trevor-Roper show no sign of fading. They continue to produce new books and fresh insights. They remind us of a world in which academics could be intellectuals and also wonderful writers, and of a time when, as Matthew Arnold put it in The Scholar Gypsy, ‘wits were fresh and clear,/and life ran gaily as the sparkling Thames’«.
Es curioso que alguien que disfrutaba «de la monotonía de la ruina» como Berlin dedicara a sus discípulos y a los alumnos en general tanto de su tiempo. Lo evocaba hace un tiempo Nick Kristof y, con más ejemplos, lo explicó estupendamente Hitchens en sus memorias de la época univesitaria.
He encontrado continuas referencias a Berlin en mis favoritos, más de las que imaginaba A la sonata para piano 960 de Schubert que le emocionaba en los dedos de Brendel.
He releído el ensayo de Enrique Krauze en Letras Libres: El profeta Isaiah. Sobre su identidad judía, la decisión de optar por la asimilación y no la emigración (de nuevo) y el desarrollo de la idea de libertad negativa contra el autoritarismo de Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon o De Maistre.
O en Rea Silvia, una reflexión sobre La mentalidad soviética. La cultura rusa bajo el comunismo y de cómo «los intelectuales bajo el régimen soviético fueron un instrumento más al servicio del Estado, algo que Isaiah Berlin supo ver y analizar a la perfección». Un análisis sobre el espíritu erasmista del filósofo y la influencia de los intelectuales.
Ha encontrado un par de muy buenas reflexiones en The New York Review of Books. El primero, publicado en 1968, sobre Alexander Herzen: The Great Amateur.
El segundo, el más importante para este post y para nosotros como sociedad lo recuperaron en 2014 con el título A Message to the 21st Century. Exactamente 20 años antes, Berlin aceptó el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Toronto. En su nombre se leyó éste discurso que contiene algunas de sus ideas fuerza más importantes.
Es EL discurso. Lo que deberíamos leer, estudiar, memorizar y enseñar. Lo que deberíamos tatuar en nuestras almas revolucionarias. Lo que nos enseña Víctor Lapuente en su El retorno de los chamanes. De verdad, tienen que dedicarle unos minutos.
Es un discurso, una lección, sobre cómo los horrores del siglo XX no fueron responsabilidad de sentimientos (miedo, codicia, odio tribal, celos, amor por el poder), aunque estos jugaron un papel importante, sino de las ideas. O más bien: de una idea en concreto.
[Los horrores]»They were, in my view, not caused by the ordinary negative human sentiments, as Spinoza called them—fear, greed, tribal hatreds, jealousy, love of power—though of course these have played their wicked part. They have been caused, in our time, by ideas; or rather, by one particular idea. It is paradoxical that Karl Marx, who played down the importance of ideas in comparison with impersonal social and economic forces, should, by his writings, have caused the transformation of the twentieth century, both in the direction of what he wanted and, by reaction, against it. The German poet Heine, in one of his famous writings, told us not to underestimate the quiet philosopher sitting in his study; if Kant had not undone theology, he declared, Robespierre might not have cut off the head of the King of France».
¿De qué idea se trata? De algo simple, tanto que asusta. Tanto que es difícil resistirse:
«Let me explain. If you are truly convinced that there is some solution to all human problems, that one can conceive an ideal society which men can reach if only they do what is necessary to attain it, then you and your followers must believe that no price can be too high to pay in order to open the gates of such a paradise. Only the stupid and malevolent will resist once certain simple truths are put to them. Those who resist must be persuaded; if they cannot be persuaded, laws must be passed to restrain them; if that does not work, then coercion, if need be violence, will inevitably have to be used—if necessary, terror, slaughter. Lenin believed this after reading Das Kapital, and consistently taught that if a just, peaceful, happy, free, virtuous society could be created by the means he advocated, then the end justified any methods that needed to be used, literally any».
«Si estás totalmente convencido de que hay una solución para todos los problemas de la humanidad, de que se puede concebir una sociedad ideal y que los hombres pueden lograrla simplemente si hacen lo que sea necesario para ello, entonces tú y tus seguidores debéis pensar que no puede haber un precio demasiado alto que pagar para abrir las puertas de ese paraíso. Sólo los estúpidos y los malvados se resistirían si se les presenta una verdad tan simple. Los que se resisten deben ser persuadidos. Si no pueden ser persuadidos habrá que aprobar leyes para contenerlos. Si eso no funciona, coerción. Si hace falta, violencia. Si es necesaro, terror, matanzas». (Traducción veloz mía). El fin justifica los medios, cualquier medio.
¿Qué se puede hacer ante algo tan obvio y poderoso como la Revelación? ¿Se puede hacer algo? La respuesta de Berlin es puro Berlin: «The central values by which most men have lived, in a great many lands at a great many times—these values, almost if not entirely universal, are not always harmonious with each other. Some are, some are not».
Hay que entenderlo, asumirlo, aceptarlo y respetarlo: los valores son y serán siempre diferentes y difícilmente compatibles. Libertad e igualdad, libertad y seguridad, justicia y piedad, imaginación y espontaneidad vs planificación y orden. La búsqueda de la verdad y la felicidad no siempre casan bien.
«If these ultimate human values by which we live are to be pursued, then compromises, trade-offs, arrangements have to be made if the worst is not to happen. So much liberty for so much equality, so much individual self-expression for so much security, so much justice for so much compassion. My point is that some values clash: the ends pursued by human beings are all generated by our common nature, but their pursuit has to be to some degree controlled—liberty and the pursuit of happiness, I repeat, may not be fully compatible with each other, nor are liberty, equality, and fraternity«.
Es decir: «we must weigh and measure, bargain, compromise, and prevent the crushing of one form of life by its rivals». Hablar, escuchar, negociar, ceder, pactar, perder, ganar.
Aquí Berlin me llama directamente. Lo escucho perfectamente, hace ya muchos años. «I know only too well that this is not a flag under which idealistic and enthusiastic young men and women may wish to march—it seems too tame, too reasonable, too bourgeois, it does not engage the generous emotions».
Berlin suena flojo, aburrido, burgués, blando. La de veces que habré llamado blando a Berlin en mi vida. Por querer pactar en vez de luchar, por no hacer frente (pensaba, idiota) al enemigo, al a fatal arrogancia, a los enemigos de la sociedad abierta. No levanta la voz y muchas veces deja que los más lanzados dominen el escenario, que vendan o impongan su mensaje. Que atraigan a los jóvenes con sus promesas de reivindicación, batalla y gloria.
Qué razón llevaba, llevó siempre. Lo sabía y sabía también que el camino no estaba en la guerra abierta, sino en la estrategia de guerrilla. En encontrar y señalar a los profetas del autoritarismo. Para eso había que leerlos, no ignorarlos. Remontarse a sus orígenes, a sus ideas, a sus fundamentos. Comprender de dónde viene su fuerza y dónde está su debilidad. Y escribirlo, contarlo y enseñarlo.
«Isaiah Berlin era un liberal, un hijo de la Ilustración. Pero también era un adulto. Sabía que el exceso de confianza de la Ilustración era un error, y que sus adversarios habían planteado objeciones, especialmente sobre el valor del conocimiento, que cualquier persona rigurosa debe tomar en serio. Pocos liberales son liberales cuando se enfrentan a sus críticos. Berlin lo era. Les dejaba hablar y escuchaba, aunque lo que los críticos expresaran tuviera la forma de gritos o lamentos, o aunque en última instancia sus puntos de vista, como los de Joseph de Maistre, le parecieran completamente odiosos. Se convertían en “casos” que ofrecían lecciones de las que la filosofía podía aprender», ha escrito con mucho acierto Mark Lilla, alguien que conoce bien los peligros de las ideas equivocadas de los intelectuales.
Berlin es fundamental para explicar, sin odios, sin rabia, sin ira, que el problema no estuvo sólo en la praxis. Jamás. El problema estaba, está, en las ideas, en lo que subyace. En ese espíritu redentor que nos ofrece el paraíso a un precio ridículo. Que nos promete el maná si se lo arrebatamos a los que nos lo quieren robar o los que siempre lo han escondido para su uso personal.
«El chamán es astrólogo, ideólogo o economista teórico, lo que corresponda a cada periodo histórico. El chamán conoce ese Mundo con mayúsculas. Da igual el álgebra que utilice, si se pone la túnica sacerdotal o la toga filosofal, o si sermonea desde el púlpito de una iglesia o desde el estrado de una universidad. Es un chamán porque transmite la certeza de que existe un orden cósmico. El negocio del charlatanismo es vender el sueño colectivo de ese orden. El charlatán nos alerta de que estamos lejos de ese orden, pero que alcanzarlo está en nuestras manos Para ello el chamán nos ofrece su plan, el Gran Plan», escribe Lapuente (página 86)
Berlin, en su discurso, en toda su obra, nos insiste en un precepto fundamental: «you must believe me, one cannot have everything one wants—not only in practice, but even in theory«.
Lena despacio, las veces que sea necesario. Si hubiera que memorizar una frase, menos de 20 palabras, deberían ser éstas: no podemos tener todo lo que queremos, ni en la práctica ni en la teoría. Sobre todo en la teoría. No es una cuestión de recursos, de gestión, de administración, de propiedad de los medios de producción, del boicot de los enemigos, de la falta de fe.
«Si queremos construir una sociedad más igualitaria, justa y sostenible necesitamos el sentimiento opuesto a la indignación: la templanza. Necesitamos aparcar el lenguaje grandilocuente de la ‘lucha’ y las ‘conquistas sociales’ y abrazar el lenguaje humilde del consenso y el pacto»… «La cultura de la templanza y del consenso nose asienta tampoco en unas instituciones políticas definidas, como una democracia madura o un particular sistema electoral, ni en un determinado umbral de renta per cápita. No se asienta en estructuras materiales o superestructuras inamovibles. Se asienta entre nosotros, pero no lo vemos. Ese factor incorpóreo, pero hercúleo, es la retórica política: cómo se configura el arte del discurso político, cómo respiramos y procesamos los problemas políticos. Un factor fundamental para entender por qué unos países prosperan en cierta armonía mientras otros se ahogan ante los problemas colectivos (Lapuente, páginas 19 y 20).
En sus ensayos «que trataron de tantos autores de tantos siglos, Isaiah Berlin creó una especie de ciudad intelectual que podemos explorar y en la que podemos volvernos más sabios, un lugar en el que podemos empezar al fin a pensar por nosotros mismos. Contra la corriente es una invitación abierta a visitar esa ciudad y unirnos a las cada vez más despobladas filas de los que no se dejan engañar», concluye Lilla.
Y no puede llevar más razón. Es todo una cuestión de ideas.
Estos días se cumple el 200 aniversacro de la batalla de Waterloo. Hay actos previstos, una fantástica recreación (a la que voy esta tarde) y muchos recuerdos.
En este post he recopilado unos cuantos artículos de estas semanas sobre la batalla, Napoleón, sus efectos y precedentes. Si hay alguno que me haya saltado, bienvenida es toda sugerencia. Iré ampliando según lea más.
El fin de semana pasado, en Crónica, también dedicamos varias páginas a la batalla.
– Tony Barber en el FT: «British patriotism: whose Waterloo?«. El título engaña un poco pero el artículo es muy bueno, con ideas de tres libros sobre la batalla que, de paso, se reseñan.
En El Mundo de hoy domingo, en la apertura de EM2, podéis leer el texto que he escrito sobre la apertura de Late Rembrandt, la exposición que se inauguró el jueves en Ámsterdam y a la que tuve la suerte de acudir.
La maqueta del periódico es espectacular.
En Orbyt tenéis el texto. Aquí dejo una versión algo más larga con algunas imágenes, de baja calidad, que hice yo mismo.
REMBRAND, LA POETICA DE LA IMPERFECCION
En julio de 1656, Rembrandt van Rijn se rindió. Tras pedir préstamos a todos sus amigos y conocidos y no poder devolverlos, tras ver cómo se derretían en sus dedos créditos sin intereses y tras vender algunas de sus pertenencias más preciadas, “elevando sus ojos al cielo ante la catástrofe como San Esteban bajo las piedras”, aceptó la realidad. Estaba arruinado.
A la desesperada había intentado transferir la propiedad de su vivienda, comprada años antes por 13.000 florines, a su hijo Titus, pero la ira de sus numerosos acreedores lo impidió. Para evitar la cárcel pidió la ‘cessio bonorum’ al Alto Tribunal de Holanda en La Haya. Un último recurso legal contemplado para ciudadanos “decentes” que hubieran caído en desgracia por accidente o mala suerte. La obtuvo, pero eso no evitó que su vivienda se llenara de ‘boedels’, comisarios de insolvencia que realizaron un pormenorizado inventario de todas y cada una de sus posesiones para ponerlas a la venta y saldar parte de sus deudas.
Rembrandt (1606-1669) perdió su casa, su estudio, su colección enciclopédica de arte y de objetos curiosos. Perdió décadas de recuerdos y cientos de extravagancias compradas y recogidas por todo el mundo. Fue el momento más bajo del pintor, el punto de inflexión de un hombre anciano, derrotado y humillado, considerado incapaz ante la ley.
Entre 1635 y 1640 había dicho adiós a tres bebés recién nacidos. En 1642, Saskia murió poco después de dar a luz a Titus. Los retratos de ella apagándose, pintados junto al lecho, muestran desagarro de una forma tan viva que duele. Tuvo un ‘affaire’ con una niñera y acabó en pleitos y drama. El gran genio lo había tenido todo. Fama, familia, honor y dinero. Felicidad y reconocimiento. Y de golpe, recién cumplidos los 50 años, no le quedaba nada.
Pero de la mano del dolor llegó la libertad más absoluta. Con sus pertenencias materiales Rembrandt perdió el miedo, el respeto. Dejó atrás las convenciones, las normas, los recelos. Se liberó de las ataduras de su formación clásica, de la política y de la religión, y encaró la última etapa de su vida, la más honesta, directa. Despreció en voz alta y en nombre de la creatividad el canon conservador del arte y a sus apologetas. Como el poeta y crítico Andries Pels, que lo bautizó como “el primer hereje de la pintura” y forjó la leyenda del hombre que ha inspirado durante 400 años a artistas como Degas, Delacroix, Van Gogh o Lucian Freud. “Cada pintor se considera a sí mismo un Rembrandt”, aceptó, humilde, Picasso.
A esa época tardía, la que va desde 1650 a 1669, le dedica el Rijksmuseum de Ámsterdam una esperadísima exposición, Late Rembrandt, que arranca hoy tras su paso por Londres. “Es una exposición sin precedentes, más completa que la de la National Gallery. La exposición del año. Y quizás de las mejores que se pueden ver en una vida. Es un artista en el mejor momento de su carrera. Un artista libre de convenciones, de restricciones, de límites”, explica a EL MUNDO Wim Pijbes, director del Rijksmuseum, que acogerá la selección de más de 100 pinturas, grabados y dibujos, llegados desde 35 ubicaciones diferentes hasta el 17 de mayo.<
La exposición, tan elegante como intensa, muestra y demuestra cómo el tiempo se convirtió en el gran aliado del maestro de Leiden. La colección, en dos bloques de la planta superior de la pinacoteca, arranca con tres autorretratos fechados entre 1659 y 1669, incluyendo el maravilloso oleo ‘Autorretrato como el Apóstol Pablo”. G. H. Hardy, en su brillante Apología de un matemático reconoce con pesar que “ningún matemático debería permitirse nunca olvidar que su disciplina, más que ninguna otra ciencia o arte, es un juego para hombres jóvenes”. Rembrandt, emprendiendo un giro valiente e inesperado, demostró con sus dibujos, aguafuertes y pinturas que en su campo ocurre lo contrario.
El hijo de un molinero quiso pintar siempre “desde la vida”. Rompiendo las ideas de belleza y fealdad heredadas de Grecia y Roma. Cuando sus contemporáneos miraban a Francia y su moda en busca de guía él puso sus ojos en Tiziano y definió su propio estilo. “El impacto es evidente porque las obras van directas al corazón del público, sin filtro. El Rembrandt tardío es todo emocional. Le pasó todo. Perdió a su mujer. Perdió a sus hijos. Se arruinó. Pero es libre y pinta sin restricciones. Es una exposición conmovedora”, explica Taco Dibbits, director de Colecciones del museo y uno de los responsables de la selección.
Los pasillos llevan por un viaje en el tiempo que combina la técnica del siglo XVII con la pasión por la razón del XVIII, el amor romántico por el descubrimiento del XIX y el giro positivista de casi principios del XX. Rembrandt, como los historiadores de la escuela de Ranke, quería pintar la vida “tal y como es” y no como debería ser o querríamos que fuese.
“Fue muy criticado en la época, pero no le prestó la menor importancia a las ‘leyes’ del arte. Pintó de forma directa. Incluso de una forma económica sin precedentes. Llega un momento en la vida en el que las personas ya no sienten la presión, las obligaciones de limitarse en lo que dicen. Rembrandt, si alguien tiene una cara extraña, la pinta. Si tiene una imperfección, no la ignora, la busca”, añade Dibbits.
El pintor tenía que comer, y aceptó encargos convencionales, clásicos, a cambio de importantes sumas. Fue el genio que nos dejó La lección de anatomía a los 26 años y la Ronda de noche a los 36. Pero en vez de acomodarse no dejó de experimentar y de llevar las fronteras un paso más allá de lo que se consideraba aceptable y apropiado, digno, para el arte. “Desde el principio se sintió poderosamente atraído por la ruina, por la poética de la imperfección. Disfrutaba trazando las señales que dejaban las dentelladas de la experiencia mundana: los hoyuelos, las picaduras, los ojos enrojecidos o las arrugas en la piel que daban al rostro humano una riqueza multicolor”, resume Simon Schama en su colosal y abrumadora obra Los ojos de Rembrandt.
Las dos últimas décadas de su larga carrera son los años en los que experimenta sin parar con todo tipo de técnicas para dar formar a sus obras más atrevidas, individualistas e íntimas. “En sus primeros años intentó plasmar mucha acción, pasión, movimiento. Se ven cuchillos a punto de caer. Pinta cosas para que sean vistas. Pero en su periodo tardío está mucho más interesado en figuras que viven y sienten, que se quejan, sufren. Que tienen conflictos internos. No son rostros fríos, sino que podemos ver qué hay en ellos, qué esconden”, explica Gregor J. M. Weber, responsable del Departamento de Artes Decorativas del Rijksmuseum.
Weber elabora una teoría junto a uno de los cuadros más hermosos y profundos de la exhibición, la Mujer anciana leyendo. Una obra poderosa y sencilla, quizás representando a la madre de su amigo y benefactor Jan Six. “Rembrandt es un artista que está realmente ocupado en las décadas de 1650 y 1660. No puede dejar de buscar para encontrar nuevas soluciones, respuestas. Desde luego, lo que más llama la atención es la luz, porque él es el gran maestro, el mago de las sombras. En la Mujer anciana leyendo se ve el efecto, la fuerza. La luz brilla desde el corazón del libro y se refleja en su cara. Es una luz indirecta que hace que la escena sea íntima. Mire sus manos. Estamos muy cerca, en la sala leyendo la Biblia con ella. Al pintor le interesa la intimidad, acercarse a los sujetos, a los modelos. Y esto es un precioso ejemplo de ello”.
Luz, silencio e intimidad son quizás las palabras que mejor recogen el espíritu de la muestra. “Con gusto daría 10 años de mi vida si pudiera pasar dos semanas contemplando el cuadro sólo con un trozo de pan seco que comer” escribió Van Gogh en 1885 tras descubrir La novia judía, uno de los capolavori de la colección.
Y lo mismo vale para el Retrato de Jan Six, quizás el mejor de todo el siglo XVII. Para LaConspiraciónde los Bátavos bajo Claudio Civilis, Los Síndicos o La lección de anatomía del doctor Joan Deyman. Pero también para los bocetos de desnudos o los crudos dibujos de Elsje Christiaens ahorcada. “Excepto por las Sagradas Escrituras, Rembrandt no se preocupaba por otro libro que no fuera el de la decadencia; con sus verdades escritas en las arrugas marcadas sobre la frente de hombres y mujeres ancianos. Era un pelador compulsivo que rabiaba por descubrir la envoltura de las cosas y las personas y extraer el contenido en vuelto en ellas”, afirma Schama, uno de los grandes expertos en el arte barroco holandés.
“Tuvo que ser un pintor muy obsesivo, que se juzgaba con dureza. Quiere saber cómo hacerlo todo. La mejor forma de pintar el reflejo de la luz en una cuchara o un gesto de ternura. Cómo crear un efecto tridimensional en una superficie plana”, indica Tido Dibbits. Los problemas son siempre los mismos, pero la forma técnica de afrontarlos cambia, mejora, durante toda su vida porque no encuentra satisfacción. Quiere ser mejor, mejor, mejor.
“El Rembrandt de sus últimos años da siempre un paso hacia lo desconocido. Es lo que distingue a los grandes maestros. Están dispuestos a dar un paso más, sin saber a dónde lleva, pero deseando descubrirlo. Por eso fue tan innovador”. Pero la suya no fue el tipo de obsesión que conduce a la frustración o la ira. Es una obsesión exploratoria. “No vemos desesperación, no en la forma en la que pinta. Sus autorretratos no muestran dolor, dicen: éste soy yo, tomadme tal y como soy. No quiere cambiarlo”, precisa Gregor Weber.
Sabemos, por sus discípulos, que Rembrandt el maestro también fue implacable. Cada uno de ellos pagaba hasta 100 florines al año por recibir instrucción en du estudio, y él sólo les prestaba atención directa o indirecta a partir del segundo año, como pronto. Llegó a tener más de 50 pupilos, y pese al volumen de ingresos, siempre tuvo apuros financieros. “Gastaba dinero como agua. No lo derrochaba en vicios. No iba a los cafés o a las tabernas como sus colegas y amigos. No hizo nada no relacionado con el arte. Pintaba, enseñaba y compraba. Era un marchante. Pensaba, respiraba y comía arte”, aclara Leonore van Sloten, responsable de la colección de la Casa Museo del pintor en el centro de Ámsterdam.
“Era un perfeccionista, un maestro muy severo que estaba convencido de que igual que un niño aprende a andar practicando, un artista domina la técnica trabajando, por eso pintaba sin descanso. Nunca salió de Holanda, pero tenía 800 páginas de grabados de todo el mundo. Pagó una fortuna por ello. Rembrandt, como Bacon, continuamente estudió, sin descanso, para ir siempre un poco más allá”, prosigue la responsable.
En sus cuadros finales, reunidos por primera y quizás última vez, el holandés reduce al mínimo las expresiones faciales, los movimientos, la cantidad de figuras. No le interesa la lucha exterior, sino la interior. “En la exposición se ve cómo él hace una sugerencia y el espectador la completa. Es cuando haces una película. Puedes grabar la realidad, a una persona andando por una habitación. Sin más. Y sin embargo, algo tan normal puede parecer poco real. Y con un montaje, cambiando planos, haciendo que el plano sea más corto, logras que parezca mucho más vivo. Eso es entender al que mira. Y es lo que hace de Rembrandt el más grande de la historia junto a Velazquez”, concluye el responsable de Exposiciones del Rijksmuseum.
Para Rembrandt, al igual que para Shakespeare, el mundo entero era un escenario. “Ningún pintor observó nunca con una inteligencia tan pródiga ni una compasión tan inagotable los estímulos previos a una situación, las reacciones posteriores y el desordenado espectáculo que se ofrece entre ambos”, escribió Schama hace casi 40 años.
En las obras expuestas en Ámsterdam se nota la transición desde el detalle al conjunto. Hay una eficiencia increíble en su trabajo final. Para mostrar un pliegue necesita sólo un gesto, un golpe de pincel. Comprende que sólo necesita unas pocas palabras, unos trazos. Entiende en la espectacular Simeón y el niño Jesús que apenas unas figuras oscurecidas, esbozadas, bastan. Entiende, con Chesterton, que el arte, como la moral, consiste en saber dónde trazar las líneas. Y que bien hecho, permiten no sólo ver, sino sentir, oler y casi tocar.
Permiten, nos permiten, oír a Simeón, con los ojos cerrados y bendecido con el don de sostener al redentor entre sus brazos, susurrar “ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz” (Lucas 2:29). Permiten encontrar algo recto en el fuste torcido de la humanidad. Rembrandt, el tardío, permite disfrutar de la fuerza de la libertad en la poética de la imperfección.
La semana pasada, mi compañero Fernando Palmero publicó en El Mundo una serie de historias tituladas: «Españoles en la Primera Guerra Mundial», sobre escritores, periodistas y corresponsales. Una al día. Y es buenísima, erudita, de lectura obligada y deliciosa. Llena de literatura, ideas y polémicas. Una crónica del país intelectual de inicios del siglo XX.
Mi favorito es seguramente el segundo, el de Sofía Casanovas. Y el de León. Leed, carajo, leedlos todos. De lo mejor que hemos publicado en tiempo.
1) «El quinto jinete«. Vicente Blasco Ibañez. Escritor, activista político y periodista exiliado en Francia. Fue el autor más leído en Europa y en América gracias a Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una novela con la única finalidad de apoyar la causa aliada en la Guerra y que le permitió acumular una inmensa fortuna.
2) «Fuera de control«. Sofía Casanova: poeta, novelista y corresponsal de ABC en el frente del Este. Nacida en Almeiras (La Coruña) en 1861, se convirtió en la escritora que mejor conoció los horrores de la Gran Guerra en Varsovia, Moscú y San Petesburgo, desde donde relató la caída de los Romanov y el ascenso del terror bolchevique.
3) «Imaginar el frente«. Agustí Calvet, ‘Gaziel’, escritor y corresponsal de La Vanguardia en París. Estudiante en la capital francesa cuando estalló la Gran Guerra, abandonó sus trabajos académicos para dedicarse al periodismo. Sus crónicas desde el frente tuvieron tanto éxito que fueron reunidas en varios volúmenes
4) «Peinar la guerra«. Corpus Barga. Corresporal, prematuro poeta y novelista, decidió sin embargo consagrar su vida a la política y el periodismo, dos actividades que concebía como inseparables. La primera a través de la acción; la segunda, entendida como el arte de la propaganda.
5) «Añoranza imperial«. El escritor Ricardo León, elegido miembro de la RAE con sólo 35 años, fue uno de los autores más leídos y alabados en los primeros años del siglo pasado y constituyó una ineludible referencia literaria y moral para varias generaciones de escritores.
6) «La nación en armas«. Ramiro de Maeztu. Escrito y corresponsal en Londres desde 1905. Visitó el frente acompañando al Ejército inglés en Italia, Francia y Flandes durante el verano del 16, desde donde firmó una serie de crónicas de tono indisimuladamente anglófilo. Algunos de sus escritos los recopiló en Inglaterra en armas.
7) «El nuncio espiritual«. Ramón María del Valle Inclán. Enviando por El Imparcial al frente francés, el padre del esperpento vio en su relato sobre el conflicto europeo la ocasión de desprenderse del modernismo y aventurarse en un nuevo estilo literario más cercano al expresionismo.
«(…) La decisión les corresponde a los hombres del siglo XXI, liberados de las tradiciones y de las ideologías, pero confrontados con el resurgimiento del nacionalismo y de los integrismos religiosos. Más que nunca su condición es trágica, porque su destino sólo depende de ellos mismos, porque son libres de hacer lo mejor o lo peor con los formidables medios de acción, los conocimientos y las tecnologías de los que disponen.
Les corresponde a los hombres, que hoy son más y son mayores, ponerse de acuerdo para ocuparse de un planeta que ya no puede poner a su disposición una cantidad ilimitada de recursos. A los hombres, que hoy están más unidos y más solos, que están más próximos y son más extraños, definir los principios, las instituciones y las normas para preservar el bien común de la humanidad.
A los hombres, más poderosos y vulnerables, cuya actividad se proyecta en los espacios vírgenes del cibermundo, al mismo tiempo que la convergencia de las tecnologías de la información y de la biología los autoriza a intervenir en su naturaleza a través de su patrimonio genético, abriendo el camino de nuevas terapias, pero también de una temible eugenesia.
“El gran intelectual –escribía Malraux- es el hombre de los matices, de los grados, de las cualidades, de la honestidad consigo mismo, de la complejidad. Es, por definición, por esencia, antimaniqueo”.
Aron pertenece a la pequeña cohorte de intelectuales que rechazan las certidumbres adquiridas a toda prisa, pero falsas, los juicios de valor definitivos, pero sesgados; las arquitecturas intelectuales formalmente perfectas, pero desvinculadas de la realidad, y prefiere la modestia frente a un conocimiento que siempre es parcial, que se hurta a medida que se descubre, y frente a una historia cuyas sorpresas siempre serán más fértiles que la imaginación de los hombres.
Pero sería completamente erróneo ver en Aron los signos de un pesimismo irreductible o de una forma de renuncia. La conciencia de los límites del saber o de la acción no menoscaba en absoluto la emancipación que los hombres pueden conquistar gracias a su trabajo y a su búsqueda de la verdad. La libertad nunca es una causa perdida, como mostró el hundimiento de los totalitarismos y como confirma la insurrección iraní de 209. La historia sólo es trágica en la medida en que el hombre es completamente libre para afrontarla sin otra guía que su conciencia, sus dramas y sus plagas, así como sólo a él pueden atribuirse los éxitos. Ello no legitima en absoluto la renuncia o la indiferencia, sino que constituye, por el contrario, un llamamiento a la movilización, una sana invitación a los ciudadanos y a los dirigentes a tomar las riendas de su destino y de sus naciones, de sus continentes o del planeta.
El mensaje final de Aron consiste pues en el optimismo y la esperanza. No existe ninguna fatalidad por la cual la última palabra deba ser el odio y la violencia. No existe ninguna razón, llegada la hora de la globalización, para perder la esperanza en las democracias o en el futuro de la libertad. Contra los fanáticos y los cínicos, el mejor de los antídotos sigue siendo la razón, que otorgó unidad a la vida y la obra prolífica, tan filosófica como polémica, sociológica, histórica, universitaria y editorial, de Aron.
Patriota francés y ciudadano del mundo, republicano y liberal, figura central del pensamiento político y defensor de la libertad, Aron es el mejor de los compañeros de camino para transitar los escarpados senderos de la historia del siglo XXI, cuyo desafío fundamental se encuentra perfectamente explicado en sus Memorias. “Si las civilizaciones, todas ellas ambiciosas y precarias, deben realizar en un futuro lejano los sueños de los profetas, ¿qué otra vocación universal podría unirlas sino la Razón?”.
Nicolas Baverez: Raymond Aron y la época de la historia universal. En Raymond Aron: «Memorias. Medio siglo de reflexión política«. RBA. 2013, página 31
En El Mundo de hoy miércoles, en EM2, mi larga entrevista al canadiense Michael Ignatieff.Sobre Maquiavelo, Berlin, la política, los medios de comunicación, el papel del Estado, Snowden y las amenazas a las sociedades liberals. Pero sobre todo, sobre la idea de libertad.
La maquetación, como ya nos tiene acostumbrados el equipo de Cuartango y Rodrigo Sánchez, es una pasada.
Historiador, periodista y ensayista, en 2005 Ignatieff se dejó tentar por Siracusa y se pasó a la política, llegando a liderar el Partido Liberal.
Ahora se publica en español su Fuego y cenizas, unas memorias en las que detalla el fracaso que supuso su carrera. Es también un vívida descripción de la política real, la del juego sucio, el agotamiento físico y las palabras comedidas.
A finales de los 90, de la mano de su magnífica biografía, descubrí a isaiah Berlin. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido.