Brian J. Boeck en Longreads: Stalin’s Scheherazade. An opportunistic literary caper became a lifelong con — with no possibility of escape. La vida de Mikhail Sholokhov.
Amy Chozik en The New York Times: “You Know the Lorena Bobbitt Story. But Not All of It“. In the 1990s, she was the topic of tabloid headlines and comedy skits. Now, as a documentary series takes on the story, she opens up about how that one night changed her life.
Hoy, desde París, escribe Iñaki Gil en el periódico sobre los medios franceses. “Noticias hay muchas y usted puede leerlas gratis en muchas partes. Pero si usted quiere mis exclusivas, mis grandes reportajes, mis opiniones… tiene que pagarlo. Esa es la filosofía que comparte la prensa francesa de calidad. Y que cada día avalan más ciudadanos. Tres cabeceras, dos títulos señeros de la era del papel (Le Monde y Le Figaro) y un medio nativo (Mediapart) superan los 100.000 abonados digitales. Le Monde, faro de la izquierda y vespertino en los kioscos físicos, ha alcanzado los 180.000 abonados y Le Figaro, matutino conservador, superó la cota de los 100.000 en noviembre, según datos de OJD. Entre ambos el más exitoso de los nativos con 140.000 abonados“.
Hay mucho debate sobre los medios de comunicación, modelos de negocio, ingresos, publicidad, muros de pagos, cobro, contenido de calidad. Qué les voy a contar. Hemos cometido errores, muchos y devastadores, ya lo saben. Ya lo sabemos. Podemos debatirlos todos, me encontrarán en el lado más autocrítico y no en el más optimista de cara al futuro.
La mayoría de los que me leen, de los que leen, ya no compra periódicos en papel. Miran la web, las páginas web, muchas. Algunos, pocos, están abonados a ediciones digitales. Conozco todos los argumentos y no voy a tratar de convencerles de nada. Un periódico como el mío cuesta 1,50 en kioskos. Infinitamente menos en suscripción, impresa o no.
Hoy, un día cualquiera, tiene 60 páginas impresas de contenido. Por ejemplo
Hay decenas de artículos, analisis, crónicas (políticas, deportivas, sociales), infografías, un diseño muy trabajado, fotografías de primer nivel. Un periódico es un increíble esfuerzo diario que va mucho más allá de un título desafortunado, de una barbaridad viralizada. No es ninguna justificación, me disgustan, escandalizan o indignan cosas como a todos. No deberían estar, y explican y quizás justifican las fugas de lectores. Pero una parte no es el todo. Y si sólo les llegan fragmentos que otros han seleccionado, si sólo les llega lo peor, si sólo escogen una instantánea al azar o dejan que sean algoritmos los que escojan sus lecturas, no lo apreciarán en su justa medida.
Para mí, leer un periódico es disfrutar una columna, aprender con una crónica, informarme con noticias y contextualizar con un análisis. Pero es también leer algo que me cabrea y me incomoda, que me revuelve por dentro. Leer aquello con lo que no comulgo, que rompe mi círculo. Es leer también a quien defiende lo contrario, lo que me parece indefendible. Porque el mundo no soy yo y mis circunstancias.
Podemos debatir de todo lo que quieran, sobre si lo dan gratis aquí o en otro sitio, lo mismo o parecido. Sobre los artículos que ofenden, sobre los errores, las frivolidades, el clickbait, el amarillismo, la reiteración, las declaraciones. Los columnistas desatados. El fomato, los enlaces, la velocidad, las erratas. Sobre si nos merecemos un margen de confianza o no. Sobre redactores cuestionables, por decir algo amable, y si lo bueno compensa a lo malo. Sobre líneas editoriales. Lo que gusten. Pero si me preguntan a mí, suscrito a más de media docena de publicaciones, les diría que esto sí vale 1,5€. En papel o en web. Y esto es el primer paso. Si no logramos un acuerdo en lo más básico, el resto nos va a dar igual.
Termino 2018 con más libros leídos (aquí están casi todos) que en 2017, con más series vistas y probablemente con más deporte en mis piernas, pero una sensación amarga de no haber aprovechado, disfrutado y aprendido como podía. Como (creo) quería.
Ha sido un año de cambios, de salidas, de tristes despedidas y ausencias. De cierta sensación de vacío emocional y personal. Con, una vez más, un inexplicable blackout, en el trimestre después del verano, en el que soy prácticamente incapaz de tocar un libro y girar una página, ni de ficción ni de ensayo. Ya me pasó en 2016 y 2017. Al princio buscaba y tenía teorías, pero he acabado por dejarlo correr. Si es así, que así sea.
La literatura siempre ha sido una forma de conversación. No busco provocación, no busco proezas estilísticas, ni me cuelan ya trampas y falsas dicotomías morales o estéticas. Me gusta escuchar. Los desnudos totales, la cirugía a corazón abierto, y eso, claro, no es fácil. Tenemos miedos, inseguridades, traumas, complejos, fantasmas. Nos cuesta decir lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos. Lo que nos gusta y lo que nos repugna, lo que nos excita y lo que nos atrae, sobre todo si se sale de la norma. Los libros llenan en buena parte ese vacío, esa añoranza y esa necesidad.
Hoy, más que nunca, me llaman los silencios, la impotencia, la cobardía (la emocional, no la física). En lo que he léido y en lo que me encantaría saber escribir. Lo veo con un prisma mucho más definido y me pregunto, mientras leo, por qué no fui capaz de actuar de otra forma cuando estaba claro que podía. Qué es lo que me frenó o lo que me empujó a hacer el idiota. El frágil equilibrio entre necesidades, aspiraciones y exigencias. Do ut des.
En los años pasados descubrí, a menudo por las malas o malísimas, que soy mucho más flexible de lo que pensaba y que eso está bien. Que la asimetría es perfectamente llevadera y acaba más veces en la tranquilidad y la felicidad que en desastre. Pero también he constatado que puedo serlo muchísimo más. Que la generosidad, como la vida, no implica ni debe implicar reciprocidad. Y que si lo aceptas y dejas de chocar contra una idea predeterminada de la lógica, serás, seré, más feliz.
Miro atrás y aunque ha sido un año un tanto triste y algo más solitario de lo habitual, acabo razonablemente bien. Más fuerte, más maduro y mucho más libre de prejuicios, axiomas y dogmatismo. He librado demasiadas batallas y aunque no sé si puedo decir que haya ganado, tengo muy claro que no he perdido.
Para Wilde, era “abrumadoramente triste que el talento dure más que la belleza”. No puedo discrepar más. En 2018 he encontrado talento desbordante , mucho más que belleza, y eso me ha hecho muy feliz.
Aquí os dejo mis favoritos de los últimos meses.Ensayo y ficción sin un orden ni criterio especial más allá de los dos primeros.
Muy feliz 2019 a todos y gracias por estar siempre ahí.
Calles Este-Oeste, de Philippe Sands. Extraordinario. Uno de los mejores libros que he léido en los últimos tiempos. Cuatro historias familiares y tres grandes investigaciones paralelas: la de los abuelos del autor, la del jerarca nazi Hans Frank, la de Hersch Lauterpacht y la de Rafael Lemkin. Un repasto exhaustivo, minucioso, a la insportable destrucción del siglo XX a través de casos cercanos, personales .Cómo de una pequeña facultad de leyes en Polonia salieron dos rivales que cambiaron para siempre el Derecho Internacional. Un talento narrador inmenso combinado con una precisión quirúrgica, un trabajo de historiador y cronista con una desbordante pasión en primera persona. Y todo alrededor de la ciudad de Lemberg, Lviv, Lvov, Lwòw, sus secretos y sus desgracias.
La primera mano que sostuvo la mía, de Maggie O’Farrell. Qué barbaridad de libro. Una novela perfecta, conmovedora. Qué talento para mirar, describir, contar. Para penetrar en sus personajes. Para el detalle, para los sulencios. Para comprender los resortes del pensamiento y el miedo. Para sentir la vida como soledad, como falta de control. Una dolorosa radiografía de un alejamiento imparable entres seres que se aman y de cómo las relacione se pudren centímetro a centímetro. Y qué ganas de llorar. Me había gustado ‘Tiene que ser aquí”, pero éste es muy superior. Mi obra de ficción favorita este 2018.
Con rabbia, de Lorenza Mazzetti. Hay rabia, mucha rabia, en casi cada página de este libro. Tiene cincuenta años y una vigencia increíble y poderosa. Penny es adolescente y vive, aprende y crece en un entorno que no entiende, no soporta y la asfixia. Es explosiva, pura, intensa, inteligente, incontrolable. Y arrastra una pena, una rabia y una furia absoluta hacia un mundo que permitió el exterminio de su familia en el Holocausto. Hacia los adultos. Hacia la sociedad que convierte a las niñas en inferiores a los niños. Hacia la religión. La pecatería. Rabia ante el machismo, la hipocresía de sus referentes. Y miedo, mucho miedo por todas partes a perder el control, a salir de la seguridad de la infancia. Hay muchísima frustración, dolor, pasión, ganas de rebelión. Y literatura de primer nivel.
Todo lo que no conté, de Celeste Ng. Todo lo que no conté es una novela dolorosa. Qué triste, y qué bueno. Cada vez me llegan más las historias sobre distancias inapreciables, los códigos rotos, las conversaciones imposibles. Sobre todo lo que (nos) pasa y somos incapaces de decir y de ver. De cómo asistimos en primera fila a la caída de nuestras vidas pero nuestros fantasmas, nuestros miedos , nuestro orgullo, nos impiden reaccionar. Lo simple convertido en un muro que crece día a día. Celeste Ng tiene un talento desbordante para transmitirlo a todos los niveles. Entre el matrimonio, entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos, entre vecinos, entre razas y hasta entre aparentes enemigos. Todos ellos, en algún momento, son capaces de detectar increíblres sutilezas en la vida, el comportamiento y el caracter de sus seres más cercanos. Pero son incapaces de ver lo que tienen delante, de pensar con claridad, de evitar cometer los errores más estúpidos y graves. Son, sobre todo, incapaces de decir y de aceptar la verdad.
Sing, unburied, sing, de Jesmyn Ward. Buenísimo. Espectacular ejercicio. Bellísimo en la tristeza, demoledor en la crónica. Siglos de humillaciones, derrotas y fracaso en la piel de los protagonistas. Raza, división y pobreza en un país herido. Un talento descomunal para relatar la degradación, la impotencia (o más incluso, la derrota interiorizada hasta el punto no de saber que existe siquiera el derecho a luchar o protestar). El dolor de la abuela, la entereza del abuelo, la inteligencia de los hijos. La rabia por la madre y el padre, tan deprimentes e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos. Drogas, cárcel, Mississippi. Brillantísima.
After Europe, de Ivan Krastev. Krastev es ahora mismo el analista más interesante para intentar comprender Europa y sus problemas. El profesor búlgaro ha logrado una combinación casi perfecta entre la historia y presente. Con una crítica feroz, algunas recetas y una capacidad extraordinaria de simplificar lo complejo y ver lo infinitamente complicado en lo que aparentemente es obvio. Escribí esto inspirado en sus ideas y el material del libro lo he usado en muchas charlas y tertulias. Leed todo lo que os caiga en las manos, antes de que pierda en toque.
The Future oh Humanity, de Michio Kaku. Fantástico libro. Ameno, profundo, completo, bien escrito. Uno de los que más he disfrutado los últimos meses sin duda. Un repaso extraordinario a lo que podemos y no podemos hacer todavía partiendo de una premisa muy simple: el futuro de la humanidad no está en la tierra. Vemos el desarrollo de cohetes, de naves, de ascensores. El ¡terraforming’ de Marte, la luna o asteroides. Viajes interestelares, la inmortalidad, inteligencia articifical, nanotecnología. Kaku tiene un don para la narración y para guiar a profanos en un campo de ciencia avanzada. Más que recomendado a todo tipo de lectores curiosos.
La fractura, de Philip Blom. Las primeras 30 páginas son un ensayo casi perfecto sobre el periodo de entreguerras. Qué bueno es Blom. Un estilo y un conocimiento inmenso para conocer la época, las fuentes, los hechos, los vínculos. Para relacionar la música y el arte con al teconología y la política, al guerra con la danza, la psicológica de masas con las figuras individuales. No me gustó tanto como Años de Vértigo, serguramente porque éste peca de ambicioso. Apunta a “Occidente”, que es Europa y EEUU básicamente, sin tocar Australia, o Canadá, sin menciones a América Latina. Y abarca tanto que algunas partes quedan cojas o menos atadas que sus obras anteriores. Pero se disfruta mucho.
Lady L., de Romain Gary. Es un extremista del alma”, dicen de uno de los protagonistas. Lady L es un libro (estupendo) sobre contradicciones, nihilismo, pasión. Sobre libertad y la esclavitud de su misma idea. Entre la independencia y la sumisión. Me encanta Gary y cómo esconde la profundidad tras la frivolidad. Nos habla de los “Soñadores de lo absoluto que toman su nobleza y la exquisita cualidad de sus sentimientos por doctrina sociológica (..) lanzan sus bombas como Víctor Hugo sus destellos poéticos”. Gary mezcla, pervierte, el anarquismo emocional con la flema más británica posible. Y une lo imposible a través de la devoción, una y otra vez. “Después de casi 40 años, la amaba con una constancia tal que a veces le parecía que no iba a morirse jamás, simplemente porque no podía imaginar que el cariño que tenía por ella pudiera tener un fin”
Vértigo, de Joanna Walsh. Íntimo, cuidado, quirúrgico. Un desnudo valiente, total en algunos instantes, del corazón y la mente. Las desmonta pieza a pieza, deconstruye desde el final hasta el principio el pensamiento, su pensamiento, por boca de muchas mujeres, de ella misma muchas veces y en diferentes lugares y épocas. Es un libro muy especial, en la forma de escribir, pero sobre todo de mirar, enfocar y diseccionar. Hay una profundidad asombrosa en su percepción y una ingenuidad delicada en sus pasos y su indecisión. Es incisiva y vulnerable. Quiere dar pasos, pero cada uno de ellos le quita el aliento, literalmente, y le da vértigo. Y el resultado, prístino, es terriblemente triste y pesimista.
El ojo del observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada, de Laura J. Snyder. El libro de Snyder es una investigación finísima, quirúrgica. Miles de detalles del día a día sobre vestuario, inventario, costumbres, cuentas, comidas. sobre la época y sobre sus protagonistas. Está claro que es un ensayo mucho más sobre Leeuwenhoek que sobre Vermeer. La pasión con la que habla del científico, su conocimiento absoluto, es fascinante y contagiosa. A Vermeer lo conoce y lo disfruta menos. Entiendo la técnica, pero no le fascina el artista. Sin embargo, y a pesar de eso, la forma en la que escribe y aprendes sobre la mirada, la importancia de querer ver y de creer para ver es extraordinaria. Más que recomendable.
Muerte de un hombre feliz, de Giorgio Fontana. Giacomo Colnaghi es fiscal antiterrorista en el Milán de principios de los 80, los años de plomo. Viene de abajo y cree y quiere creer que aunque la suya no es una socidad totalmente justa, ni buena, ni perfecta, es abierta y democrática. Que hay oportunidades si trabajas. Que las hay, si eliges. Le atormenta no ser capaz de entender a los críos que deciden matar por sus ideas. Es un hombre solitario, austero, adicto al trabajo. Y atormentado (en su acepción más laxa) por el padre partisano al que nunca llegó a conocer. Como él, quiere hacer lo correcto, lo que debe, a pesar de los riesgos. Es creyente, conservador en sus principios pero abierto en sus actitudes. Tímido, introvertido, incapaz de expresar la mayoría de sus sentimientos, sufre cuando se da cuenta de que la debilidad de su hijo le irrita más de lo que le despierta compasión. Necesita hablar y aunque no logra explicarlo, como la mayoría de nosotros, cree que se salvará siendo escuchado. Y mira al mundo, sin saberlo, siguiendo los versos de Dylan Thomas:
And all your deed and words / Y todos tus actos y tus palabras Each trueth, each lie / Cada verdad, cada mentira Die in injuring love / Mueren en el amor que no juzga.
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Cada vez más amigos se van apuntando a hacer listas anuales. Aquí os dejo las que he visto.
Rukmini Callimachi en The New York Times: “The ISIS Files, When terrorists Run The City Hall”. Thousands of internal documents that help explain how the Islamic State stayed in power so long. On five trips to battle-scarred Iraq, journalists scoured old Islamic State offices, gathering thousands of files abandoned by the militants as their ‘caliphate’ crumbled. La conclusión, o al menos una de ellas, es notable: “The documents and interviews with dozens of people who lived under their rule show that the group at times offered better services and proved itself more capable than the government it had replaced”. Y llamativa: “More surprisingly, the documents provide further evidence that the tax revenue the Islamic State earned far outstripped income from oil sales. It was daily commerce and agriculture — not petroleum — that powered the economy of the caliphate”.
Amos Harel y Aluf Benn en Haaretz: “No Longer a Secret: How Israel Destroyed Syria’s Nuclear Reactor“. It was one of the Israeli army’s most successful operations, but was censored for over a decade. Now, a Haaretz investigation goes behind the scenes of the 2007 strike on ‘The Cube,’ shortly before it became an active nuclear reactor: From the intelligence failures and American foot-dragging, to the arguments at the top levels and the threats of a total war with Syria.
Jonathan Izard en The Guardian: “‘I had become a killer‘: how I learned to live again, after running a man over”, un texto maravillosamente escrito desde el dolor y el remordimiento más profundo. Un accidente, apenas un instante en una larga vida, y cómo todo cambia para siempre. La depresión, el miedo, y cómo los ánimos llegan de los lugares más inesperados.
Eric Alder en The Kansas City Star: “Hundreds of Missouri’s 15-year-old brides may have married their rapists“. Un mayor de 21 años no puede tener relaciones sexuales con una menor de 17. Es violación. Salvo que estén casados. Y por eso cientos de parejas van cada año a Missouri a firmar los papeles. Vía Droblo.
María Hernández en El Mundo: “Las últimas raquetistas“. Entre 1917 y 1980, decenas de mujeres del País Vasco y de fuera de la región coparon los frontones de todo el país jugando a la pelota con raquetas de madera. Eran las raquetistas, las primeras mujeres federadas en un deporte en España. Se cree que pudieron ser muchas, cientos incluso, pero apenas quedan algunas con vida. Emili Gómez y Rosa Soroa son dos de ellas, dos de las últimas raquetistas y testigos de aquella época que sí existió.
Reeves Widerlman en NY Magazine: “Gray Hat“. Marcus Hutchins stopped one of the most dangerous cyberattacks ever. Then the FBI arrested him. Does a hacker hero always have to have a past?
Henry Foy en Financial Times: “Russia’s $55bn pipeline gamble on China’s demand for gas“. In temperatures below -40°C in Russia’s far eastern wilderness, Gazprom is building a $55bn project to pump gas to China – the country’s most ambitious energy project since the fall of the USSR.
Iba a comenzar diciendo que 2017 ha sido un extraño, pero es bastante absurdo. Todos son extraños ya. Incluso si hago referencia únicamente a los libros. Lo mismo que me ocurrió el año, exactemente lo mismo, se ha repetido punto por punto y casi fecha por fecha. Como un mal chiste.
Al empezar enero, Méndez me salvó. Tras cuatro meses sin doblar una página me regaló “The Secret Race: Inside the Hidden World of the Tour de France“,, las memorias de Tyler hamilton. Le di una oportunidad, forzando, en el avión de vuelta a Bruselas ya no paré. En los ocho primeros meses del año leí casi 70 libros. La carga de trabajo fue inmensa en varios momentos, pero apenas hacía otra cosa. Sacrifiqué (no es el verbo adecuado, porque no fue sacrificio real) las horas de otros hobbies, apenas encendí la televisión y sólo respeté el tiempo de hacer deporte.
Pero, igual que en 2016, algo paso al volver de verano. Bloqueo lo llamé la primera vez. No sé cómo calificarlo ahora, pero el resultado fue el mismo. En el último cuatrimestre sólo he leído dos novelas, ambas en aviones largos. Nada más. Ni ensayos, ni apenas revistas. He abandonado las Lecturas de Domingo temporalmente porque no leó un reportaje largo desde hace medio año. Y el último post del blog es de agosto.
Buena parte ha sido por trabajo. La crisis catalana llegó de lleno a mi patrio trasero y durante semanas no hicimos otra cosa que refrescar twitter, perseguir sombras y escribir a destajo. No exagero y no me pasó sólo a mí ser incapaz de empezar algo.
Es curioso porque sí desconectaba, pero el cuerpo, la cabeza o el bloqueo me pedían series, películas, vídeos de Youtube, carreras por el parque y otras mil cosas, pero no leer. Incluso le fallé a R, en algo muy simple por la incapacidad, el miedo o no sé qué.
Pero en fin. Afortunadamente los primeros meses dieron para mucho. Y disfruté aún más. Esta lista no va a ser muy original porque en verano ya hablé de ellos.
“Manual para mujeres de la limpieza“, de Lucia Berlin. Seguramente el que más me ha impresionado, impactado y gustado. Brutal, desgarrador, honesto, intenso y doloroso. Relatos de una mujer fuerte, formidable, con extraordinario talento y decenas de fantasmas. Brillante, creativa, alcohólica, destructiva. Apasionada y llena de amor. Con una capacidad única para dibujarse y dibujar lo que ve. Para llegar realmente dentro en su introspección y explicarnos cómo funciona y se construye y destruye el miedo, la soledad, la pobreza, las familias, las emociones.
“El quinto en discordia“, de Robertson Davies. Extraordinaria novela. Me deslumbró. Era un poco escéptico en las primeras 100 páginas, bien escritas pero sin llevarme a ningún lado. Y, confieso, un poco más aún cuando sale el tema de los santos, un hilo narrativo muy peculiar, exigente, con el que es fácil desconectar o perderse. Pero la profundidad de los diálogos, de los discursos, de las dudas de los personajes. La increíble charla entre el santo y el demonio, y las últimas doscientas páginas en general hacen que merezca absolutamente la pena. Entiendo que es algo complicado, denso. Difícil. No es ‘mi estilo’ en realidad, pero tampoco lo era Peste y Cólera de Deville y fue lo mejor de 2016.
“Tantos días felices“, de Laurie Colwin. Al terminarlo pensé que necesitaría escribir un libro para explicar realmente por qué me gustó tanto el libro de Colwin. No es fácil. Ni siquiera estoy muy seguro más de medio año después cuando pienso en él. O no estoy seguro de atreverme a decirlo. La trama no tiene mucho misterio. Guido y Vincent son amigos desde niños y estudian en universidades de élite. Al principio uno quiere escribir poesía y el otro ganar el Nobel de Física. Jóvenes, ricos, guapos, despreocupados. Nada especialmente original.
La fuerza del libro está en ellas, las protagonistas y lo que representan en un mundo que cambia a toda velocidad. La editorial define a Holly como “extravagante”. A Misty, como “misántropa terrible”. Holly vuelve loco a Guido, enamorado hasta las trancas pero tradicional. ncapaz de entender que ella de golpe necesite desaparecer, alejarse de él, de su vida, e irse a Francia o a un retiro. O que ella decida cuándo tener un hijo y cómo.
Misty es la némesis. La que debería volver loco a Vincent por su carácter complicadísimo, su miedo atroz, su independencia, su potente fragilidad, su frialdad y su agresiva falta de cariño y empatía. Pero ocurre todo lo contrario. Él, alegre y optimista indestructible, lo lleva con increíble (de que no te la crees) paciencia.
El libro en realidad es una bofetada a todos los que somos Vincents y Guidos y nos guiamos por esos clichés y esas normas. Los que vemos las relaciones sólo y siempre desde su punto de vista y desde un punto de vista socialmente aceptado y aceptable. Los que nos sentimos atraidos por la novedad pero desde el primer día queremos ir modificando, modulando, amasando y acercando a nuestro molde a esos espíritus libres. Tantos días felices, de una manera brillante, a través de las relaciones de los cuatro personajes y varios secundarios (la estudiante brillante y casi autista, el tío estafador y la tía actriz) teje una red de sentimientos e ideas en defensa de la libertad, la individualidad y la falta de reglas. Contra la convención, los moldes. En favor, defensa, de cierta idea de amor. Muy alejada de Holywood, de lo romántico, de lo tradicional. A pesar de que no puede haber nada más tradicional, típico y clásico que esas dos parejas, esos cuatro personajes, esas escapadas, cenas. Porque no puede haber nada más atípico, rompedor, que los sentimientos y encajes que propone.
Hace poco, leyendo sobre Carl Schmitt, decían que tanto él como Leo Strauss usaban a otros pensadores para explicar su cosmovisión. Uno no los lee sobre Maquiavelo o Donoso Cortés para aprender sobre el italiano y el español, sino sobre Schmitt y Strauss. Al terminar, me queda la sensación de que uno no lee a Colwin para aprender sobre ella o sobre sus personajes, sino sobre nosotros mismos cuando chocamos contra ellos. Y funciona, vaya que su funciona. No he aprendido más de mismo y mis limitaciones en otro lugar.
“Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente. 1900-1914“, de Philipp Blom. Maravilloso. Una obra extraordinaria. Un repaso detallado, profundo, elegante y hasta hermoso de tres lustros que cambiaron el mundo. Bloom cree que el hecho decisivo en el cambio del continente no es, no fue, la Guerra y que los factores que ayudan a entenderlo se remontan algunas décadas atrás. La tesis de cómo se puede ver la quiebra en el arte, la literatura, la ciencia, la historia y la política está muy bien hilada. La teoría sobre el auge de la violencia, el machismo y cómo la tecnología descoloca al hombre y éste responde de la peor manera. A ratos la cantidad de autores y obras citadas puede abrumar, pero no desgasta. No es un name dropping frívolo. Hay capítulos (los iniciales) por países o ciudades que sientan muy bien las bases, cada uno con sus particularidades. Uno termina las casi 550 páginas encantado y con la sensación de que comprende mucho mejor el siglo XX, el XIX y las fracturas de Europa. Nada más terminarlo compré del mismo autor Encyclopédie y La Fractura y los he traído en las vacaciones para que sean lo primero de 2018.
Muy relacionado pero con un enfoque completamente diferente, Rites of Spring: The Great War and the Birth of the Modern Age es una historia cultural de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias. Una historia que arranca en París con el impactante estreno de La consagración de la primavera y la llegada entre cientos de miles de personas de Lindbergh. Un cambio de siglo y de era. De paradigma, marco y referencias. De la llegada del soldado moderno no “solo como presagio sino como agente mismo de la estética moderna, progenitor de la destrucción pero también encarnación del futuro”.
Eksteins, canadiense de origen letón, explica cómo cambió Europa en unos pocos años y por qué. “Un libro sobre muerte y destrucción”. Un drama en entres actos que acaba en Berlín en 1945 con bailes en el búnker de Hitler. Del arte total a la guerra total. Una tesis interesante y polémica sobre el papel de los artistas en lo que vino después con la ruptura de los moldes, de las costumbres, de la cultura burguesa. Muy recomendable.
“La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt“, de Andrea Wulf. Magnífico, aunque algo desigual. La primera mitad es buenísima. El relato del viaje de Humboldt por América es excepcional, interesantísimo. Bien contado, enormemente documentado. Un ritmo perfecto que me recordaba pasajes de mi (favorita) Hacia los confines del mundo. Luego se vuelve algo más lento, un tanto disperso y menos sorprendente, seguramente porque ya conocemos mejor al protagonista y sus extravagancias. Un muy buen relato sobre la vida cultural del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, de esa especie de Mundo de Ayer con científicos (naturalistas) viajando libre y constantemente, colaborando entre ellos. Con la capacidad de residir en París con sueldo oficial, incluso estando en guerra los países.
“On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth Century!”, de Timothy Snyder. Un panfleto corto, intenso, nacido de la rabia y la preocupación Un ensayo magnífico que no pretende ser historia. Snyder, uno de los historiadores más exitosos de la última década, no tiene miedo de remangarse. Y sus lecciones son para hacerse un tatuaje. Lecciones esenciales para sobrevivir en el siglo XXI, o mejor dicho, para que las libertades que conocemos y disfrutamos resistan las potentes amenazas a las que se enfrentan. Es un texto con Trump de fondo, pero no sólo. “Son las instituciones las que nos ayudan a preservar la decencia. Ellas necesitan nuestra ayuda también. No hables de “nuestras instituciones” si no estás dispuesto a hacer que sean tuyas actuando en su nombre. No se protegen solas. Caerán una detrás no otras si no las defendemos desde el principio. Escoge una, una que te preocupe. Un tribunal, un periódico, una ley. un insidcato y ponte a su lado”. Si algo nos enseña el aprendizaje del pasado es que la línea entre el orden y el caos es muy fina. Que el colapso ocurre mucho más rápido de lo que podríamos pensar. Que hay un efecto dominó. Y que el mal no se desvanece. Hay que hacerle frente. Cada día.
“The Undoing Project. A Friendship That Changed Our Minds“, de Michael Lewis. Casi todo lo que toca Lewis es o se convierte en oro. La historia de una amistad que cambió nuestras mentes, o la forma que tenemos de entenderla. La de dos psicólogos israelíes, Daniel Kahneman y Amos Tversky, que no podían ser más diferentes y desiguales. Dos pensadores y experimentadores que, de la mano, levantaron una disciplina. Lewis sabe cómo contar una historia, cómo mantener la atención y la tensión. Cómo moverse entre el pasado y el presente, incluso si uno de los dos protagonista murió hace mucho tiempo. No es mi libro favorito del autor, pero está a la altura. Y terminas sabiendo muchísimas cosas que antes desconocías, que no sabías que tenías que saber.
“Just Kids“, de Patti Smith. No sabía nada, absolutamente nada, de Patti Smith ni podía atribuirle ningún hit. Mi desconocimiento (y en realidad desinterés) en la música en general es muy amplio y de la cultura contemporánea (en todo lo que se refiere a artes plásticas, cine y canciones) lo desconozco casi todo. Pero ella me ha fascinado y el libro me gustó muchísimo. Espontánea, desbordante, creativa, explosiva. Una conexión única, especial, irrepetible con una persona de la que tampoco había oído hablar nunca antes. Una de esas sobre las que lees y ves películas y crees que realmente no existen y son sólo fantasías deformadas. Qué bien que encontrara su camino.
“Piscinas vacías“, de Laura Ferrero. Un libro estupendo. Íntimo, delicado, profundo. También doloroso a ratos Historias y relato breves, sobre el amor y la distancia. Muchas formas diferentes de analizar, explicar y sentir lo que separa, lo que nos separa. Lo que se ha ido y no queremos soltar. Lo que no sabemos que perdimos ni cuándo o cómo. Un ensayo en muchas partes sobre nuestras debilidades como seres humanos, como parejas. Un análisis descarnado pero tremendamente respetuoso de las relaciones. Con el que aprendes mucho de lo que te rodea. Con el que aprendí mucho de mí mismo, de una forma extraña, íntima. Iba enfrentando cada historia a la mía, comparando y descartando. Y me hizo mucho bien.
“Mejor la ausencia“, de Edurne Portela. El último libro que he leído este año. No sé muy bien cómo definirlo. Los protagonistas son completamente normales. Anormalmente normales. No empatizo con ninguno y sólo me interesa realmente desde un punto de vistra antropolígo la madre. Pero es un texto espléndido. Admito que la parte final no me llegó; lo hubiera dejado en la década anterior. Pero es una gran novela.
Jordi Gracia, en su reseña, decía que l óptica escogida por Portela es que “todo salía de casa, y no de un país marciano; estaba en la calle, en los comedores alborotados y sobre todo silenciosos, en las habitaciones de los chicos que se llenan de golpe de nueva música y nuevos carteles en los ochenta, en bares y tabernas, en labores profesionales enigmáticas y delictivas, en huidas autoprotectoras y egoístas, en derivas personales incontroladas y desesperadas con conflictos que estallan por donde menos se espera”. Como en la vida real, con problemas reales, factores condicionantes, víctimas y verdugos, culpables e inocentes. corruptores y corruptores. Personas ante todo cobardes, débiles, atadas o a aplastadas por el qué dirán, las consecuencias, el ego. Personas malas por todas partes, en el día a día, en el trato cercano. Y le sale muy bien.
Esto lleva, inevitablemente, a Patria. Me gustó mucho. Entiendo las críticas, los fallos, las falquezas del libro. Nunca antes había usado la expresión “técnicamente no es una gran novela”, y no sé siquiera si sé lo que quiere y lo que quiero decir, pero por ahí van los tiros. La construcción de los personajes es manifiestamente mejorable, parte de la trama y mucho del final. Pero esto no es un blog de crítica literaria. Patria es un magnífico libro que ha tenido un éxito merecido. Aramburu ha puesto por escrito lo que durante décadas he leído, visto, olido y sentido. Sobre lo sucedido en el País Vasco.
No me engaño en absoluto. Patria cuenta lo que siempre he creído que era el día a día en un pueblo como Rentería. Mi cabeza, satisfecha, asiente cada capítulo diciendo “era así”, a pesar de no poder decirlo en primera persona. Y nada de lo que he leído hasta ahora me ha hecho cambiar de opinión.
No estoy al día, pero casi. Con el post anterior y éste, ya sólo me queda uno largo con todo lo que me traje para las vacaciones.
“En la oscuridad. Diez meses secuestrado por Al Qaeda en Siria“, de Antonio Pampliega. Es la historia de un error. Un simple error de cálculo, el fiarse de quien no debería. De no hacer caso a tu instinto, a tu miedo avisando. Las ganas de entrar que se imponen. Tres periodistas y 10 meses de cautiverio. Un relato en primera persona, sin alardes literarios ni muchas pretensiones. Muy directo, muy cercano. La impotencia y el miedo en palabras sencillas. Un diario del arrepentimiento y de las lecciones aprendidas.
“Homenaje a Cataluña“, de George Orwell. Aunque devoré 1984 y Animar farm es una de las obras maestras del siglo XX, nunca había leído Homenaje a Cataluña. Es fantástico en su sencillez. Orwell es uno de los indispensables, que convierten en oro casi todo lo que tocan.
“La matanza de Rechnitz. Historia de mi familia“, de Sacha Batthyani. No me gustó casi nada. No es desde luego lo que esperaba y casi diría que lo que me (nos vendieron). Se presenta como la historia de su familia, la del descendiente de la condesa Margit von Thyssen y su marido, quienes en la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, cuando la Guerra estaba ya perdida, organizando una orgía de sangre en su castillo, matando a decenas de judíos. El autor descubre el hecho siendo adulto y periodista, y empieza una investigación. O eso creemos al principio. En realidad emprende un viaje interior, una puesta por escrito de sus visitas al psicoanalista. De la matanza en sí, poco. Quedé bastante decepcionado. Arrancar del hecho y convertirlo en una meditación me parece más que digno y más que interesante. Pero el resultado me resultó muy pobre.
“Arthur Koestler, nuestro hombre en España“, de Jorge Freire. Más que interesante, y eso que Koestler queda muy mal retratado. Decir que es la historia de nuestro hombre en España es quizás exagerar un poco. En España estuvo poco y mal. Es una instantánea de Koestler en general, alguien que sale mucho mejor parado en las manos de Judt, por ejemplo. Freire le hace un traje, pero con justicia. Un complemento necesario para una figura clave en esas décadas del siglo XX.
“Tantos días felices“, de Laurie Colwin.Al terminarlo pensé que necesitaría escribir un libro para explicar realmente por qué me gustó tanto el libro de Colwin. No es fácil. Ni siquiera estoy muy seguro ahora mismo. O no estoy seguro de atreverme a decirlo. La trama no tiene mucho misterio. Guido y Vincent son amigos desde niños, estudian en Cambridge. Al principio uno quiere escribir poesía y el otro ganar el Nobel de Física. Jóvenes, ricos, guapos, despreocupados. La fuerza del libro está en ellas, las protagonistas, y lo que representan en un mundo que cambia a toda velocidad. La editorial define a Holly como “extravagante”. A Misty, como “misántropa terrible”. La idea es que Holly vuelve loco a Guido, incapaz de entender que ella de golpe necesite desaparecer e irse a Francia, a un returo o tener un hijo cuando y cómo decida.
Misty es la némesis. La que debería volver loco a Vincent por su carácter complicadísimo, su miedo, su independencia, su potente fragilidad, su frialdad y su agresiva falta de cariño. Pero ocurre todo lo contrario. Él, alegre y optimista indestructible, lo lleva con increíble (de que no te la crees) paciencia.
El libro en realidad es una bofetada a todos los que somos Vincents y Guidos y nos guiamos por esos clichés y esas normas. Los que vemos las relaciones sólo y siempre desde su punto de vista y desde un punto de vista socialmente aceptado y aceptable. Los que nos sentimos atraidos por la novedad pero desde el primer día queremos ir modificando, modulando, amasando y acercando a nuestro molde a esos espíritus libres. Tantos días felices, de una manera brillante, a través de las relaciones de los cuatro personajes y varios secundarios (la estudiante brillante y casi autista, el tío estafador y la tía actriz) teje una red de sentimientos e ideas en defensa de la libertad, la individualidad y la falta de reglas. Contra la convención, los moldes. En favor, defensa, de cierta idea de amor. Muy alejada de Holywood, de lo romántico, de lo tradicional. A pesar de que no puede haber nada más tradicional, típico y clásico que esas dos parejas, esos cuatro personajes, esas escapadas, cenas. Porque no puede haber nada más atípico, rompedor, que los sentimientos y encajes que propone.
Hace poco, leyendo sobre Carl Schmitt, decían que tanto él como Leo Strauss usaban a otros pensadores para explicar su cosmovisión. Uno no los lee sobre Maquiavelo o Donoso Cortés para aprender sobre el italiano y el español, sino sobre Schmitt y Strauss. Al terminar, me queda la sensación de que uno no lee a Colwin para aprender sobre ella o sobre sus personajes, sino sobre nosotros mismos cuando chocamos contra ellos.
“10 ingobernables. Historias de trasgresión y rebeldía“, de June Fernández. Más que interesante. La idea, los personajes y la forma, personal de en primera persona, de contarlo. Cualquiera que siga con regularidad a June (y deberíais hacerlo) sabe cómo se mueve. En el libro escoge con mucho acierto a sus ingobernables, los que no salen en nuestros ensayos y periódicos, pero que ‘tienen historias’ tremendas. Lo que tenemos al lado y no vemos o no queremos ver. Lo que nos resulta violento aceptaro a veces simplemente reconocer. Las trasgresiones que salen carísimas y tratamos de obviar por lo que dicen de nosotros.
Llevo mucho retraso. Este año me apetece mucho más leer que escribir. Y aunque realmente estos posts no llevan mucho esfuerzo me cuesta arrancar fuerzas para ponerme. Si hay psicoanalistas en la sala estaré encantado de escuchar teorías de por qué el año pasado pasé cuatro meses sin abrir un libro y ahora ocurre lo contrario.
Anyway, en 2017 estoy teniendo bastante suerte. O me estáis recomendando mucho mejor o escucho con mucho más criterio. Pero estoy disfrutando y hay pocas decepciones.
“Más allá de la contienda“, de Romain Rolland. Como dice Silvia Broome, no todo es ni puede ser Zweig. Rolland fue pacifista cuando era el peor pecado posible. Un canto a la paz, a la hermandad, a Europa. Un intento desesperado de apelar a la razón y la hermandad, de pueblos intelectuales, cuando estalló la Gran Guerra. Rolland parece naive, blando. Peleando a caballo contra tanques. valiente desde Suiza. Escribiendo y rogando a amigos y enemigos. Mediador incansable ante insultos y desprecios. Un digno tipo ideal weberiano del mundo de ayer que se apagaba. Me resulta lejano, decimonónico. Empatizo, pero no me identifico. Sé que está con los buenos. Y comprendo, triste, por qué perdieron contra el irrefrenable torrente del joven siglo XX
“Are we smart enough to know how smart animals are?“, de Frans De Wall. La respuesta a su pregunta es que sí, pero con matices. De Wall sabe escribir, pero éste no es su mejor libro. Un repaso centrado claro está en primates, su especialidad, a los animales, su inteligencia y nuestras limitaciones. Un ensayo para explicar qué sabemos y sobre todo qué somos capaces de medir y cómo. Didáctico, pero algo lento y repetitivo. Se aprenden cosas, hay montones de anécdotas, ejemplos y menciones deshuesadas de papers científicos. Pero no me acabó de enganchar.
“Euforia“, de Lily King. Muy, muy bueno. Una novela sobre “los egos y deseos de un trío de antropólogos en la jungla de Nueva Guinea”. Una mirada cínica, como la de Nigel Barley, con humor, amores incontrolables y un intento casi paródico de hacer ciencia en Papua. Recreación libre pero estupenda de la vida de Margaret Mead. Más que recomendable.
“The smartest kids in the world. And how they got that way“, de Amanda Ripley. Profesores, profesores, profesores. No es cuestión de mucho más dinero, ni instalaciones, ni de imiitar sistemas como el de la loca e insoportable presión coreana. Libertad, flexibilidad y lucha contra el aburrimiento son las recetas que Ripley, tras un año de viajes por el mundo y análisis de diferentes sistemas educativos recomienda. Libro muy ameno y didáctico. No sé si tiene razón o si lo que ella destaca es lo más importante. Ni siquiera si es suficiente. Pero parece bastante sensato.
“Camino a Trinidad“, de José Andrés Rojo. Admito que cuando se lo cogí a Rojo en la Feria del Libro no me esperaba algo así. Pero me gustó. Sus años de juventud y su vuelta a la Bolivia en la que creció. Una historia muy personal, de amigos y familares cercanos de alguien desorientado y sin necesidad de camuflarlo o adornarlo.
“La partida inmortal. Una historia del ajedrez“, de David Shenk. No especialmente bueno. Ni el autor domina el campo ni logra historias especialmente interesantes. Hay algunos pasajes más interesantes, pero sin pena ni gloria.No lo recomendaría.
“El balcón en invierno“, de Luis Landero. Fantástico. Precioso relato de infancia y juventud, de la relación familiar, de la tensión con el padre al que luego añora. Recuerdos profundos y sentidos de los años de crecimiento de un niño en una casa donde no hay un solo libro. En una familia que sale del pueblo y llega a la ciudad para ganarse la vida. Y de un chaval que descubre en las palabras su razón de ser. No había leído nunca nada de Landero, pese a la insistencia de Lara. Ahora no me queda más remedio que comprar todo lo demás.
“Democracy without nations. The fate of self-government in Europe“, Un ensayo más que interesante de Pierre Manent que me recomendó Juancla de Ramón. Es muy cortito y la parte más interesante es la primera. Un escepticismo muy claro pero incisivo sobre la UE, o más bien sobre un futuro con estructuras supranacionales. Manent, conservador, defiende que el Estado nación es la estructura que mejor ha funcionado tras todo tipo de experimentos. Y advierte: pensar que dejarlo atrás es muestra de progreso es un error y es peligroso. Denso y no especialmente accesible. La segunda parte, más teológica, es mucho más complicada.
– “El quinto en discordia“, de Robertson Davies. Extraordinaria novela. Me ha encantado. Era un poco escéptico en las primeras 100 páginas, bien escritas pero sin llevarme a ningún lado. Y, confieso, un poco más aún cuando sale el tema de los santos. Pero la profundidad de los discursos, de las dudas de los personales. La increíble charla entre el santo y el demonio, y las últimas doscientas páginas hacen que merezca absolutamente la pena.
– “The Return“, de Hisham Matar. Un estupendo regalo de María. Lo tenía localizado como uno de los libros favoritos del año pasado del NYT y por un ejército de referencias y reseñas positivas. Pero psa. La historia de un escritor libio criado en Egipto y Londres. Hijo de un ‘opositor’ a Gadafi que desapareció tras ser secuestrado por los servicios secretos. Es el intento de autoexpiación de un hijo que nunca lo ha superado y que tras la caída del dictador intenta encontrarlo. La historia familiar es el marco, el miedo del hijo y su dolor, el fondo. Pero se me hizo un tanto repetitivo y no muy original (el ángulo sentimental y expresivo). No me ha llegado, pese a que lo tiene todo aparentemente para conseguirlo.
– “Le mal européen“, de Guy Verhofstadt. Correcto, sin más. Las ideas de Verhofstad, ex primer ministro liberal de Bélgica jefe de filas de Alde en el Parlamento Europeo, una detrás de otra. Una buena guía para quien no lo conozca o siga de cerca la voz más conocida del federalismo. Bien explicadas, sin épica. Estoy, en la mayoría de las cosas, en su equipo.
– “En el vientre de la yijad. El testimonio de las madres de yijadistas“, de Alexandra Gil. Muy recomendable. Alexandra, periodista española en París, cuenta ocho historias de madres (y padre) de yijadistas franceses y belgas, hombres y mujeres, que dejaron su casa, su familia, y se fueron casi de un día para otro a Siria e Irak. Hay tres historias (la primera, segunda y cuarta) que son dolorosísimas y están maravillosamente escritas. Un reflejo en las palabras de las madres del dolor más profundo, que no desaparece y no lo hará. Una de ellas la había leído (en parte) en el excelente reportaje publicado en El Español. Aquí, mucho más material. De lectura muy agradable y agradecida.
– “Lesser beasts. A Snout-to-Tall history of the Humble Pig“, de Mark Essig. Una especie de historia e historial cultural del cerdo. Un ensayo original y diferente a lo que estoy acostumbrado. Que pone historia y adjetivos a uno de los animales más (injustamente) denostados y perseguidos. Un animal inteligente, noble, todoterreno. Un gran compañero y colaborador del humano. Soy menos entusiasta que Thiago, que me lo recomendó, pero se aprenden cosas, se lee rápido y no tiene demasiadas pretensiones ni moralina, lo que se agradece.
– “Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, EEUU y el imperio español“, de María Elvira Roca Barea. Empecé con ganas y acabé razonablemente enfadado. He leído muchas cosas sobre leyenda negra, libros que la autora usa cita y a menudo critica. NO me van a encontrar nunca en el vagón de los relativistas ni entre los defensores de la versión whig de la historia. Tampoco en el de la autora. Arranca con espíritu crítico pero poco a poco se van colando las manías, los enemigos, los pet hates de Roca Barea. A ratos, más que una denuncia de la “imperiofobia” y del uso de la leyenda negra por parte de británicos, holandeses o italianos, se convierte en un intento agresivo y forzado de defender las tesis opuestas. Las bondades del catolicismo, de España y su imperio frente a protestantes, ingleses y la izquierda en general (sobre todo Chomsky, que aparece más veces de lo que uno podría imaginar).
– “La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de proximidad“, de Josep María Esquirol. No es un ensayo para mí. Algunas (pocas) ideas que me interesaran, una prosa demasiado espesa y dispersa. Saltos continuos y sin un mapa para orientarme. Línea fina entre la filosofía, la autoayuda y la parodia intelectual. Pese a todo, lo acabé y tomé algunas notas interesantes.
“La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt“, de Andrea Wulf. Magnífico, aunque algo desigual. La primera mitad es buenísima. El relato del viaje de Humboldt por América es excepcional, interesantísimo. Bien contado, enormemente documentado. Un ritmo perfecto que me recordaba pasajes de mi (favorita) Hacia los confines del mundo. Luego se vuelve algo más lento, un tanto disperso y menos sorprendente, seguramente porque ya conocemos mejor al protagonista y sus extravagancias. Un muy buen relato sobre la vida cultural del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, de esa especie de Mundo de Ayer con científicos (naturalistas) viajando libre y constantemente, colaborando entre ellos. Con la capacidad de residir en París con sueldo oficial, incluso estando en guerra los países. Lean, lean.
“L’illuminato, Vita e morte di Marco Pannella e i radicali“, de Giovanni Negri. Correcto, pero adecuado sólo para quienes estén muy interesados y ya bastante familiarizados con Pannella. Hagiográfico, escrito por un amigo cercano y miembro de los radicales también.
La semana pasada murió Vittorio Sermonti. Tenía 87 años y fuera de Italia era un gran desconocido. Escritor, director de teatro, actor, narrador, traductor, periodista a ratos y sobre todo profesor, fue el hombre que sacó a Dante de la oscuridad y lo llevó a las casas de millones de personas en unas larguísimas y legendarias lecturas de la Divina Comedia.
Sermonti no era el mayor especialista en al figura del poeta florentino. No era Sapegno, su gran maestro Contini, Segre o Franco Zeffirelli, ni erudito e innacesible como Auberbach, pero entendía y amaba el texto como ellos y acabó siendo el más conocido y seguramente respetado entre el gran público.
Lo escuchó por primera vez de pequeño, en el salón de casa, en verano, cuando su padre se lo leía en voz alta y se lo explicaba a sus hermanos mayores en la sobremesa. “Le cicale concertavano nel fico, Il fumo della Macedonia di mio padre sbandava rampicando per l’aria, le nostre motosiluranti solcavano invitte il golfo della Sirte, e io, praticamente, non capivo nulla”.
Su voz se convirtió en la del Sommo Poeta, haciendo realidad su sueño, el de “permitir a cualquier italiano, dotado con una cultura media, inteligencia y un poco de pasión recorrer el libro más grande jamás escrito en italiano sin interrumpir continuamente la aventura” para marearse con las miles de ideas, detalles y teorías que inundan los pies de página de la mayoría de las ediciones.
La Divina Comedia es un libro complicado, duro. Los versos más hermosos que se han escrito, la perfección pura de un lenguaje propio y digno del paraíso, transportan un texto erudito, denso, cargado de nombre, disputas, historia y mito. La Commedia no es un libro fácil, pero Sermonti lideró la Reforma para permitir que la palabra del poeta llegara, sin intermediarios, a los italianos.
En Italia, Dante es Dios. La Divina Comedia se lee, se explica, se interpreta y se estudia. Se escucha hasta en el espacio. En mi colegio teníamos una asignatura específica sobre ella. No era parte de Literatura ni de Lengua. Era la asignatura “Divina Comedia”. Tres cursos completos, desde Seconda a Quarta Liceo. Verso a verso, palabra a palabra. Si tenias la suerte de tener a un genio como profesor, y yo la tuve, aprendías más en esa hora semanal que en el resto de tu vida. Miles de historias, de nombres, de odios y rencores. Amores sin par, como el de Francesa y Paolo. Aprendías sobre la Cábala, sobre imperios, sobre libros y pecados.
Sermonti logró devolver el foco a las palabras y el sonido, al mensaje y su contexto. Y triunfó. Y se lo quiso quedar sólo para él.
Logró la combinación ideal entre divulgación y profundidad, entre un análsis fino e incisivo y una explicación capaz de convencer a los profanos. Con una pasión patente y una voz espectacular. Y fijó un límite, la frontera entre lo admisible y la frivolidad, uno tan arbitrario como cualquiera, dentro de los cánones y aceptado por los sabios.
“Dante è duro e severo e per affrontarlo e farlo capire bisogna essere duri e severi”. Dante es duro y severo y para enfrentarse a él y hacer que se entiende hace falta ser duros y severos”, afirmaba en los últimos años.
Cuando Roberto Benigni lanzó su espectáculo sobre Dante y la Commedia, Sermonti lo recibió bien, con entusiasmo. En 2002, cuando el cómico llevó el Paraiso a la Raiuno, Sermonti dijo que estaba “totalmente a favor de este tipo de divulgación. Más allá de la extraordinaria fuerza comunictiva, lo que me gusta de Benigni es que su lectura de Dante lo traiciona, lo desnuda. Y esto es algo grandísimo. Porque uno sólo se puede medir con Dante arriesgándose al ridículo. Es igual en mi caso: sé que tengo que arriesgarme al ridíciulo”.
Con el tiempo, el profesor cambió de opinión. Benigni triunfó y se convirtió, para los italianos y las nuevas generaciones, en la voz y el alma del Sommo Poeta. Sus espectáculos, porque eso son, congregaron a más de 10 millones de personas ante la televisión para hablar de una obra de principios del siglo XIV, escrita en un italiano arcaico de difícil comprensión. Sobre un mundo ajeno y antiguo, lleno de teología y disputas medievales.
Benigni triunfó y Sermonti cambió de opinión. Acusó al actor de “banalizar a Dante”, y, tristemente, aseguró que “para leer a Dante hace falta un escritor, no un actor, que por muy inteligente que sea y preparado que esté, tiene la tendencia a leer el texto de la mejor forma posible (…) Benigni es un ejemplo emocionante (…) su forma de abordar a Dante es divertida, pero no se pueden decir bravuconaas y obviedades como señuelo para atraer al público. No es un buen serivicio al Poeta y tampoco para los oyentes. Dante es duro y hace falta dureza para entenderlo. Es una operación delicadísima que no se puede hacer así como así”.
Sermonti rescató al Poeta y lo amó tanto que lo quiso volver a encerrar para que no se estropeara y pervirtiera, para que volviera a las aulas y a los especialistas, a los filólogos y el pequeño círculo de dantistas profesionales.
En Italia la Commedia es un tema sagrado que despierta odios atávicos y furia entre los especialistas. Hay una web dedicada a recoger los testimonios de los puristas contra Benigni.
Yo soy muy partidario de sus espectáculos, recitando a Dante o hablando de los 10 mandamientos o la Constitución. Su puesta en escena, su pasión, su velocidad, son una obra maestra que divierte, toca e invita a la lectura. Benigni ama al Poeta y contagia su pasión y reverencia. Lo traiciona, lo desnuda, lo interpreta, lo estruja. Y saca lo mejor de él.
Yo amo la Commedia. La he leído incontables veces y leo todo lo que cae en mis manos sobre ella y su autor, incluyendo análisis impenetrables como el de Auberbach (disponible alguno en Acantilado) . Y cuando escucho recitar “lo maggior corno della fiamma antica”, con la voz de Benigni o la de Sermonti, cuando pienso en Levi o Mandelstam, cuando leo l’orazione picciola, y recuerdo que fatti non ‘fummo’ a viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza, me emociono y se me pone la carne de gallina.
No soy un periódico, ni una editorial, ni me debo a la actualidad. El tercer y último post del año recoge los 10 libros que más he disfrutado en 2014. La lista entera está aquí.
Son cinco ensayos y cinco novelas. Más o menos. Algunos son recientes, otros antiguos o muy antiguos. No están en un orden particular (salvo el primero) ni podría explicar su presencia. Estoy seguro de que si hago la lista mañana, sería algo diferente.
De algunos he hablado en su momento, los he comentado e incluso he escrito algo sobre ellos. De otros, no. O no en abierto. Suelo hablar más de los ensayos que de las novelas, pese a que siempre he léido y disfrutado muchísimo más éstas. No sé muy bien la razón. Supongo que me resulta más sencillo calibrar un ensayo o una biografía que una novela. Que los criterios para juzgarla son más objetivos, o claros, o académicos. Que tengo claro si es bueno o malo o si va a gustar o ser útil. Mientras que la ficción, que me llega mucho más dentro, es complicada de compartir. Es algo que sabes, que aprendes, que notas, pero que no sabes enseñar. Y que, la verdad, tampoco quiero. Forma parte de algo más íntimo, privado.
Es más fácil, me resulta más fácil, expresar en alto cualquier tipo de opinión política, cultura, religiosa, que algo así. Quizás es pudor, o timidez. O simplemente que las conexiones que toca la literatura son tan inabarcables que no merece la pena ni intentarlo. Ya saben. De lo que no se puede hablar, hay que callar.
Ari Shavit: Mi tierra prometida. Probablemente, el libro que más me ha gustado. Es una historia personal de Israel, unas memorias, un compendio de historia cultural y un lamento en voz alta. Todo al mismo tiempo. Es la idea kantianoberliniana de que del fuste torcido de la humanidad no puede salir nada recto. Como dice Ramón González ferriz, “además de sobre Israel, es sobre el ser humano: nunca nada sale del todo bien, todo se tuerce, casi nada es noble mucho tiempo”. Pero por eso mismo, Shavit, como me ocurre a mí con la idea de que no hay Dios, precisamente por eso mismo, puedo, quiero, hago. Es un libro muy bien escrito, ágil, rápido. Que te lleva por más de un siglo de vivenvias nacionales, familiares y personales. Un periodista lleno de dudas. A ratos, torturado. De izquierdas, cercano al pacifismo. Que se niega a odiar. Pero que conoce sus límites, reconoce sus debilidades y mira con tristeza lo que le rodea. [Lo leí en inglés. Lo ha traducido Debate, que es de fiar, pero no puedo pronunciarme sobre la versión en español]
Jan Karski: Historia de un estado clandestino. La vida de Karski lo tiene todo. Felicidad y alegría. Y guerra y destrucción. El dolor más terrible combinado con un espíritu indomable al que ni los nazis pueden hacer frente. Su historia, la del hombre que tuvo por misión alertar al mundo del Holocausto, está escrita sin pretensiones literarias. Es un relato rápido, nada ambicioso. Unas memorias de un país en destrucción y una Europa en ruinas. Pero también el relato de un hombre que no se rinde, y de un pueblo, el polaco, que no se deja aplastar.
Orlando Figes: Natasha’s Dance. A Cultural History of Russia“. Un soberbio relato de ‘la’ cultura rusa desde 1703, y la fundación de San Pestesburgo, hasta la Guerra Fría. Historia de campesinos, de teatro y música. De pintores y zares. De comunistas y rebeldes. La historia de la cultura y de una cultura única. Un libro con mucha ambición pero que cuyo alcance conoce límites. Es, a ratos, caótico, como el curso de un río caprichoso. no sigue líneas rectas, ni un orden cronológico ni temático exacto. Salta de nobles a plebeyos mientras explica cómo nace la literatura rusa. Y esboza, a partir de personajes como Pushkin o Tostoi, una teoría del arte, pero sin corolarios.
Christopher Clark: The Kingdom of Iron. The Rise and Downfall of Prussia, 1600-1947. Una fantástica historia de Prusia desde inicios del siglo XVII hasta la Segunda Guerra Mundial. Un libro buenísimo de un autor buenísimo, conocido también por uno de los mejores libros del año pasado, Sonámbulos. Puede que sea por la época (o que la conozco peor), pero al igual que con el Diplomacy de Kissinger, la primera mitad, hasta básicamente la Revolución Francesa, me parece muy superior. Es un libro realmente útil para entender el nacimiento de una de las grandes potencias de la historia contemporánea. Cómo una sucesión de matrimonios dinásticos y la ambición de un rey (y pese a la desidia de sus sucesores) llevan a territorios muy distantes a formar un reino incontestable. No es de lectura fácil. Por eso mismo es perfecto para un verano en la playa. Con tiempo, tranquilidad y silencio.
Politikon:La urna rota. Es posible que esté condicionado por amistad, pero el libro de Politikon está realmente bien. Consigue gustar a liberales (más o menos) y socialdemócratas. Diagnóstico y recetas (menos) frescos, de autores jóvenes y muy poco sospechosos de peligros anarcocapitalistas o idealistas del bienestar (bueno, de esto quizás un poco sí). No sorprenderá a quienes sigan habitualmente el blog o a sus firmas, pero para ser un compendio de ideas y temas muy variados está francamente logrado. De lo más interesante en castellano.
Ivo Andric: Crónica de Trávnik. No había leído nada de Andric. Las crónicas de Trávnik, una pequeña ‘ciudad’ en la Bosnia de los albores de la Revolución Francesa. Un lugar perdido entre montañas y nieve al que Francia, y después Austria, deciden enviar cónsules apra asegurar ante las autoridades locales la ruta de comercio con el Imperio Otomano, potencia regional balcánica. Es una novela lenta, que cansa. Que te hace aborrecer la zona, el caracter ‘bosniaco’, el invierno, las tradiciones. Pero que te sitúa allí mismo. Estás cazando entre los bosques, tejiendo en los salones, guisando en las cocinas. Sufres con los diplomáticos y sus familias, aislados entre hostiles. Sufres con las mujeres. Sufres con los pobres. Y aprendes muchísimo. Es un libro que cansa. Y sobre todo, es un libro triste.
Wenguang Huang:El pequeño guardia rojo. Fabuloso relato, memorias familiares, crónica política y social de la China de los años 60 a través de los ojos y la casa de una familia normal y corriente. Le dediqué un post hace unos meses.
Josep Pla:Madrid, 1921. Un dietario. Tampoco había leído nada de Pla. Y me gustó mucho. Su prosa, su mirada, su ritmo. Una vez leído la mitad del libro, el resto se vuelve quizás algo repetitivo. Pero el talento desborda. Sobre todo, en las descripciones de personas. Impagables sus retratos de Unamuno en Salamanca y de Ortega en sus clases. El dietario te pone a caminar por Madrid, entrando en sus cafés. Rompes ideas equivocadas de cómo se vivía hace 90 años. De qué transportes existían o cómo era el día a día, semiocioso, de gente como él. Muy recomendable.
Pierre Lamaitre:Nos vemos allá arriba. Lo pongo un poco entre dudas. Es uno de los éxitos franceses de los últimos tiempos. Está bien. Pero no sé si me ha gustado bastante o quiero que me haya gustado bastante. Es una buena historia y una muy buena recreación de un estilo decimonómico para una historia ambientada en la Primera Guerra Mundial y sus postrimerías. Lamaitre parece nacido un siglo antes. y tiene un enorme trabajo de recreación. Parece que habla de sus propios tiempos. Son personajes, valores, vivencias del XIX, y si me apuran, del siglo XVIII. Pero le falta un punto.