
La semana pasada estuve en Roma cubriendo la elección del presidente de la República. Tras siete largos días y siete votaciones fallidas, el sábado, a la octava, los diputados, senadores y delegados regionales escogieron al pobre Sergio Mattarella, el presidente en teoría saliente. A los 80 años, ante la incapacidad del Parlamento de pactar un reemplazo, aceptó seguir un poco más para garantizar la estabilidad.
En el post está todo lo que he escritos estos días, en orden inverso de publicación. Si sólo leéis uno, que sea el perfil final, el que arranca aquí abajo.
Sergio Mattarella: el último sacrificio de un hombre de Estado.
«Lo ocurrido en los últimos días ha sido la culminación de una larga serie de omisiones y fallos, portazos e irresponsabilidades. En los últimos años, las fundadas necesidades y las demandas apremiantes de reforma de las instituciones y la renovación de la política y los partidos no han encontrado soluciones satisfactorias. Han terminado prevaleciendo las oposiciones, la lentitud, las vacilaciones, los cálculos de conveniencia, las tácticas y los instrumentalismos. Esto es lo que ha condenado a la esterilidad o a resultados precarios las relaciones entre las fuerzas políticas y los debates en el Parlamento (…) Ya no es posible, en ningún campo, eludir el deber de hacer propuestas, de buscar una solución viable, de tomar decisiones claras y oportunas para las reformas que se necesitan con urgencia para sobrevivir y hacer avanzar la democracia y la sociedad italiana». Estas palabras, cargadas de rabia, impotencia y hastío, no las pronunció hoy Sergio Mattarella, 80 años, abogado, diputado, ministro, magistrado y presidente de la República, pero podría repetirlas, una a una, dentro de unos días, cuando jure por segunda vez su cargo. Las palabras pertenecer a su antecesor, Giorgio Napolitano, quien hace ahora nueve años, en 2013, se vio obligado a hacer lo mismo que la incapacidad de la clase dirigente italiana ha forzado a Mattarella: posponer su retiro para tomar las riendas de un Estado herido.
Lo ocurrido en los últimos días ha representado ciertamente la culminación de una larga serie de omisiones y fallos, cierres e irresponsabilidades en el Parlamento y el Senado italianos. Hasta siete veces votaron desde el lunes sin ser capaces de consensuar un nombre, llevándose por delante la reputación de las instituciones, una docena de nombres públicos y deteriorando, aún más, las ya de por sí complicadas relaciones entre e intra grupos. Un papelón, un fracaso, un espectáculo triste que eleva, una vez más, a Mattarella, consolidando poco a poco su figura como una de las más respetadas y admiradas de las últimas décadas. El presidente más relevante, quizás
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