La semana pasada se derrumbó un edificio en Bangladesh, dejando más de 700 muertos.  «El edificio albergaba talleres textiles que producían ropa para marcas occidentales, entre ellas Primark, El Corte Inglés, Bon Marche y Joe Fresh». Trabajaban más de 3.000 personas y las condiciones del lugar dejaban mucho que desear.

La UE ha amenazado a Bangladesh con quitar el trato preferente a sus exportaciones. Y parece claro que hubo una enorme negligencia. Pero empresarios y políticos están asustados ante la posibilidad de que se vayan del país.

El accidente ha generado, como en otras ocasiones en el pasado, un amplio debate, especialmente fuera de Bangladesh. Sobre el papel de las marcas occidentales que fabrican allí, sobre las condiciones laborales y sobre el papel general de los sweatshops. Las propias firmas tienen, dicen, dudas.

En España, Roger Senserrich publicó un artículo en Eldiario.es que ha causado mucho revuelo, críticas del propio staff del medio y hasta una larga y dura crítica de la Defensora de la Comunidad. Incluyendo declaraciones del director en el que lamenta la publicación del mismo. El Diario ha colgado muchas piezas estos días sobre el tema.

En «Banglasdesh, fábricas y pobreza«, Roger afirmaba que «es fácil caer en el moralismo y lamentarse sobre las inhumanas condiciones laborales de la clase obrera en Bangladesh, pidiendo un cambio de rumbo. Lo que es más difícil de recordar, sin embargo, es que esas mismas fábricas son probablemente lo mejor que le ha pasado a los pobres de Bangladesh en décadas».

Trabajan por sueldos que parecen de risa aquí, pero que generan envidia allí.

En enero de 2009, Nicholas Kristof, poco sospechoso de neoliberal, afirmaba algo parecido en su blog del NYT: «Bad as sweatshops are, the alternatives are worse. They are more dangerous, lower-paying and more degrading. And when I struggle to think how we can really make a big difference in the development of the poorest countries, the key always seems to be manufacturing». (Vía Alberto Sicilia)

Matt Yglesias, otro liberal en el sentido estadounidense (como Kristof y Roger), también cree que «Different Places have Different Safety Rules and That’s Ok«. (Con otro post aquí).

Lluis Bassett, en El País, afirma que «los obreros del textil de Bangladesh no necesitan boicoteos, sino sindicatos y un Estado vigilante».

Íñigo Sánez de Ugarte replica que «Bangladesh sí cuenta con una tradición de lucha sindical prácticamente desde la fundación del país en 1971, y que en realidad se remonta a muchas décadas atrás» y apunta Qué es lo que se puede y se debe hacer en Bangladesh. Cosas como aumentar la seguridad de las instalaciones a un coste de pocos céntimos, más que aceptable para marcas y consumidores. (Vía íñigo e Ignacio Jurado).

Su artículo me lleva a éste de Vijay Prashad (de obligada lectura, no porque comparta las tesis, sino porque es información mucho más local que el resto de artículos, que tienen ópticas occidentales) titulado «Bangladeshi workers need more than boycotts«.

Nuño Rodrigo, en su blog de Cinco Días, expone «Diez ideas sobre Bangladesh y la industria textil«.

Maha Rafi Atal, en The Guardian, se mueve entre dos aguas, sin comprar ningún argumento y destando pros y contras de las fábricas: «The Bangladesh factory tragedy and the moralists of sweatshop economics«.

The New York Times le dedica un editorial al tema titulado: «Worker Safety in Bangladesh and Beyond«. Cuenta que hace un siglo los sweatshops eran algo habitual en EEUU (y con tragedias similares) y cree que»The Obama administration and the European Union also have a big role to play. They should push the government of Bangladesh, led by Prime Minister Sheikh Hasina, to enforce the country’s labor laws and building and fire codes».

Y enlaza un estudio interesante que «found that the presence of garment factories was strongly correlated with higher numbers of girls going to school and delaying marriage and childbirth». (vía Miquel Roig).

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Manel Gozalbo me lleva a este informe de 361 páginas (PDF) titulado: «Manufacturing Enterprise in Asia: Size Structure and Economic Growth«. El capítulo  12, a partir de la página 270 del documento, se titula «Size structure of manufacturing in Bangladesh and implications for growth and poverty», y está firmado por tres profesores, incluyendo a M. Yunus. No lo he leído todavía, pero tiene buena pinta.

En BuzzFeed recopilan: «8 Arguments In Support Of Sweatshop Labor«, algunos más sólidos que otros. Hay textos de Paul Krugman, de Jeffrey Sachs, el de Kristof ya citado o a Tim Harford. (Vía Javier Tahiri).

Benjamin Powell, en 2008, escribía «In Defense of «Sweatshops«, recogiendo casos de externalidades negativas ocurridas cuando políticos de EEUU quisieron legislar sobre (productos llegados de) fábricas e incluso trabajo infantil en Asia o Centroamérica a mediados de los 90.

Beatriz Hoya, en los comentarios a un post anterior (por cierto, nadie comenta nunca los posts…) nos lleva a una «desoladora entrevista en The Nation a Kalpona Akter extrabajadora de fábricas textiles activista por los derechos de los trabajadores en Bangladesh». Dice que empezó a trabajar a los 12 años para mantener a su familia y fue despedida, años después, por intentar algo así como el germen de un sindicato.

¿Qué es lo que quiere su organización? Desde luego, no un boicot. «We really don’t think that not buying is the solution for us. We have 4 million workers in the garment industry in Bangladesh, 70 percent of whom are women. Most are very young and they have to have a means to have a livelihood. If consumers stop buying, that is like a boycott and a boycott doesn’t help us. Instead, we want people to write letters to Walmart, talk to their communities and friends about what is happening, raise their voice and protest at the stores with their physical presence. We want US consumers to say, “We’re watching you and we demand that you pay attention.”

– Ángel Martín Oro, en los comentarios, apunta a este post titulado «Biased news» en el que el autor critica a los medios por el tratamiento informativo de casos como el de Bangladesh. No por recoger lo que evidentemente es una terrible noticia, sino por no proporcionar el contexto necesario. Y concluye que «ven when journalists are doing their jobs well, they are contributing to some unpleasant biases, by the very nature of what constitutes news. You cannot, rationally, base your political opinions in what your see in the news».

– Ricardo Molero, en Colectivo Novecento, critica el artículo de Senserrich desde diferentes puntos de vista, pero en especial desde la comparativa con el caso chino: «China, fábricas y pobreza«. Vía Manel Gozalbo también.