Entre ayer y hoy he leído algunos artículos que de alguna manera se relacionan entre ellos, aunque a diferentes niveles. Y que abren la puerta a un debate más que interesante sobre el papel de los intelectuales, los economistas y los periodistas en la esfera pública.

1) Fernando García-Quero en Eldiario.es: «Crisis y Universidad: de intelectuales a hacedores de ‘papers‘». De forma resumida, critica que «la Universidad está inmersa en un proceso que aniquila intelectuales y los convierte en un nuevo tipo de ser académico cuyo fin último es hacer papers » y que «no se fomenta un profesorado que intente enseñar más allá de los cánones establecidos o colabore con asociaciones u organizaciones sociales». Un artículo que recuerda al de Argullol de hace menos de dos meses en El País: «La cultura enclaustrada» y que evoca, más o menos, algo de lo de Kristof.

2) Manuel Arias en Revista de Libros: «La lógica de las cosas«. Básicamente, pero bien desarrollado, lo contrario «… la tendencia que, consolidada ya en los circuitos universitarios de primer nivel, se ha reforzado en nuestro país durante los últimos años, para amargura de la mayor parte de los afectados: la creciente cuantificación de la calidad investigadora. Suena algo abstruso, alejado del interés de los ciudadanos que viven fuera de la burbuja –no en el sentido de progresiva hinchazón, sino de mundo autorreferencial separado del resto– académica. Pero, si bien se mira, el problema que aquí se plantea es el mismo que aqueja a otras esferas de la vida social y personal: quién vigila a los vigilantes. O cómo se decide quién atesora los méritos necesarios para avanzar en detrimento de otros».

3) Ramón González Ferriz en El País: «Los nuevos intelectuales«. Es uno de sus temas favoritos, del que ha escrito más y aquí ya hemos comentado alguna vez. Habla sobre la irrupción de los economistas como nuevos intelectuales y figuras dominantes en el debate público. «Esto puede ser una buena noticia. Durante demasiado tiempo, el debate público ha estado más dominado por cuestiones morales —imprescindibles pero insuficientes— que por análisis de datos —insuficientes pero imprescindibles— y, en ese sentido, nos viene bien que se sumen a la gran conversación técnicos que puedan ayudarnos a salir del crónico noventayochismo de nuestros viejos debates intelectuales». Al mismo tiempo, sin embargo «es posible que a algunos de estos nuevos intelectuales les haya pasado como a parte de los viejos: que la exposición mediática y la agradable sensación de influir les haya convertido en osados opinadores sobre cualquier cosa imaginable, les haya convencido de que tienen la solución definitiva para todo o les haya hecho creer que la sociedad es un poco tonta si no les hace caso. Los nuevos intelectuales son distintos de los viejos, pero se parecen en que los focos les deslumbran por igual».

4) Alexanfre Afonso: «What the Piketty-Financial Times Affair says about journalism and academia«. Una crítica al papel de los medios en la difusión de ruido en el caso Piketty-FT, y acusaciones de corporativismo y mala praxis.

De forma muy resumida, me encontrarán en contra de García-Quero y a favor de Arias y González Ferriz. Y coincidiendo con Afonso en algunos puntos y discrepando en otros.

Sobre el primer debate, dice García-Quero que «la Universidad española, le pese a quien le pese, está inmersa en un proceso que aniquila intelectuales y los convierte en un nuevo tipo de ser académico cuyo fin último es hacer papers sin pausa, sin poso y sin reflexión». No sé qué entiende por papers él, ni si conoce bien el proceso, pero… para eso lean precisamente lo que dice Afonso al respecto y sobre el tiempo y la duración de una publicación de verdad. Habla García-Quero me temo, de una Arcadia que nunca fue.

Sueña con una universidad caracterizada por desgracia por lo contrario. Por no hacer bien la parte docente, ni la reflexiva, ni la social. Acostumbrada a bajísimos niveles de investigación, de debate y de exigencia. Habla de trabajar «por crear una Universidad cuyo objetivo principal sea utilizar el conocimiento para una transformación social hacia la igualdad». Es decir, a nada. Asustada ante la perspectiva de tener que cambiar, que modernizarse, que trabajar, que investigar, que competir.

Una discusión sobre la que otros tienen mucho más que aportar. Quizás donde puedo hacerlo más es en el post de Afonso sobre medios y académicos. Sostiene Gonzalo Rivero, académico y el que me enseñó las reflexiones, que lo que el Excelgate está demostrando es que nuestros business, el suyo y el mío, no se entienden mutuamente. Que hay desconexión y le resulta sorprendente la atención diferencial de los medios a la investigación académica, pues hay artículos sobre papers sensacionalistas en revistas oscuras y en cambio hay otros papers, relevantes, que pasan sin pena ni gloria.

Mi respuesta, medio broma medio en serio, es que el proceso es en realidad muy sencillo: si a los medios nos llega por email información sobre el paper o el estudio, se publica. Si ese día estamos faltos de noticias, se publica. Si lleva un titular muy llamativo, se publica.

Generalmente, no hay ninguna lógica, ni estrategia. Ni conspiraciones ni una selección de temas por oscuros intereses económicos, políticos, ideológicos o corporativos. Obedece más a cuestiones individuales (que un determinado redactor lea determinadas publicaciones). Que el artículo empiece a circular (jamás entenderemos los mecanismos que explican por qué algunos sí y otros no) y lo veas en otros sitio.

Que efectivamente, alguien te hable de él. Los estudios de todo tipo que cada día se publican en la prensa, decenas de ellos, suelen reenviarlos agencias de comunicación o responsables de prensa directamente a los medios. Por email, a cuantos más destinatarios mejor. Si logran que una agencia lo cite, el resto sale solo. Antes, los medios buscaban temas exclusivos que nadie más tuviera. Y había broncas en las otras redacciones cuando pasaba. Hoy, en muchos casos, es al revés, y la bronca llega si no llevas (y más en la web, destacado y con un titular apto para SEO) lo que lleva todo el mundo. No te puedes permitir no estar, y sale más a cuenta (parece ser).

¿Por qué hay universidades, think tanks o catedráticos que son citados muchísimo y otros que casi nunca? Es, sencillamente, por la oportunidad. En el periodismo lo fundamental la inmediatez y disponibilidad. Si me falla un articulista y el profesor X me escribe 4.500 caracteres un viernes a las 21.00 de la noche, mi amor será incondicional y de por vida. Y cuando tenga que recurrir a él, lo haré.

Los expertos que tienen dos minutos para ti cualquier día a cualqueir hora son los favoritos. Si además escriben bien y dan titulares… Hay grandes catedráticos a los que no hay forma de contactar. Que no responden a los emails o las llamadas. Que no quieren escribir, que (por razones perfectamente lógicas y razonables) no pueden atenderte cuando tú lo necesitas. Por eso se llama a los otros.

Y está el papel del departamente de comunicación. Si necesito un experto en mercado laboral y llamo a Fedea, lo más habitual es que en cuestión de minutos me digan con quién puedo hablar. Si lo intentas con la Complutense, no hay nadie al otro lado del teléfono. Nunca. Quien quiere salir en los medios, lo consigue. Basta con descolgar el teléfono, ofrecer y tener disponibilidad las dos primeras veces que se llama. El resto está hecho.

Pero volviendo al post.

a) Lleva razón Afonso. «Until recently, journalism and academia were clearly distinct». Ahora, empiezan a mezclarse. Por un lado, con académicos escribiendo más que nunca en medios, en blogs, en publicaciones ad hoc, Llegando directamente a millones de personas sin intermediarios. Por otro, con nuevos proyectos de periodismo de datos o algo parecido (Vox, 538, The Upshot, etc). Aquí en España lo hemos visto también. Con los blogs de eldiario.es (Piedras de Papel o Agenda Pública), Hay Derecho y sobre todo Fedea y su Nada es Gratis.

Si un catedrático, un investigador del CSIC o un notario escriben análisis de los mismos temas, y lo escribe bien (y cada vez lo hacen mejor) y lo hace rápido ( y cada vez lo hacen más rápido) un periodista tiene muy complicado competir, por no decir imposible. ¿Y qué? No importa, no debemos competir. El periodismo, si es inteligente, se adaptará y usará todavía mejor la formidable fuente de información que suponen los expertos. Hay infinitas cosas que los pundits no hacen, no pueden, no saben o no quieren hacer. Y allí está el nicho.

b) Dice Afonso que hay una diferencia de ritmos y de intereses de fondo. Que un periodista necesita publicar en minutos y en el mundo académico «It takes often 2 years or more between the time I write an academic article and when it is published. I write it, revise it, present it at a conference, get feedback, revise it again, submit it to a journal, it is rejected, I revise it again, submit it again, am asked to revise it, until it is accepted».

Luego hace una crítica un tanto ridícula «Of course, this is a very long book and journalists simply don’t have time to read long books, especially if they have to maintain their twitter account beside writing article». Ridícula no tanto por el ataque, que en el fondo puede llevar razón, eso pasa mucho. Sino porque eso es válido para cualquiera. El que no lee no es por falta de tiempo. Lo que ha cambiado la desintermediación es el negocio del periodismo. Pero también el mundo académico, poco a poco.

Los académicos, sobre todo los jóvenes, empiezan a darse cuenta de que es bueno tener presencia en el debate público, en la esfera pública, de forma constante. El proceso empieza con la llamada de Siracusa, por la indignación de la mala praxis periodística, por la necesidad de corregir lo que está mal, romper mitos, aportar conocimientos. Pero la continuación, muchas veces, es más mundana. El académico, como el periodista, descubre que llegar a miles, decenas de miles o cientos de miles de personas es algo sugerente, a veces adictivo. Te gusta que te lean, que te citen, que te elogien. Influir. Sí, que lo hagan tus pares académicos es estupendo. Que lo hagan miles de personas normales, también. A veces más. Te citan, te llaman de radios o de televisiones. Sales en programas, te reconocen, te llaman más veces. Y eso tiene su punto.

c) «The second difference is perhaps cohesiveness. In academia, you make a reputation for yourself by criticising what others do or what they miss, and emphasising how what you do is original. Anybody that has gone through a journal peer review process knows that criticising others is much easier than doing research yourself, and this often creates fairly nasty battles». En el periodismo te haces una reputación escribiendo cada día, compitiendo con miles de personas, en tiempo real. Si cree que lo del mundo académico son críticas debería ver lo que supone poner en tu bio que eres periodista de El Mundo. O escribir algo que leerán 300.000 personas. Aquí te haces una reputación escribiendo cosas que lee gente normal, otros periodistas, sí. Y también decenas de miles de personas. Yo escribo de economía. Lo mío (y lo que digo cada día en Twitter, por ejemplo) lo leen, valoran y juzgan CADA DÍA economistas, técnicos, políticos, ministros, funcionarios, expertos, catedráticos de universidades de primer nivel, inspectores de Hacienda, traders, brokers, gestores de fondos, analistas. No es peer review. No son los mismos estándares. Pero le puedo asegurar que si bien el proceso de publicación es extremadamente sencillo, superar la barrera de los expertos y que te tomen en serio, no.

d) «What always strikes me is the extreme degree of corporatism of journalists as a whole. While their job is to criticise and hold people to account, journalists are actually very bad at taking criticism and being held to account for their mistakes». ¡Venga ya! ¿Quién reconoce bien los errores? Los periodistas no, claro. Pero están muchísimo más acostumbrados. Cada día hay miles de personas que piensan (y dicen, y te dicen) que eres un ignorante, un imbécil, un manipulador, un vendido a las empresas, al Gobierno, al capital, al partido. Que no sabes lo que dices, lo que haces, que sólo pones estupideces. Que no tienes nivel. Que te vayas a casa. ¡Y nos lo decimos continuamente unos a otros! El 90% del tiempo lo que hacemos es hablar de nosotros, de nuestro trabajo, de lo mal que va todo y de ponernos verdes. Entre medios e inter medios.

e) Se queja del corporativismo y dice que «the FT/Piketty case as well. First, the debate would never have been hyped up so much if it had come from an academic». ¿No recuerda lo que pasó con Rogoff y Reinhart? Los medios van detrás del ruido. A veces del creado por ellos mismos, y a veces no. Los medios encumbraron el fenómeno Piketty, con cientos de reseñas, críticas y artículos por todo el mundo. Lo han convertido en una rock star. Y si algo nos gusta a todos son la caída de las rock star. Por eso las críticas del FT tuvieron mucho eco en la prensa… y entre los académicos.

«Hence many news reports had a manifest pro-FT bias, showing how journalists were so good at debunking theses by professional academics». No, no es eso. Que lo hiciera un periodista podía tener su gracia, pero el corazón eran las críticas al libro del año. Sin más. Mire cada día un periódico, una web. Y verá que es todo mucho más sencillo. Es Ockham.

f) Sobre las malas praxis, nada que objetar, Todos las conocemos y las vemos cada día. Siempre he defendido que Twitter, o la que venga después, será la gran salvadora del periodismo. La única forma de subir los niveles, la calidad, es que haya una accountability total. Que cada periodista responda, en tiempo real, por lo que hace y lo que firma. Y eso lo permiten las redes sociales.

En ocho años en El Mundo, me han llamado menos de 10 personas a la redacción para criticarme, insultarme o aplaudir mi trabajo. Cada día, en Twiter, lo hacen unas decenas. El mío, el de mi periódico, mis compañeros o de la profesión en general. Hasta ahora no ha habido feeedback. Escribes, publicas y casi las únicas reacciones eran profesionales (empresas, gobiernos, agencias, tus jefes), pero no de particulares, de lectores.

Eso puede y debe cambiar. Yo debo responder ante esos mismos economistas, catedráticos, traders y analistas que me leen. Si digo tonterías o escribo una barbaridad, y lo ven, me lo dicen. Cada día, cada artículo, cada tuit. No es peer review, pero es un proceso que puede ser extremadamente duro. El respeto te lo ganas cada día. Y si todos tuviéramos que hacerlo así, seguramente los niveles subirian.

¿Están condenados a entenderse los dos mundos, el académico y el periodístico? En absoluto. Cada vez se entienden mejor, pero la relación no es una balsa de aceite.Son lenguajes diferentes que se van puliendo. Cada vez más periodistas leen papers y acceden directamente a las fuentes. Cada vez más académicos escriben en los medios y participan de ellos. No como sujetos pasivos, remitiendo textos, sino interactuando con los que los dirigen e influyendo directamente sobre los redactores.

Antes los matrimonios eran de conveniencia; ahora, empiezan a ser por amor. Quizás las tasas de divorcio eran inferiores hace 50 años. Pero sospecho que no queremos volver a eso.