En los últimos años he tenido la oportunidad de entrevistar o hablar con un buen número de premios Nobel de Economía. Viendo la lista de los últimos ganadores, y aunque puede que se me escape alguno, Shilller, Sargent, Sims, Diamond, Mortensen, Pissarides, Maskin, Myerson, Phelps, Robert Aumann, Schelling, Kydland, Prescott, Stiglitz, Spence, Heckman, Mundell, Sen, Merton, Scholes, Mirrlees, el famoso Nash, Selten, el gran Lucas, Doug North o Bob Fogel,

Son algunos de los cerebros más importantes de la disciplina. Hay teóricos, prácticos y muchos técnicos o matemáticos. Hablar con algunos de ellos fue un auténtico placer y aprendí muchísimo. Las charlas con la mayoría de ellos, sin embargo, fueron todo lo contrario y me dejaron una impresión más que agridulce.

El Nobel de Economía premia normalmente trabajos o contribuciones muy concretas, a veces hechas décadas antes. Hay ganadores tremendamente conocidos, polémicos, mediáticos. Economistas que publican como Krugman en diarios muy importantes. O como Stiglitz, que recorren el mundo dando conferencias. Pero la mayoría son técnicos, gente muy buena en algo muy concreto, pero de perfiles públicos muy bajos, con poca o nula experiencia hablando para medios de comunicación o auditorios no especializados.

Del Nobel esperamos que sea un genio de la economía. Y cuando decimos un genio, queremos decir, básicamente, expertos en macroeconomía, finanzas y coyuntura. Porque son los temas sobre los que, al menos los periodistas, queremos que hablen, opinen, iluminen. Que nos den un titular. Y claro, la mayoría, la gran mayoría no lo son. Hay un enorme problema de expectativas, porque esperamos de ellos mucho más de lo que pueden ofrecer. De lo que cualquier pueda ofrecer.

La economía enseña que los seres humanos reaccionamos a los estímulos y a los incentivos. Y cuando una persona gana el Nobel, cuando un economista gana el Nobel, su vida cambia inmediatamente. Y aparecen incentivos y estímulos nuevos que cambian completamente su forma de actuar y de ver el mundo. Incentivos positivos, pero también perversos.

De un día para otro se convierten no sólo en una celebridad y en un nombre para la historia, sino en expertos, en alguien al que todo el mundo quiere escuchar. Países, gobiernos, instituciones, empresas y bancos se pegan por invitarlos a dar charlas, seminarios y discursos. Las editoriales se pegan por sus libros. Los periodistas nos pegamos para entrevistarlos. Cada frase que sueltan es un gran titular. Porque son Nóbeles.

Voy a poner tres ejemplos muy concretos, tres anécdotas que me han pasado. Mi primera entrevista en El Mundo, en 2006, fue con el israelí Robert Aumann, premio Nobel en 2005 junto a Thomas Schelling y experto en teoría de juegos. Era mi primera entrevista, y de Economía. Y a un Nobel. Y en inglés!! Así que la preparé muy bien. Llevaba escritas más de 20 o 25 preguntas y había estado leyendo sobre él y sobre teoría de juegos. Nos sentamos en la mesa, juraría que en la Fundación Rafael del Pino, que siempre trae a gente muy interesante, y saqué la grabadora. Y cuando abrí los labios me dijo, en una voz extremadamente suave, amable y cálida: “Disculpe, antes de empezar querría pedirle una cosa. Por favor, de economía, lo que es economía, no me pregunte, porque no sé ni lo que es la inflación”.

Me desmontó completamente. Exageraba,  porque sí sabía lo que es la inflación, pero lo que quería decir es que su campo era la teoría de juegos, y que no tenía sentido alguno preguntarle por cosas del día a día, previsiones de crecimiento, crisis (aún no había), intervencionismo o liberalizaciones. Tuve que romper (literalmente, la rompí allí mismo) la lista de preguntas e improvisamos una charla sobre teoría de juegos aplicada al conflicto de Israel y Palestina que, si no recuerdo mal, se publicó en Internacional.

Pero claro, de eso hace mucho tiempo. Luego llegó una crisis tremenda y los economistas se volvieron importantes de verdad, y todo el mundo los buscaba, y las ofertas eran muy altas, y tentadoras. Y Robert Aumann empezó a hablar de la crisis, y de políticas públicas, y de la necesidad de austeridad, y de ajustes. Y empezó a hablar de países concretos y a viajar y a dar entrevistas en las que opinaba un poco de todo.

El segundo caso es el de alguien discreto, tímido, también muy educado y agradable: Eric Maskin. Doctor en matemáticas también, pero no tan cerrado como Aumann. El día que se anunció el Nobel, una amiga mía llamó a su oficina por probar suerte y lo cogió en su despacho. Él, extremadamente amable, respondió y le concedió una breve entrevista. Su primera petición fue la misma que me hicieran a mí: por favor, no me haga preguntas de macro porque soy especialista en algo muy concreto y no puedo ayudarla, no tengo el conocimiento suficiente y sería hablar por hablar.

Pero claro, de eso hace mucho tiempo. Luego llegó una crisis tremenda y los economistas se volvieron importantes de verdad, y todo el mundo los buscaba, y las ofertas eran muy altas, y tentadoras. Y Eric Maskin empezó a hablar de la crisis, y de políticas públicas, y de la necesidad de austeridad, y de ajustes. Y empezó a hablar de países concretos y a viajar y a dar entrevistas en las que opinaba un poco de todo.

El tercero caso que presento es diferente. El alemán Reinhard Selten, Nobel en 1994 junto a John Forbes Nash y Harsanyi por trabajos en Teoría de Juegos. Lo conocí hace tres o cuatro años en Lindau, una pequeña ciudad alemana que celebra unas fantásticas conferencias (cada año una disciplina diferente) y reúne a un montón de premios Nobel con periodistas y jóvenes investigadores. Pasamos unos días en un entorno maravilloso en charlas, discusiones, paneles y entrevistas.

Allí me explicó durante un buen rato, y con todo el énfasis que su delicado estado de salud le permitía, que España necesitaba muchísima más austeridad, muchas más reformas y medidas. Que la austeridad era buena pese a lo que pensaban muchos de sus colegas y que Alemania era un buen ejemplo de qué pasa cuando se hacen las cosas bien. Tras ese discurso/reprimenda, le pregunté qué sugería exactamente y si no le parecía que lo hecho por el Gobierno era suficiente. A lo que respondió, “en realidad no estoy muy informado sobre España, no sé qué ha hecho exactamente, pero necesita más austeridad”.

Podría poner más ejemplos con nombre. He escuchado a Stiglitz en muchas ocasiones y en al menos tres países, rodeado de periodistas de todo el mundo, respondiendo sin pestañear a lo que tiene que hacer el Gobierno español, italiano, francés, esloveno, argentino, checo, letón, lituano o portugués. Explicándoles a políticos o banqueros cómo hacer su trabajo, Diagnosticando y recetando a dos carrillos.

También he escuchado (e intentado hablar) con Prescott, cuya lucidez no es la de antaño, por decirlo de una forma muy respetuosa, pero que sigue dando conferencias por el mundo con el discurso contrario a Stiglitz.

Los incentivos para hablar son claros. Fama, gloria, dinero, prestigio, ego. Son Premios Nobel, pero también seres humanos. Les pedimos demasiado, y al final acaban sucumbiendo.

Por eso está bien escucharlos con atención, pero también relativizar también lo que dicen sobre temas de los que evidentemente no saben mucho.

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ACTUALIZACIÓN

Esto es el nuevo Nobel, Tirole, justo ayer: » I haven’t worked on net neutraliza. It means several things. One of them is paying for bandwidth and congestion, and that’s natural economics because we want firms to pay for the social costs of their choices. But people are afraid and the regulators are afraid that the bottlenecks will actually use their market power to expropriate from content providers, and that’s why we need to remain careful. I follow it from afar. But I should pay attention to what I know and not talk more just because I won a Nobel Prize.