El pasado miércoles por la noche Joe Biden leyó desde el Despacho Oval su último gran discurso, la tradicional despedida del presidente saliente de Estados Unidos a la nación. Fueron 17 minutos de advertencias sobre los principales peligros (el «complejo industrial-tecnológico», la «oligarquización», la desinformación, las redes sociales sin control, la inteligencia artificial que ayuda a asfixiar la verdad), de sacar pecho de sus éxitos (desde creación de empleo a regulación de armas) y de recomendar cambios pendientes (retocar la Constitución y poner límite al mandato de los jueces). Pero su discurso, el de un veterano con 50 años de servicio público, cargado de nostalgia, ilusiones y la ingenuidad idealista que ha caracterizado los guiones de la política estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, fue en realidad el punto y final a una era, un régimen y una forma de entender el mundo, la política y las instituciones que se apaga con él.

En el periódico del fin de semana, y con unas ilustraciones espectaculares, he publicado un largo artículo sobre eso que se apaga y cierra. ¿Una era? ¿La democracia? ¿El neoliberalismo? ¿El siglo XX? Sobre esto último, por cierto, escribí hace unas semanas también desarrollando más en profundidad.

Un análisis sobre el fondo, más que a fondo, de la mano de Peter Thiel, Branko Milanovic, Aaron Sorkin, Ezra Klein, Antonio Gramsci, Neil Gainman, Daniel Freid y el gran Fernand Braudel.

Con Donald Trump están agotados todos los adjetivos, todos los superlativos, las comparaciones históricas y literarias. Todo se ha dicho, todo se ha dramatizado. La gran diferencia quizás en 2025 es que esta vez los avisos o anuncios sobre un cambio de era, de paradigma de visión, de reglas, de sociedad, de país, no vienen (sólo) de los que han perdido, los que temen a la Administración entrante por su retórica, sus conexiones, por el poder sin precedentes de los multimillonarios o gurús tecnológicos. El catastrofismo es de los que han ganado. Hay muchos profetas que se han ganado la vida anticipando el apocalipsis, como denunciaba con sorna el filósofo Jacques Derrida. Pero no hay tantos casos de líderes que lleguen deseando abrazarlo.

Es el tiempo de los monstruos.