McCandlish Phillips fue uno de los mayores talentos del periodismo estadounidense de los años 50 y 60. Y eso es mucho decir. Reportero de The New York Times, fue el más dotado para la escritura de una generación de superdotados. El más admirado de una redacción en la que deslumbran Gay Talese, David Halberstam, Richard Reeves, Ada Louise Huxtable o Gloria Emerson.
Talese, buen amigo, se refería a él como «el Ted Williams de los jóvenes reporteros» y decía que era el único ante el que no se sentía un igual.
Su periódico le ha dedicado un obituario no especialmente sentido. Ken Auletta le dedicó un perfil de seis páginas en el primer número del New Yorker de enero de 1997 con el título: «The Man Who Dissapeared«. Un texto que se queda cortísimo.
El título, El hombre que desapareció, es certero, porque en diciembre de 1973, a los 46 años y dos décadas después de haber entrado como copy boy, dejó el mejor periódico del mundo. Por la Biblia.
Mientras sus compañeros recurrían a la bebida o el juego en las largas tardes en la redacción (en obituario del NYt dice que el periódico llegó a tener a dos corredores de apuestas en nómina), él recurría a las Sagradas Escrituras en busca de guía.
Phillips pasó de copy a boy a la cochambrosa sede del diario en Brooklyn. Su maravilosa prosa llamó la atención de los jefes, que lo llevaron a la redacción central y le pagaron para contar historias. De vagabundos en estaciones de autobús, de un payaso sin éxito que le obsesionó durante años, de cubanos entrenándose en Florida o del líder del KKK y miembro del Partido nazi que ocultaba un pasado judío.
Ésa fue la historia que le marcó para siempre. A. M. Rosenthal, uno de los pilares del periodisno norteamericano de la posguerra, y padre de Andy Rosenthal, actual responsable de opinión del NYT, recibió el soplo de que Daniel Burros, de 28 años, tenía orígenes judíos. Y mandó a Phillips, una «persona de honor y gran dignidad», a investigar.
El reportero hizo su trabajo. Rastreó, preguntó y se sumergió en archivos. Encontró pruebas y cerró la historia. Y fue a hablar con Barros. La conversación fue amable, hasta que Phillips sacó la historia. El nazi se puso muy nervioso. Amenazó y suplicó durante días. Pidió que no se publicara nada porque arruinaría su vida. Pero el diario, seguro de los datos (eran ciertos), siguió adelante.
El 31 de octubre de 1965 la historia («State Klan Leader Hides Secret of Jewish Origin«) salió en portada. Pocas horas después, Barros se pegó un tiro. Pese a sus profundas convicciones religiosas, la noticia no pareció afectar especialmente a Phillips. «What I think we’ve seen here is the God of Israel acting in judgment.'»
Durante los siguientes ocho años, Phillips, altísimo, muy delgado, sin gota de cinismo o vanidad, siguió trabajando en la sección Metropolitana, con pequeñas historias, reportajes costumbristas, algún perfil. Y con una columna semanal sobre la ciudad esculpida palabra a palabra.Hasta que de golpe, renunció.
Ni él mismo sabía explicar muy bien por qué. Sufrió una transformación, una revelación, la tercera de su vida. Y la siguió sin vacilar.
In 1962 había fundado, junto a su amiga Hannah Lowe, la New Testament Missionary Fellowship, una congregación Pentecostal ein Manhattan. Y a ella se consagró el resto de su vida, pese a polémicas que mancharon el nombre de la institución. Y a ella consagró el resto de su vida.
Esporádicamente publicó piezas en el Times o columnas sobre religión en el Washington Post o revistas especializadas. Y dio algunas clases de periodismo.
Tuvo la gloria, la fama y el dinero, y renunció a todo. Peter Duffy lo entrevistó en 2009. Nunca se arrepentíó, aunque reconocía que su cruzada evangelizadora no había tenido el éxito deseado. Phillps era periodista, pero no aspiraba, no quería ganar el Pullitzer. Quería «redimir a la gente». Lo que, en el fondo, quieren todos los buenos periodistas. Lo que, en el fondo, quieren todos los hombres buenos.
John McCandlish Phillips, periodista, nació en Glen Cove (Nueva York, EEUU) el 4 de diciembre de 1927 y falleció en Nueva York el 9 de abril de 2013.
* Este post es una versión ligeramente editada del texto aparecido el domingo 14 de abril en la edición impresa de El Mundo.