portada gustau

No es casual cuando en la muerte hay no conenso, sino unanimidad. En la admiración y el dolor.  David Gistau ha sido un gigante en las últimas dos décadas y así se lo han reconocido sus colegas.  Los de su generación, los de la siguiente y los de la anterior. Primus inter pares.

Aquí voy a recoger tantos homenajes y recuerdos como sea posible. Iré actualizando, añadiendo según se vayan publicando o los vaya encontrando. Hay algunos que han salido en papel y para los que (aún) no hay enlace. Si echan de menos alguno, no dejen de avisarme.

Hoy, El Mundo y ABC, sus casas los últimos 15 años, le han dedicado dos sumplementos especiales que se pueden encontrar en los kioskos. Por las firmas, por las fotos, por quién fue, les recomiendo que lo compren. Merecen la pena. Y él lo merecía.

Mi favorito, de entre los muchísimos textos que se han escrito en las últimas horas, es el de Jabois en El País: Cuando os pregunten quién fue David Gistau. «Era algo más que un amigo o un hermano; era una manera de ser, una manera de estar en el mundo que había que tratar de imitar (…) se ganó el respeto de una profesión a menudo cainita, la de periodista, y lo hizo de una forma tan insobornable que daba vértigo el filo en el que se instalaba respecto a jefes, políticos y lectores; a todos los mandó a paseo».

Magnífico también Antonio Lucas en EL MUNDO: Gistau, aquel ruido de vida. «Gistau baldeaba artículos donde esa infiltración de experiencias goteaba. Igual en una crónica parlamentaria, en un texto complejo y burlón sobre los derrapes del independentismo o en una pieza de última hora alrededor de un partido donde no se distingue su voz de las palabras. Ya dijimos ayer que su estilo era de contundencia, maza de yunque, sin un gramo de lastre. Mejor revelación que símbolo. Tal vez sea eso lo que pasa cuando uno habla desde dentro, cumpliendo el principio socrático de que inteligencia y virtud son intercambiables. Sabía olfatear el incendio antes de que alguien chascase el fósforo. Gistau era (o es ya) de esos periodistas que se anticipan oponiendo resistencia a la mentira, a la estupidez, a la estulticia, a lo fácil, a cualquier plasta psicológica. Detectaba a los conspiradores por su tez cetrina y las ojeras moradas. También a los palmeros de oficio, a los que espantaba consciente de que el elogio extremo siempre oculta un responso de mentira. Si entraba un tipo así donde él estuviera, lo auscultaba con las córneas hasta descifrar todos sus movimientos y elaborar el mejor sarcasmo a lo francés (a ratos jugaba a ser un sujeto de Chamberí tocado de Robespierre). Dejarse ver algo francés es lo que le gustaba, lo que íntimamente sentía, forofo del sistema laico de educación del país de su madre y de su otro idioma de casa».

Arturo Pérez Reverte en EL MUNDO: Lo estaba haciendo bien. «Ésa era, en efecto, su obsesión. Seguir la huella del padre pero con pasos acertados esta vez: una familia unida, hijos bien criados, paz de hogar, libros, cultura, vida. No quería ser González Ruano ni Umbral, ni tampoco Faulkner o Balzac. No lo necesitaba, porque su ambición era otra. Quería ser cabeza de familia a la antigua, clásico, ejemplar. Que sus hijos nunca tuvieran clavada en el corazón la astilla del padre perdido y el hogar destruido, sino todo lo contrario».

Rubén Amón en El Confidencial: Yo quería ser David. «Y no porque fuera un castizo. Lo que era David es un cosmopolita. Afrancesado y anglófilo a la vez. Le hubiera gustado escribir como Norman Mailer, cruzar los puños con Hemingway, pero me parece más oportuno el paralelismo con Chesterton. No por el estilo, ni por la estética. Pero sí desde una concepción iconoclasta. Y por haber consolidado una posición a contracorriente que impedía clasificarlo. David votaría siempre a los demócratas en EEUU. Y era un liberal, no desde la concepción depredadora del capitalismo, sino desde una visión generosa de las libertades. Empezando por la de expresión, que hizo de sus columnas un maridaje asombroso entre la forma y el fondo. Recelaba David de los dogmas. Y era un hombre incómodo. Porque escribía desde la responsabilidad y desde la inteligencia. Un erudito era David. Le gustaba Albert Camus y ACDC. Y la comida japonesa. Y pasear por la playa de Comillas. Un padrazo. Un expatriado que te sorprendía con el acento porteño que heredó de Romina, su doña.

Y las 8 preguntas de cada mañana de Rubén en lo de Alsina, completamente roto: «¿Y a quién coño leemos mañana? Y aquí también en el monólogo de la Cultureta. «Era uno de los nuestros«.

Pedro G. Cuartango en ABC: El final de la escapada. «David Gistau dormía plácidamente la última vez que le vi. Manuel Jabois estaba en una minúscula habitación del Clínico, leyéndole un libro cuando yo llegué. Nunca pensé que jamás le volvería a ver. Pero siempre hay una última vez. La vida es cruel, vengativa, absurda. No hay consuelo ni explicación posible a una muerte como la suya (…)  Su cuento favorito de Hemingway era uno en el que los gánsteres llegan a un bar preguntando por el propietario. La acción empieza y acaba ahí, pero todo el mundo sabe que le han ido a matar. No hay comienzo ni final, pero el lector se queda con la duda de si la víctima ha logrado escapar en el último momento. Yo creía que David iba a escapar, pero el destino -o lo que sea- le atrapó».

Gistau nieto

Pedro Simón en EL MUNDO: El miedo a faltar pronto. «Era de una fraternidad de clan palermitano: de esos que se harían cortar un dedo por uno de los suyos. En el periodismo, ha sido lo más parecido a Liebling que hemos tenido en España. En lo epidérmico, un sonido de Motörhead con ecos cántabros. Unas noches decía que querría escribir como Budd Schulberg y haber boxeado como Foreman (yo le tomaba el pelo con que lo había logrado, pero cambiando la ecuación).

Carlos Alsina en Onda Cero: En estos tiempos de militancias. «Ha muerto Gistau. Periodista, escritor, lector, animador. Libre entre los libres. Si algo demostró siempre, en estos tiempos de militancias y banderías, fue su libertad de criterio y su soberana independencia».

Javier Aznar, en su Hotel Jorge Juan, despide con una inmensa tristeza y entre lágrimas al Gistau más generoso, amable y protector. Como un primo que desde la Universidad de descubre cosas de la vida adulta; como una estrella que escribe a un columnista novato y asustado para disculparse por haber usado el mismo título en un texto. Que te arropa en las presentaciones y te hace sentir parte de la familia.

Carlos Herrera en ABC: El Gobierno del verbo. «Cada una de sus frases, tanto en el periódico como en la radio, estaba gobernada por un verbo. Era poseedor de una prosa brillante como pocas, fruto de ese acercamiento muy personal a la actualidad con licencias literarias. Inventó un género que le permitía ser culto sin ser pedante y le habilitaba para desprender, en cada exhalación, un sentido del humor inteligente y deslumbrante. David era un gran conversador y en la radio uno de sus éxitos fue trasladar la sensación de un diálogo en el bar».  Y aquí, su despedida en antena.

Rosa Belmonte en ABC: Vecinos de un torero. «A veces nos cruzábamos en el ascensor. Él con la basura, yo con una maleta camino del primer debate presidencial de 2008 de Obama y John McCain en la Universidad de Mississippi (una carambola extraordinaria del periódico me lo permitió). «Te envidio», me dijo. Pero tú qué me ibas a envidiar a mí. Yo envidiaba sobre todo su libertad. Con Florentino. Con quien fuera»:

Raúl del Pozo en EL MUNDO: Gistau, columnista de culto. «Se ha retirado del ruedo entre ovaciones el columnista de metáfora rápida como los pistoleros y mafiosos que tanto admiraba. Lo han despedido con una esquela triunfal, colectiva, como a los escritores de antes. No lo han linchado, como suelen, en las redes sociales. Le han dedicado necrológicas radiantes el presidente del Gobierno y los líderes de la oposición, a los que tanta estopa les dio con mordacidad e ingenio satírico. Está claro que gozaba del respeto de la afición y ahora le escriben necrológicas los columnistas, ese fatigoso trabajo español y egipcio de apalancar bien a los doblados».

Gistau dedo

A. Di Loli

Rafa Latorre en EL MUNDO: Una burla a la impostura. «En cuanto al puto folio, siempre hizo lo contrario de lo que se esperaba de él, que era uno de los consejos que solía repetirle a sus amigos que escribían pero no como él. Sus jefes de La Razón lo enviaron con treintaytantos a una guerra convencidos de que llegarían las crónicas desgarradoras de un reportero de raza y lo que llegó desde Pakistán fue una burla a la impostura. La solemnidad le producía bochorno e iba huyendo de las modas que él mismo había inspirado. No respetaba nada, ni siquiera la mística de la columna, quizás eso menos que nada. Esa aversión por la muchedumbre terminaba convirtiéndole en un disidente de todas las causas cuya militancia le suponían. Cuando llegaban los que le seguían, él ya no estaba allí. De ahí que sea tan pertinente la pregunta que se hizo ayer y se hace hoy y se seguirá haciendo Rubén Amón: ¿a quién coño leemos mañana? El periódico ahora es más previsible».

Karina Sainz Borgo en Voz Populi: Gracias, Gistau. «Así era su escritura, refinada y contumaz, certera, directa, magra. Rápida y ágil como un peso welter e invencible como la de un peso completo. En él hasta la nostalgia pegaba fuerte, pero sin renunciar al combate de la ironía y la inteligencia. Tenía razón Javier Aznar cuando escribió que David Gistau era un perro sin collar. Un tipo que sabía morder e hincaba el diente en la frase perfecta. Más que lector, con Gistau uno se sentía esparrin. Sus libros dejaban claro que no bastaba el periódico para todo lo que tenía dentro. Como narrador, Gistau derribaba con la primera persona e iba directo a la quijada con la tercera. Como periodista era capaz de convertir una coma en una navaja».

gistau puebla

Jorge Bustos en EL MUNDO: Nunca bajarás del ring. «Cuando murió Jorge Berlanga, escribió de su compañero de contraportada el más aséptico de los obituarios porque así se lo pidió Jorge desde la cama terminal del hospital. A diferencia de la nuestra, la suya es una generación que aprendió la insinceridad espantable de la cursilería«.

Francisco Rosell, director de EL MUNDO: El sueño roto de David Gistau. «Un gran periodista, de esos que marcan época, puede acabar acribillado por el poder al que critica, narcotizado por las adormideras del ídolo de barro al que adula o simplemente destrozado como un muñeco roto por la leyenda que ha dejado tejer a su alrededor. Es sumamente difícil esquivar cualquiera de esos peligros que se ciernen peligrosamente merodeadores, pero quien sobrevive a ellos y lo logra adquiere una aureola que trasciende por encima de su recuerdo. Ese es el caso de nuestro David Gistau».

Luis Enríquez en ABC: Gistau, rockanroll. «La tribuna de autoridades estará vacía. Esto tiene un propósito testimonial: ellos nunca entendieron la crítica de David y él siempre los quiso lejos para que no comprometieran su independencia. Lo llamaba «el mamoneo». Creo que él y Martín Ferrand son los únicos que yo he conocido que llevaron esta forma de entender la profesión hasta las últimas consecuencias. Recuerdo varias ocasiones en que, después de contarme lo simpáticos que habían sido con él este presidente de club de fútbol o aquella vicepresidenta del Gobierno, les pegaba un columnazo en la cabeza. «¿Y esto por qué?». «Empezaba a sentirme demasiado cerca…». La frase que más he escuchado en mi vida profesional es «¿qué le pasa últimamente a David?». Siempre he respondido lo mismo: «Nada, que es periodista».

Gistau negronis

A. Di Loli

David Jiménez Torres en Letras Libres: Una especie de superhéroe (en recuerdo de David Gistau). «Encuadrado generalmente en el liberalismo político, era sobre todo un comentarista libre, con una fuerte alergia hacia las grandilocuencias engañosas y los simplismos moralizantes que pretendiesen tratar al ciudadano como a un menor de edad. En entrevistas solía hablar de cuán necesario era para alguien que ocupaba su lugar en la esfera pública estar dispuesto a decepcionar a aquellos que pudieran haberle convertido en su columnista de cabecera. No era una pose: su obra da fe de ese esfuerzo por no ser un comentarista predecible sin caer a cambio en el vacuo efectismo del enfant terrible. Así, encontró un equilibrio que muchas veces se antoja imposible: tener criterio sin acomodarse en el dogmatismo, ser independiente sin ser arbitrario».

Agustín Pery en ABC: Artillero de tinta. «Y ahora ¿qué coño hago? David. No, esto no. ¿A quién le envío ese whatsapp mañanero después de leerte? La respuesta siempre certera, el consejo del amigo con alergia al púlpito. Ando hurgando en el pasado, consciente pero incrédulo porque ya me han jodido el presente y embargado el futuro».

Alberto Olmos en El Confidencial: David Gistau ha ido a una guerra. «‘La razón’ no era el mejor periódico para ser joven, y Gistau comprendió pronto que su rival no era la izquierda, sino la misma gente que le había contratado. Desde el principio, propuso una columna que parecía llevarle la contraria a todo su periódico, pues estaba llena de desacomplejadas alusiones a la cultura que ideologizaban las cabeceras contrarias, desde Woody Allen a Los Simpson, que de pronto estaban también de su parte. Esto generaba mucho despiste, que alguien pudiera ser divertido y de derechas».

Ignacio Rúiz Quintano en su blog: DG. «En una España de vividores sedentarios, David Gistau, con su algo de Bakunin (la misma barba de Jehová y una disposición a fumar cigarros sentado en un barril de pólvora para poner de los nervios a las visitas), fue, lo primero, un hombre de acción. Y en busca de acción se alistó en el periodismo».

Santiago González en su blog: David Gistau, siempre en la memoria. «Tenía una humanidad expansiva que imponía con su conversación y su risa. No llegar a cumplir los cincuenta es una tesitura vital impropia. Es una edad indecente para morirse».

Cayetana Álvarez de Toledo en su blog. Tanto, tanto. «Nuestros mundos se solapaban en todas las esquinas: casi más porteño que yo, algo más francés y definitivamente más español. Periodista, liberal y salmón, aunque habría vivido más. Mucho más. Nada de desovar para morir. Su romanticismo, no sólo literario, tenía un límite limpio. Y además había construido la familia perfecta».

Carlos Malpartida en Medium: El puto Gistau. «Cada uno tiene sus vocaciones y sus vicios. Algunos de ellos inconfesables por frustrados. En mi caso, no me escondo, siempre quise ser Francisco Umbral. Ahora tengo una gata y es lo más cerca que estaré nunca de escribir como él. Bueno, no siempre he querido ser Umbral en realidad, solo hasta que empecé a leer a David Gistau. Desde ese momento el objetivo era parecerse a David Gistau. O, siendo realmente sinceros y porque yo ya empezaba a tener una edad, ninguna lectura, nula formación y muy poquita valentía, lo que realmente anhelaba, ahora lo sé, es que David Gistau fuera el mejor Francisco Umbral posible. Que matara al padre por uno».

Manuel Marlasca en EL MUNDO: Hijos del diario Pueblo. «David me confesó que decidió hacerse periodista en aquel edificio de la calle Huertas, igual que yo. Él pronto se destapó como uno de los más grandes escritores de su generación, alejado de dogmas y verdades absolutas, más allá de su adhesión al boxeo, el Real Madrid y a la escritura exquisita. Yo tomé el camino del periodismo de sucesos y siempre que nos vimos, la última vez en el funeral de mi padre, recordamos aquellos ascensores del diario Pueblo y a aquellos gigantes a los que conocimos siendo niños. Él ha muerto convertido en uno de ellos. Y yo me quedo sin el abrazo que nos prometimos la última vez que nos comunicamos por Whatsapp, mientras releo su última columna, esa que publicó en EL MUNDO y que hablaba de nuestro Real Madrid, de Samantha Fox y de madrasas andrófobas».

Ignacio Camacho en ABC: Imprescindible. «No es sólo que fuera uno de los mejores de este oficio, si no el mejor: es que era un imprescindible. Uno de esos tipos con los que te alistarías en cualquier causa que tuviera que ver con la justicia, con el honor, con la dignidad, con la decencia. Con David Gistau podías apuntarte a cualquier cosa y a cualquier sitio: a una velada de boxeo, a una tertulia cultural, a narrar una revolución, a ver un partido del Madrid, a tomar un café, una copa o una colina fortificada por un nido de ametralladoras. Porque contagiaba nobleza, hombría de bien, generosidad y coraje».

idigoras y pachi

Miguel A. Herguedas en EL MUNDO: Y Gistau convocó a Luca Brasi. «Cuando empezó a escribir en este diario, sus denuncias contra las trapisondas de Ramón Calderón fueron acogidas con entusiasmo por directivos que luego recelarían de la libertad de su criterio. Combatía esas minucias mesándose las barbas y sonreía cuando le recordábamos lo que escribió sobre el fichaje de Mourinho. Todos sabíamos que había sido como llamar a Luca Brasi, pero sólo él fue capaz de ponerlo sobre el papel».

Hughes en ABC: Gracias, David. «Estos meses sin él ya han sido suficientes para notar un vacío. Gistau no era nada en extremo, pero era firme; era intuitivo, pero no fue nunca un frívolo o un desahogado. Se estuviera o no de acuerdo con él, no participaba de la desfachatez ambiental. David no iba a fallar cuando llegase lo importante, y por eso hay una sensación de que algo cambia, algo ha cambiado si él no puede contarlo, y un cierto vértigo que da miedo confesar. Somos menos, estamos menos acompañados».

Xabi Alonso en EL MUNDO: El abrazo de Tony Soprano. «Su conversación era brillante, pero sin caer en la pedantería. Recomendaba libros y apuntaba los consejos literarios de los demás. Porque le gustaba, sobre todo, escuchar. Más aún al contrario. Hubo temas en los que no coincidíamos, y ahí es donde la cosa se ponía más interesante».

Y Álvaro Arbeloa en EL MUNDO también: Su Madrí. «Era mordaz, irónico, pero siempre educado, cercano en el trato y muy independiente en su criterio. Su madridismo de pasión y respeto, sin estridencias, destacó en una época muy intensa. No tenía complejos en reconocer sus colores ni en aplaudir al rival. Era libre, era auténtico. También divertido, curioso con el amigo y alegre. Historia, guerra, política, su Buenos Aires, su Madrí. No olvido las fiestas de Halloween que compartimos, protagonista sin pedir foco, con imán aunque no quisiera».

La despedida, en Twitter, de Loquillo.

gallego y rey gistau

La huella de Gistau. El adiós entre lágrimas de Luis Herrero en su programa de EsRadio. Y en el programa, días después, un Homenaje a un gran periodista, con la presencia en ele studio de Jabois, Enríquez, Garcia

Y en la misma emisora, Dieter Brandau a su amigo: «David era un tipo leal y si alguien se metía con un miembro de alguna de sus múltiples pandillas salía siempre a dar la cara. Por ejemplo, decía que si algunos progres nos atizaban a Cayetana, a él o a mí era porque les daba rabia el no poder meternos en el mismo saco de la derecha casposa porque a nosotros nos gustaban los Simpsons, Los Rolling y Tarantino y no la película Raza».

Ricardo F. Colmenero rescata en su blog unExtracto del capítulo ‘El sueño del columnista’, del libro ‘Literatura infiel’:  «De ahí que no tuviera ningún sentido que ahora me hubiera encontrado en Madrid frente a un tipo dormido junto a su teclado al que presuntamente pagaban por pensar, y que imaginé que había venido precisamente a que viéramos como pensaba. Es decir, para que viéramos que no había agravio comparativo con los que no cobrábamos por pensar. Es decir, quería que viéramos que le llevaba un montón de tiempo y esfuerzo elaborar sus cuatro párrafos de mierda. No se podía caer más bajo. En aquello vi además una gran inseguridad por su parte, ya que a los columnistas del año 2000 les daba exactamente igual si todo el mundo imaginaba que redactaban sus textos en gayumbos en jornadas laborales de cuatro minutos, o si sus intrincados razonamientos eran en realidad los del portero de su finca. Volví a preguntar su nombre, ésta vez para que no se me olvidara, y que cada vez que me encontrara con su careto en una página pudiera pasar de largo sin remordimientos. Su nombre era David Gistau, y por culpa de aquella decisión perdí años de sentir envidia, lo que suponía que había perdido años de mi propia vida».

Juan Diego Madueño en El Español: Llanto por Gistau. «Su logro principal fue desmontar el lugar sagrado del periodismo, por el que varios de sus colegas matarían, a base de textos perfectos que decoraron las habitaciones de los recién llegados a la capital en busca de oportunidad y voz propia. A Gistau se le veía la aleta dorsal a mil millas cuando acechaba las metáforas. Para mí, siempre estará sentado en la barra de aquel bar en Georgetown junto al veterano de guerra al que sólo le quedaba la copa que tenía delante.En la vida, parecía decir, no hay más literatura que la de formar una familia, ni más malditismo que ser un hombre sólido que mantiene su visión del mundo a pesar de todo. Gistau era una idea sobre cómo afrontar la vida».

Cristina Pardo en El Periódico: Ser y estar. «Gistau me parecía una persona acogedora. Era un jugón. Se apuntaba a todo. Su risa se escuchaba y no hay sonido más agradable que el de la carcajada. Era un columnista brillante y muy completo. Tenía una mentalidad abierta, se le salía la inteligencia por todas partes y poseía un humor y una ironía que yo hubiera querido para mí. Era un periodista decente, independiente, íntegro. Y valiente. Recuerdo la época en la que los periodistas sufríamos el desmesurado poder de la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Gistau fue uno de los primeros que se atrevió a denunciarlo en sus columnas. Aquel día le admiré todavía más, si cabe. Porque David escribía para que se le entendiera. No era redicho. Era culto, pero apto para todos los públicos. Cuántas veces le leí y deseé ser capaz de expresarme como lo hacía él».

Pedro Vallín en La Vanguardia: David Gistau, estirpe de Heminway. «Lo descubrió Luis María Anson y lo apadrinó Francisco Umbral, a su manera mentor de una ge­neración de nuevos columnistas que lo secundarían en su deleite por el lenguaje. Sin embargo, el Gistau umbraliano pronto dio paso a uno menos manierista y mucho más sofisticado, provocador no siempre adrede, molesto a discreción y de prosa aguerrida, sin flancos débiles. Pese al coro halagador y confortable, ­supo deshacerse del abrazo del ­periodismo conservador capi­talino para trascender el cepo auto­rreferencial de la mutua celebración y fundó él mismo una corriente de columnistas que en Madrid quisieron ser Gistau mientras él iba siendo ya otra ­cosa».

José Ramón Iturriaga en ABC: Su escala de valores. «David, nunca entraba en el juego, miraba cómo sus colegas se dejaban llevar por las emociones y seguía su camino como si aquello no fuera con él. Y acertaba. Esos problemas, como muchos otros, lo eran para el común de los mortales pero a él no le preocupaban, estaba por encima de ellos, eso sí, sin atisbo de soberbia o cinismo, al revés. Qué más da lo que pueda pasar con el sistema financiero mundial o con los depósitos de los bancos, su escala de valores era otra. Y quizá esa fuera la mejor medida de su manera de entender la vida y la lección pendiente para todos los que le conocimos. Estamos de paso, y él se aplicó en lo que se desprendía de sus columnas: no tomarse la vida ni demasiado en broma ni desde luego demasiado en serio«.

Fernando Iwasaki en ABC: Manual para ser David Gistau. «Como su personaje Daniel, los hijos de David Gistau tampoco crecerán viendo a su padre, pero a ellos quiero decirles que no hay ninguna pieza esparcida por el suelo, sino maravillosos rastros de valor, nobleza y conocimiento que los aguardan impacientes en la memoria que atesoramos radios, periódicos, televisiones y amigos, para que siempre puedan añadir una línea más al manual de instrucciones del gran hombre que serán a imagen y semejanza de su padre».

Agustín Rivera en El Confidencial: David Gistau, el más brillante articulista de su generación. «Era un reportero. Siempre se sintió un reportero. Consiguió ganarse la vida, el oficio e incluso la fama como columnista; pero lo que en realidad le gustaba era salir a la calle y empaparse de una historia. Amaba el periodismo y el boxeo. Era el mejor».

Alfonso Ussia en La Razón: David Gistau.

Jesús Nieto Jurado en El Español: Gistau, luto con guantes. «Gistau llegó a la cúspide del articulismo con una humanidad cachazuda, artículos macho y ninguna concesión al pensamiento débil o así. Su periodismo de Cortes es una mirada, un ambiente, un olor y todo lo que da de sí un gallinero como el que tenemos. Y ahí queda en las hemerotecas para recordarnos que, de aquellos polvos, estos lodos».

Guillermo Garabito en The Subjective: Cuando se mueren los héroes. «Se han muerto los periódicos en papel. Se ha muerto otra vez Ruano y Chaves Nogales y Umbral. Se ha muerto la vocación de la mitad de los chavales que antes de ayer querían escribir en España pudiendo estudiar una ingeniería o cualquier cosa que dé de comer. Se ha muerto David Gistau y la prosa se nos ha cortado, se nos ha quedado la vocación en los huesos en una tarde angustiada de primavera (…) El papel tiene menos sentido cuando se mueren los héroes».

Juan Soto Ivars en El Confindencial: El tipo que tenía miedo a Gistau. » Lo que se pierde hoy es más que un poeta que escribía prosa en los periódicos: se esfuma una opinión desacomplejada. No le tenía miedo a las turbas, ni a los anunciantes, ni a los jefes, ni a los lectores. No había venido para agradar a la despectiva ortodoxia del pensamiento dominante. El menosprecio de quien no entiende los dobles sentidos no le hacía mella. Lo que quería escribir, lo escribía. Tampoco se pervertía en su propia opinión. El orgullo no le corrompía. Unas veces escribía a puñetazos, como Jack Johnson, y otras con caricias. Lo último que se le puede copiar a un maestro es el sentido del ritmo. He leído sus columnas sin que se me pegue el acento. Y por eso pienso ahora que no quise ser su amigo porque podía ser algo mejor: su lector. O porque soy una polilla prudente con la llama de la vela».

Miguel Ángel Uriondo en la web de Globalia: Gistau y el turismo. «Hoy creo que la falta de Gistau me hizo caer en la melancolía porque es, de todos los grandes columnistas españoles que admiro y a quienes considero mis contemporáneos, el único con quien me sentía realmente identificado. Siempre me ganó con su normalidad de señor gigante y barbudo. Y, especialmente, con su obsesión de los últimos años por ser tan buen periodista como padre, con su deseo transparente de permanecer vivo por sus criaturas. Un afán tan lógico y humano, y expresado tan a menudo, que hace que su muerte suene a castigo desproporcionado. No era un Ícaro que quisiera volar, sino un señor que quería boxear y estar ahí para sus hijos.

Yayo Delgado en La Opinión de Murcia: Gistau. «Su muerte ha sido como alcanzar un escalón generacional desde el que comienza un declive. No tiene por qué ser una palabra negativa, como no lo es nostalgia. En la vida hay etapas y todas tienen algo maravilloso que es mejor tener claro».

Javier Yanes en 20 minutos: Va por Gistau. «Allá por el año 2003, si no me patina la memoria, entré a trabajar en una editorial de revistas de viajes llamada Temascinco, o T+5. Fue el trabajo más divertido que he tenido, en una empresa inevitablemente destinada al naufragio, y aún no estoy seguro de la relación entre ambas cosas. Tratábamos de hacer revistas bonitas en fotos y textos, que al lector le dieran hambre de viajar. Y David Gistau era uno de nuestros colaboradores estrella. Lo de estrella le iba que ni pintado. No porque su actitud fuera la de tal, sino porque era un tipo que hacía saltar chispas a la cuartilla (es un decir; ya escribíamos en Word). Era como si le atizara una paliza a la hoja en blanco. Y cuando se pasaba por la redacción, siempre desprendía un torrente de carisma, de esa clase que los tímidos siempre hemos envidiado y del que hemos tratado de aprender, sin éxito, porque para eso hay que nacer».

Aurora Nacarino-Brabo en The Objective: Yo no me voy a morir. «Es un disparate que Gistau, que fue libre como Santillana en pleno vuelo hacia el remate, haya perecido como un Don Álvaro cualquiera. No como un Don Álvaro, claro, que Gistau murió con los guantes puestos, pero sí resulta una excentricidad macabra este final prematuro de quien creíamos tan libre como para no estar obligado por las leyes de la física y la historia. ¡Ni por las del periodismo! Alguien tan libre como para jurar a sus hijos que él no se iba a morir».

Jesús García Calero en ABC: La confusión del mundo. «Estuvo en estas páginas, las hizo mejores y más divertidas, porque su estilo era la pura mirada hacia las cosas. La que brota mordaz y deslumbrante, natural como una respiración -esa que hoy nos falta- después de mil lecturas, viajes, bromas, conciertos, cierres, crónicas, carcajadas… Un escalpelo limpio y esa fuerza de la ironía incruenta manejada con audacia ayudan en sus textos a poner un rato en claro la confusión del mundo. Qué difícil es eso».

José Antonio Trujillo en el Diario Sur: David Hemingway Gistau. «En los inicios de los años dos mil descubrí a David Gistau en la última página de ‘La Razón’ de un artrósico Ansón. Sus columnas tangenciales nos presentaban a un autor en el que la actualidad tenía la tentación de convertirse en literatura. Como los buenos toreros, sabía que tenía la moneda para cambiarla, y no cejó en su empeño de escribir en el centro del ruedo sin más defensa que la seguridad de conocer su oficio».

Gistau heredia

Antonio Heredia

Sit tibi terra levis