Éste no es un post sobre Guillermo Zapata o Pablo Soto. No es un artículo sobre derecha e izquierda, sobre hipocresía, sobre double standards o los límites del humor.

Pero está motivado por todo ello. El ‘Caso Zapata’ ha monopolizado mi timeline durante el fin de semana de manera brutal. Ha sido lo único de lo que se ha hablado. Con rabia, con ira, con sorpresa, sobre todo con indignación.

Por razones obvias, en mi TL hay mucho periodista, y allí el debate, además de en su vertiente política-moral, tenía una ‘profesional’. ¿Es lícito escarbar en los tuits de alguien para encontrar algo que usar en su contra, de forma descontextualizada, meses o años después? ¿Es periodismo basura?

¿Es lo que queremos, un sitio en el que tengas que tener cuidado de cada una de tus palabras en cada momento? El debate es interesante, pero creo que básicamente olvida una cosa fundamental: siempre ha sido así.

Las redes sociales, y en particular ahora mismo Twitter, han dado voz a gente que nunca antes la había tenido. Desde perfiles-cuentas anónimas a twitstars. Dan una audiencia enorme a meros redactores en medios y a profesionales de los más variados sectores no ligados a las comunicaciones.

Antes el monopolio del mensaje público lo tenían unas cuantas personas: políticos, periodistas, deportistas de élite, actores, unos cuantos artistas. Ahora ya no.

La clave de lo que está ocurriendo en los últimos meses es el impacto, el alcance, la repercusión. No hay un algoritmo. Cada día hay miles, decenas de miles de personas, diciendo barbaridades, auténticas salvajadas en las redes sociales. La mayoría sólo lo ven unas pocas personas, sus seguidores. En general son retroalimentaciones. Pero de vez en cuando, no se sabe muy bien cómo, uno de esos mensajes rompe el círculo, llega a manos de alguien con más seguidores, y se difunde. La reacción, los ataques, son furibundos. A veces dura un rato, a veces dura semanas, meses o años.

El Caso Zapata ha sido especialmente mediático también por razones obvias. Es un concejal y, desde hacía pocas horas, parte del Gobierno del Ayuntamiento de Madrid. Viene de una formación (en sentido amplío) que ha convertido en cruzada la lucha por estar inmaculado, y que de golpe se encontraba con algo así como su propia medicina.

Había referencias al Holocausto, a atentados terroristas, a Israel. Chistes y no chistes. Y un compañero, Soto, algo muy similar.  A eso se suma una mala gestión, con el cierre de su perfil al público general, la eliminación de algunos mensajes y al final la supresión completa de la cuenta.

“Rescatar tuits del pasado personal de los políticos es una práctica habitual en el activismo online. ¿Por qué vale con el PP pero no con usted?”, le pregunta Juanlu Sánchez a Zapata.

“Es que sí que vale. Yo entiendo que la gente investigue mis tuits del pasado. Debemos estar sometidos a ese tipo de escrutinio. Por eso también tenemos que tener la oportunidad de explicarnos y que se nos quiera entender”.

El mundo de la esfera pública es muy jodido. Lo que las redes sociales han cambiado es que el acceso, para bien o para mal, a millones de personas, esté a un golpe de click. Y la mayoría, nos guste o no, no están preparados para ello y para las consecuencias.

obamacameronHay voces que se quejan de la falta de contexto, de los peligros de los límites del humor. Es comprensible. ¿Nunca se han preguntado por qué nuestros políticos son en buena medida como robots? ¿Por qué no participan en las redes sociales como hacemos nosotros? ¿Por qué no hacen chistes o por qué no se toman un perrito caliente en mangas de camisa a pie de pista en un partido de baloncesto con sus amigos?

No es casualidad, no es capricho. No es nature, es nurture. Los políticos españoles, hasta un punto extremo, son el reflejo de los condicionantes que tienen. Porque lo que ahora pasa con Twitter para cualquiera, con ellos pasa siempre, ha pasado siempre.

El escrutinio es total, absoluto. Así lo saben y lo entienden. Desde críos, desde las Juventudes de sus partidos. Según van ascendiendo se lo dicen y repiten. Nada de estridencias, nada de improvisaciones. Y así se robotizan y dicen siempre lo que creen que queremos oír.

En la cara activa, en la de hablar, y en la pasiva, en la de recibir. De alguna manera, son como el futbolista que entiende y acepta, aunque duela, que en su sueldo está en que 80.000 personas le llamen hijo de puta, se burlen de él, de sus fallos, de su familia, de sus amigos.

A mí que todo eso ocurra en un estadio me parece despreciable, hasta el más mínimo insulto al árbitro, y puede ser cambiado. Pero es algo que todo el mundo sabe que pasa, y si quiere ser profesional, árbitro o jugador, tiene que estar preparado o se derrumba.

Como decía anoche un compañero, en referencia al caso de Zapata, “si juegas en Primera sabes que te van a meter el codo en las costillas”. Y si pueden, cuando no mire el árbitro. Antes eras tú el que gritaba desde fuera, ahora es el que está en un episodio de Black Mirror desde dentro.Porque resulta que no, el juguete no era un juguete.

Decenas, cientos de miles de personas, están descubriendo ahora lo que los políticos y los futbolistas sufren a diario. La exposición, la relevancia de tus discursos o mensajes. Que cada palabra, cada lapsus, cada error, cada cagada, pueda y vaya a ser usado en tu contra ante el tribunal de la opinión pública.

Es muy divertido cuando le pasa a Sergio Ramos pero es una cabronada cuando te pasa a ti.

Los periodistas lo sabemos bastante bien. Tienes influencia, pero te la juegas cada día. Busquen las referencias a un tertuliano o a un periodista deportivo cualquiera. Busquen su nombre en foros o en Twitter. Lean las réplicas a cada mensaje en las redes desde la cuenta del Presidente del Gobierno o de cualquier líder de un partido. La de Ana Pastor cada domingo durante su programa.

Cuando trabajas en un medio aprendes a lidiar con algo así poco a poco. Con la relevancia, no con los insultos. No hay un manual. Los nervios, la bola en el estómago, están ahí. Las primeras veces la emoción de publicar, de que tu madre guarde la página, es fantástica, excitante. Suelen ser cosas pequeñas, de poca relevancia, y por tanto de pocas consecuencias si están mal.

Pero eso va subiendo. Y cuando llevas unos cuantos años, ganas responsabilidad y ganas en audiencia. Y te vas acostumbrado al impacto, a la falta de reflexión,  a lecturas rápidas o sesgada. Pregunten a cualquier periodista cuántos insultos recibe si es mínimamente activo. Si cubre política, o deportes. La crueldad es máxima, en algunos casos insoportable.

Cuando le pasa a otro, nos cuesta darnos cuenta. Creemos que si dice X porque es idiota, que es malo, que es un fascista, un comunista, un inepto. Cuando nos pasa a nosotros, exigimos el contexto, el tiempo, la pausa, la explicación, las referencias.

Escribir o hablar para cientos de miles de personas es muy jodido, porque como dije una vez, la mitad de tu audiencia va a pensar que eres un hijo de puta hagas lo que hagas. Porque escribes en el periódico X, porque trabajas para la emisora X. Porque una vez fuiste a la tertulia del canal X. Porque una vez dijiste X.

Has trabajado horas, días, semanas, toda tu vida, pero pones la palabra equivocada, una referencia errónea, un comentario frívolo sin darte cuenta. Y te lo van a echar en cara siempre.

En las redes sociales, para muchos, es simplemente una diversión, como silbar o insultar al que va de negro durante 90 minutos una vez por semana. No hay precisamente reflexividad, en el significado sociológico de “verse viendo”, de perspectiva, de comprensión.

Montse Doval ha resumido bien una parte fundamental de este debate. La de la “comunicación masspersonal” o lo que llama “exiencia narcisista”.

Sabemos bien que en EEUU, cuando aspiras a cargos públicos, el escrutinio es brutal. Escarban, los tuyos y los rivales, en cualquier cosa que hayas escrito desde los 15 años. Todo. Y una frase, con poco contexto, en el periódico del colegio o de la Universidad, te puede costar el cargo. Casi nada se pierde, y lo que borras, se guarda.

Personalmente no tengo muy claro cómo evolucionará todo, al menos en España. Una parte me lleva a pensar que será algo parecido a las fotos de borracheras de Facebook. Que en los últimos años son el ejemplo de cómo una imagen te puede costar un trabajo, pero que en breve seguramente sean menos relevantes, porque todos tendremos una o no nos parecerán gran cosa.

Si las redes, en su próxima evolución, mantienen la dinámica, nuestra forma de usarlas y entenderlas cambiará también. Como cambia ya en parte ahora, cada día, cuando somos víctimas en lugar de cómplices inconscientes o le toca de cerca a alguien querido.

Por otro lado, una deriva hacia el sistema norteamericano tampoco es descartable. Y que todo lo que cualquiera hayamos dicho nos cueste un trabajo, un cargo o un amigo. Porque los juicios sumarísimos, me temo, valen para la casta y para los recién llegados.Para los conocidos y para todos los anónimos que ahora mismo están cerrando sus cuentas y borrando mensajes como si no hubiera un mañana.

Antes la acusación éramos los medios, y ahora ya no tenemos ese monopolio, por lo que no podemos controlar el qué, el cómo o el cuándo. Aunque seguimos siendo muy importantes para el cuánto. Mientras, mi única estrategia es intentar verme viendo. No es equidistancia, no es cobardía, no es relativismo. No es perfecta.

El contexto es importante. Y el sentido del humor. También entender cómo funcionan las cosas. Los nuevos concejales de Madrid le pueden preguntar en el próximo pleno a Carmona por las consecuencias de hacer una gracia.