berlin y trevorIlustración de Richard Wilkinson para Intelligent Life

Haciendo limpieza en enlaces pendientes he encontrado un artículo de 2012: Old polymaths never die. The unstoppable legacies of Isaiah Berlin and Hugh Trevor-Roper, de Adrian Wooldridge.

El autor es un conocido periodista de The Economist, donde ahora firma la columna Schumpeter,  y el ensayo lo publicó Intelligent Life. Es un texto fantástico, delicioso, de obligada y disfrutada lectura.

Una reflexión sobre dos hombres clave del Oxford del siglo XX. De edades similares. Colegas, pero no amigos. Un historiador puro y un historiador de las ideas que, incluso después de fallecidos, han sido éxitos editoriales. Dos personalidades fuertes, complejas. Con grandes éxitos y algunos fracasos.

Respetados, admirados, populares. Con una enorme influencia en el mundo de las ideas, pero también de la política o el periodismo. Dos recuerdos de una época intensa, de un mundo pequeño, elitista, aristocrático, formidable en muchos aspectos.

«The twin cults of Berlin and Trevor-Roper show no sign of fading. They continue to produce new books and fresh insights. They remind us of a world in which academics could be intellectuals and also wonderful writers, and of a time when, as Matthew Arnold put it in The Scholar Gypsy, ‘wits were fresh and clear,/and life ran gaily as the sparkling Thames’«.

Es curioso que alguien que disfrutaba «de la monotonía de la ruina» como Berlin dedicara a sus discípulos y a los alumnos en general tanto de su tiempo. Lo  evocaba hace un tiempo Nick Kristof y, con más ejemplos, lo explicó estupendamente Hitchens en sus memorias de la época univesitaria.

He encontrado continuas referencias a Berlin en mis favoritos, más de las que imaginaba A la sonata para piano 960 de Schubert que le emocionaba en los dedos de Brendel.

Por ejemplo a The Counter-Enlightenment, en sus archivos, brillante y necesario para que la visión whig de la historia y de la filosofía no nos haga pensar que todo ha sido un camino marcado, un sendero fijo y fijado que nos conduce inevitablemente hacia el progreso. Con Vico, Hamann, Herder o Jacobi desfilando entre sus párrafos

He releído el ensayo de Enrique Krauze en Letras LibresEl profeta Isaiah. Sobre su identidad judía, la decisión de optar por la asimilación y no la emigración (de nuevo) y el desarrollo de la idea de libertad negativa contra el autoritarismo de Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon o De Maistre.

O en Rea Silvia, una reflexión sobre La mentalidad soviética. La cultura rusa bajo el comunismo y de cómo «los intelectuales bajo el régimen soviético fueron un instrumento más al servicio del Estado, algo que Isaiah Berlin supo ver y analizar a la perfección». Un análisis sobre el espíritu erasmista del filósofo y la influencia de los intelectuales.

Ha encontrado un par de muy buenas reflexiones en The New York Review of Books. El primero, publicado en 1968, sobre Alexander Herzen: The Great Amateur.

El segundo, el más importante para este post y para nosotros como sociedad lo recuperaron en 2014 con el título A Message to the 21st Century. Exactamente 20 años antes, Berlin aceptó el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Toronto. En su nombre se leyó éste discurso que contiene algunas de sus ideas fuerza más importantes.

Es EL discurso. Lo que deberíamos leer, estudiar, memorizar y enseñar. Lo que deberíamos tatuar en nuestras almas revolucionarias. Lo que nos enseña Víctor Lapuente en su El retorno de los chamanes. De verdad, tienen que dedicarle unos minutos.

Es un discurso, una lección, sobre cómo los horrores del siglo XX no fueron responsabilidad de sentimientos (miedo, codicia, odio tribal, celos, amor por el poder), aunque estos jugaron un papel importante, sino de las ideas. O más bien: de una idea en concreto.

[Los horrores]»They were, in my view, not caused by the ordinary negative human sentiments, as Spinoza called them—fear, greed, tribal hatreds, jealousy, love of power—though of course these have played their wicked part. They have been caused, in our time, by ideas; or rather, by one particular idea. It is paradoxical that Karl Marx, who played down the importance of ideas in comparison with impersonal social and economic forces, should, by his writings, have caused the transformation of the twentieth century, both in the direction of what he wanted and, by reaction, against it. The German poet Heine, in one of his famous writings, told us not to underestimate the quiet philosopher sitting in his study; if Kant had not undone theology, he declared, Robespierre might not have cut off the head of the King of France».

¿De qué idea se trata? De algo simple, tanto que asusta. Tanto que es difícil resistirse:

«Let me explain. If you are truly convinced that there is some solution to all human problems, that one can conceive an ideal society which men can reach if only they do what is necessary to attain it, then you and your followers must believe that no price can be too high to pay in order to open the gates of such a paradise. Only the stupid and malevolent will resist once certain simple truths are put to them. Those who resist must be persuaded; if they cannot be persuaded, laws must be passed to restrain them; if that does not work, then coercion, if need be violence, will inevitably have to be used—if necessary, terror, slaughter. Lenin believed this after reading Das Kapital, and consistently taught that if a just, peaceful, happy, free, virtuous society could be created by the means he advocated, then the end justified any methods that needed to be used, literally any».

«Si estás totalmente convencido de que hay una solución para todos los problemas de la humanidad, de que se puede concebir una sociedad ideal y que los hombres pueden lograrla simplemente si hacen lo que sea necesario para ello, entonces tú y tus seguidores debéis pensar que no puede haber un precio demasiado alto que pagar para abrir las puertas de ese paraíso. Sólo los estúpidos y los malvados se resistirían si se les presenta una verdad tan simple. Los que se resisten deben ser persuadidos. Si no pueden ser persuadidos habrá que aprobar leyes para contenerlos. Si eso no funciona, coerción. Si hace falta, violencia. Si es necesaro, terror, matanzas». (Traducción veloz mía). El fin justifica los medios, cualquier medio.

¿Qué se puede hacer ante algo tan obvio y poderoso como la Revelación? ¿Se puede hacer algo? La respuesta de Berlin es puro Berlin: «The central values by which most men have lived, in a great many lands at a great many times—these values, almost if not entirely universal, are not always harmonious with each other. Some are, some are not».

Hay que entenderlo, asumirlo, aceptarlo y respetarlo: los valores son y serán siempre diferentes y difícilmente compatibles. Libertad e igualdad, libertad y seguridad, justicia y piedad, imaginación y espontaneidad vs planificación y orden. La búsqueda de la verdad y la felicidad no siempre casan bien.

«If these ultimate human values by which we live are to be pursued, then compromises, trade-offs, arrangements have to be made if the worst is not to happen. So much liberty for so much equality, so much individual self-expression for so much security, so much justice for so much compassion. My point is that some values clash: the ends pursued by human beings are all generated by our common nature, but their pursuit has to be to some degree controlled—liberty and the pursuit of happiness, I repeat, may not be fully compatible with each other, nor are liberty, equality, and fraternity«.

Es decir: «we must weigh and measure, bargain, compromise, and prevent the crushing of one form of life by its rivals». Hablar, escuchar, negociar, ceder, pactar, perder, ganar.

Aquí Berlin me llama directamente. Lo escucho perfectamente, hace ya muchos años. «I know only too well that this is not a flag under which idealistic and enthusiastic young men and women may wish to march—it seems too tame, too reasonable, too bourgeois, it does not engage the generous emotions».

Berlin suena flojo, aburrido, burgués, blando. La de veces que habré llamado blando a Berlin en mi vida. Por querer pactar en vez de luchar, por no hacer frente (pensaba, idiota) al enemigo, al a fatal arrogancia, a los enemigos de la sociedad abierta. No levanta la voz y  muchas veces deja que los más lanzados dominen el escenario, que vendan o impongan su mensaje. Que atraigan a los jóvenes con sus promesas de reivindicación, batalla y gloria.

Qué razón llevaba, llevó siempre. Lo sabía y sabía también que el camino no estaba en la guerra abierta, sino en la estrategia de guerrilla. En encontrar y señalar a los profetas del autoritarismo. Para eso había que leerlos, no ignorarlos. Remontarse a sus orígenes, a sus ideas, a sus fundamentos. Comprender de dónde viene su fuerza y dónde está su debilidad. Y escribirlo, contarlo y enseñarlo.

«Isaiah Berlin era un liberal, un hijo de la Ilustración. Pero también era un adulto. Sabía que el exceso de confianza de la Ilustración era un error, y que sus adversarios habían planteado objeciones, especialmente sobre el valor del conocimiento, que cualquier persona rigurosa debe tomar en serio. Pocos liberales son liberales cuando se enfrentan a sus críticos. Berlin lo era. Les dejaba hablar y escuchaba, aunque lo que los críticos expresaran tuviera la forma de gritos o lamentos, o aunque en última instancia sus puntos de vista, como los de Joseph de Maistre, le parecieran completamente odiosos. Se convertían en “casos” que ofrecían lecciones de las que la filosofía podía aprender», ha escrito con mucho acierto Mark Lilla, alguien que conoce bien los peligros de las ideas equivocadas de los intelectuales.

Berlin es fundamental para explicar, sin odios, sin rabia, sin ira, que el problema no estuvo sólo en la praxis. Jamás. El problema estaba, está, en las ideas, en lo que subyace. En ese espíritu redentor que nos ofrece el paraíso a un precio ridículo. Que nos promete el maná si se lo arrebatamos a los que nos lo quieren robar o los que siempre lo han escondido para su uso personal.

«El chamán es astrólogo, ideólogo o economista teórico, lo que corresponda a cada periodo histórico. El chamán conoce ese Mundo con mayúsculas. Da igual el álgebra que utilice, si se pone la túnica sacerdotal o la toga filosofal, o si sermonea desde el púlpito de una iglesia o desde el estrado de una universidad. Es un chamán porque transmite la certeza de que existe un orden cósmico. El negocio del charlatanismo es vender el sueño colectivo de ese orden. El charlatán nos alerta de que estamos lejos de ese orden, pero que alcanzarlo está en nuestras manos Para ello el chamán nos ofrece su plan, el Gran Plan», escribe Lapuente (página 86)

Berlin, en su discurso, en toda su obra, nos insiste en un precepto fundamental: «you must believe me, one cannot have everything one wants—not only in practice, but even in theory«.

Lena despacio, las veces que sea necesario. Si hubiera que memorizar una frase, menos de 20 palabras, deberían ser éstas: no podemos tener todo lo que queremos, ni en la práctica ni en la teoría. Sobre todo en la teoría. No es una cuestión de recursos, de gestión, de administración, de propiedad de los medios de producción, del boicot de los enemigos, de la falta de fe.

«Si queremos construir una sociedad más igualitaria, justa y sostenible necesitamos el sentimiento opuesto a la indignación: la templanza. Necesitamos aparcar el lenguaje grandilocuente de la ‘lucha’ y las ‘conquistas sociales’ y abrazar el lenguaje humilde del consenso y el pacto»… «La cultura de la templanza y del consenso nose asienta tampoco en unas instituciones políticas definidas, como una democracia madura o un particular sistema electoral, ni en un determinado umbral de renta per cápita. No se asienta en estructuras materiales o superestructuras inamovibles. Se asienta entre nosotros, pero no lo vemos. Ese factor incorpóreo, pero hercúleo, es la retórica política: cómo se configura el arte del discurso político, cómo respiramos y procesamos los problemas políticos. Un factor fundamental para entender por qué unos países prosperan en cierta armonía mientras otros se ahogan ante los problemas colectivos  (Lapuente, páginas 19 y 20).

En sus ensayos «que trataron de tantos autores de tantos siglos, Isaiah Berlin creó una especie de ciudad intelectual que podemos explorar y en la que podemos volvernos más sabios, un lugar en el que podemos empezar al fin a pensar por nosotros mismos. Contra la corriente es una invitación abierta a visitar esa ciudad y unirnos a las cada vez más despobladas filas de los que no se dejan engañar», concluye Lilla.

Y no puede llevar más razón. Es todo una cuestión de ideas.