Merece la pena leerlo entero, porque hay partes estupendas. En este post he destacado algunas de las respuestas más interesantes… para mí. Por diferentes motivos, pero muy subjetivos. Recomiendo leerlo todo.
Por ejemplo, le preguntan si el hecho de comprender la mente no afecta negativamente a su propia felicidad, si no hace que la vida le parezca arbitraria y sin sentido y la euforia sólo una reacción química. A lo que él responde:
«Quite the opposite — I find a naturalistic understanding of human nature to be indispensable to leading a wise and mature life, and it is often exhilarating. Wisdom consists in appreciating the preciousness and finiteness of our own existence, and therefore not squandering it; of being cognizant of what makes people everywhere tick, and therefore enhancing happiness and minimizing suffering; of being alert to limitations and flaws in our own judgments and decisions and passions, and thereby doing our best to circumvent them. The exhilaration comes from understanding that we are a part of natural world; that deep mysteries can be explained; and that the world — including our own mental lives — can be intelligible, rather than a source of superstition and ignorance. Yes, mortality sucks, but given that it exists, I’d rather know that than be kept in a childlike state of delusion».
– Le preguntan qué grandes pensadores, poco valorados en general, recomendaría seguir. Y responde:
John Mueller, on the history and politics of war. Linguist Ray Jackendoff, on language and cognition. Psychologist Philip Tetlock, on the psychology of taboo, and the limitations of expert prediction. The philosopher and novelist Rebecca Goldstein (disclosure: we are married). Anthropologist Alan Fiske, on the nature of human relationships and cross-cultural variation in them. Historical criminologist Manuel Eisner. Psychologist Leda Cosmides. Anthropologist John Tooby. The Northwestern U scholar of medicine, sexuality, and other topics Alice Dreger«. Y afirma que «we are living in a golden age of brilliant minds».
– Le preguntan si hay alguna razón por la que, siendo ateo, no se haya vinculado al movimiento ateista, más bien agresivo, de otros como Dawkins.
Pinker explica que «Atheism is simply the denial of one set of beliefs, and it has never been a priority to stipulate one among the many things I don’t believe in». Pero también destaca que «After having written Better Angels I now have a stronger intellectual and moral commitment to Enlightenment humanism, classical liberalism, and the ideal of human rights, because I saw how those ideas were instrumental in bringing about the best things that have happened in human history — the reduction of institutionalized violence, and the development of knowledge and technologies that have increasingly allowed human beings to flourish».
– Le preguntan si sigue pensando que la música no tiene ni ha tenido ningún propósito desde la perspectiva de la psicología evolutiva. Y responde:
«I have still not seen a bona fide adaptive explanation for music. Ironically, when it comes to music, everyone is a rabid, evidence-free, panglossian, just-so-story loving adaptationist, while when it comes to psychological phenomena for which we have enormous bodies of empirical evidence, they are in a state of denial. I think it’s the moralistic fallacy again: we value music, therefore want it to be an adaptation; we deplore violence, selfishness, tribalism, rape, and sex differences, therefore want them not to be adaptations«.
– Le preguntan por la posible relación entre videojuegos y violencia. Y responde:
«There is no good evidence that violent video games cause real-life violence. Christopher Ferguson has reviewed the literature extensively and shown that claims to the contrary are bogus (and the Supreme Court agreed). Just for starters: the era in which video games exploded in popularity is exactly the era in which violent crime among young people plummeted».
El efecto de la crisis en la economía es evidente. En los últimos años nos hemos familiarizado con los (inaceptables) niveles de déficit público, con el inquietante crecimiento de la deuda pública, con el apalancamiento del sector privado, con las tasas imposibles de paro o el altísimo coste de financiación en los mercados de administraciones y empresas.
Pero hay mucho más. La economía es mucho más compleja que todo ello y tiene más de un tiempo. El historiador francés Fernand Braudel se hizo célebre, además de por su enorme talento, por la distinción entre «temps court» (o «individuel»), «temps moyen» (o «social») y, sobre todo, «le temps long» («géographique») en la historia. Tiempos que fluyen de forma simultánea y en los que estructuras y acontecimientos coexisten, a menudo sin saberlo o percibirlo.
Además de la inmediatez, los ciclos cortos, las crisis, las cumbres, la prima de riesgo, hay tendencias a largo plazo de fondo. Dos periodistas, Amanda Mars (El País) y Beatriz Amigot (Expansión) han escrito estos días sobre ello.
La crisis española ha dejado desnudo al rey. Ha mostrado que lo peor de la burbuja inmobiliaria es que disimulaba la falta de alternativas, de un modelo económico más allá de ‘ladrillo’ y playa. Ahora estamos centrados en lo urgente. Cuando la situación, la presión, se relaje un poco, empezaremos a preocuparnos por lo importante.
Mars, en un artítulo titulado «Adiós a la industria«, explica que «El sector ha perdido el 30% de la producción desde 2007 y más de medio millón de empleos en cuatro años, pero su retroceso comenzó antes de la recesión».
Y da algunos datos:
– «La producción industrial en España se encuentra en sus niveles más bajos desde 2007, con una caída acumulada del 30%, según los números del Banco de España. El índice que mide su actividad bajó un 8,5% el año pasado, pese a la nueva marcha de las exportaciones. Lleva un lustro cayendo; solo en 2010 registró un ligero repunte»
– «Desde 2008 se han evaporado 659.000 empleos industriales, el 27% del total».
– «El peso de la industria manufacturera en el producto interior bruto (PIB), que era del 17,4% en 2001, se quedó en el 13% en 2011, tres puntos por debajo de Italia y nueve por debajo de Alemania, aunque por encima de Francia (10%)».
– «El peso del empleo industrial en el total de la ocupación ha encogido hasta el 12,8% en 2011 (era del 18% en 2010), frente al 16% de media europea».
Amigot, en cambio, nos habla en «España avanza hacia el modelo alemán» de que «por primera vez en los últimos 32 años las rentas de las empresas pesan más en el Producto Interior Bruto español que las salariales».
¿Eso es bueno o es malo? Como poco es sintomático. Ella cree que «detrás de estas cifras se esconde un cambio estructural en el modelo productivo», pero también una buena noticia: «las empresas tienen capacidad para invertir y sólo están esperando a que desaparezca la incertidumbre».
La caída de la aportación de las rentas salariales al PIB en el gráfico es brutal.
Esta circunstancia «es el resultado de varios factores. Por un lado, es fruto de la contención del salario medio por trabajador, que se ha venido agudizando en los últimos meses. Concretamente, en el último trimestre de 2012 cayó un 3% respecto al mismo periodo del año anterior frente a los leves avances de los trimestres anteriores (0,2% en el 2ºT y 0,1% en el 3ºT)».
Pero también de la supresión de la paga extra de los funcionarios o de que, además de la caída de sueldos, hay menos trabajos. «(…) el fuerte proceso de ajuste de plantillas que ha seguido registrándose desde 2008. Sólo en 2012 se destruyeron 787.240 puestos de trabajo».
Los cambios son inevitables, necesarios, incluso buenos. La industria no es lo que fue ni lo será. Seguro, prafraseando a Kevin Murphy, que «en un siglo, el PIB pesará menos que hoy«. Pero si no controlas ni entiendes el cambio, éste te acaba descontrolando a ti.
– En ‘The Guardian’: «Vienna Philharmonic and the Jewish musicians who perished under Hitler«. Cinco músicos judíos de la Filarmónica murieron en campos de concentración o guetos. Dos más murieros siendo perseguidos. Un total de 13 fueron expulsados. En 1962, 60 de los 123 músicos de la orquesta eran nazis activos.
Julian Baggini, escritor y editor de The Philosopher’s Magazine, ha quemado su Encyclopædia Britannica. Literalmente. Un acto de sacrilegio, amor y «arte» al mismo tiempo.
Si ya no la usaba y estaba destrozada, en cajas llenas de humedad, ¿qué más da? Pero da, porque la Britannica es algo más que libros, algo más que una enciclopedia. Es el símbolo de una época, de un pasado , de una forma de entender la vida y la educación. Es el símbolo del conocimiento.
También algo obsoleto, lento, molesto. Ocupa espacio y no se actualiza. Con Internet, ya no hace falta. Las grandes han dejado de publicarse en papel. Y el desinterés es tan grande que las bibliotecas a las que quiso donarla no la querían. Tampoco los libreros de viejo. Ya no sirve para nada.
Desde 1768-1771, cuando nació con apenas tres vólúmenes, hasta 2011, cuando se publicó su última edición, con 32 volúmenes, todo el saber estuvo allí. Miles de autores, 30.000 páginas, 44 millones de palabras que condensaron antaño la sabiduría occidental.
También, un modelo cerrado, opaco, caro y elitista de educación.
«Britannica stood for a time when access to information was limited, and largely determined by money. The magnificence of the collection was deeply connected to the fact that they were exclusive, expensively produced objects«.
Su final es triste, pero al mismo tiempo, quizás, esperanzador. «What is more, the end of the print encyclopædia also signals the end of ossified knowledge in authoritative texts that were revised only every decade or so. Although they went through various editions, encyclopædias belong to a time when knowledge was owned by a handful of established authorities, who decided not only what was true but what deserved to be ennobled by its inclusion«.
Tiene razón Baggini. También cuando asegura, advirtiendo sobre el relativismo, que «A related but more ambiguous shift has been the decline of respect for experts. It’s hard to say which is worse: an excessive deference to a small cultural elite or a hubbub of cyber-chatter in which everyone feels not only entitled to an opinion but to a grateful audience for it«.
La Britannica era el objeto de deseo de las clases medias. Y por ello, su destrucción, dice el autor, es un insulto sobre todo para los padres. Los padres de gente como él mismo que»sacrificaron tanto para el beneficio de la educación de sus hijos». Porque «In the pre-digital world, the Encyclopædia Britannica was a very expensive investment, one that few working and lower-middle class families could afford to buy outright».
Eran familias que querían un futuro mejor para sus hijos. «Most families who signed up to the ‘book a month payment plan’ were really buying a promise of a better life for their children, one that the advertising for the encyclopædias relentlessly reiterated. For years, this was captured in the simple three-word slogan that gave its name to a free no-obligation brochure: ‘The Britannica Advantage’.
Pero víctimas también del marketing (uno muy bueno), de la presión social, de las ganas de prosperar por la vía más rápida. ¿Qué clase de padres negarían a sus hijos la oportunidad de tener una ventaja?
La Britannica era maravillosa. En la edición, los textos, el lenguaje. Se podía respirar la tradición y el respeto. Yo tuve en casa una Larousse. La pedí por Navidad con 14 años y recuerdo perfectamente el día que llegó. La elección de la estantería, el colocar uno a uno los volúmenes en orden. Abrir con cuidado cada uno encontrando sin buscar, perdiéndome en el índice y saltando de uno a otro en un caótico orden.
Durante años aprendí muchísimo de esa enciclopedia. Pasé muchísimas tardes leyendo al azar, e hice decenas de trabajos para el colegio. Como los haría después en la facultad con la Historia de España de Menénez Pidal que fui reuniendo, uno a uno, con los años.
La pregunta clave es. ¿Realmente hacía falta la Britannica? ¿Hacía falta una Larousse? ¿Me hacía falta? Baggini, divido por la lealtad y la pasión por un lado, y la razón por el otro, en el fondo cree que no.
«The sad truth is that most families who stretched their finances to the limit for the sake of a set of encyclopædias would have been better off spending half that money or less on books with beginnings, middles and ends that children might actually read. In many homes, by sheer weight and volume, encyclopædia sets often added up to more than all the other books in the house put together. While they were the most admired volumes on the shelf, they were also the least read».
Recuerdo un poco a una célebre escena de El indomable Will Hunting, en la que el protagonista, un genio salvaje y macarra encarnado por Matt Damon, humilla en un bar a un estudiante pijo de Harvard que cita pomposamente a historiadores canónicos que conoce superficiamente para avergonzar a uno de sus amigos.
Tras dejarlo por los suelos con nombres, títulos y datos, Hunting, macho alfa, le espeta: «Lo más triste de todo es que dentro de cincuenta años empezarás a pensar por ti mismo y te darás cuenta de que sólo hay dos verdades en la vida: una, que los pedantes sobran, y dos, que has tirado 150.000 pavos en una puta educación que te hubiera costado un dólar y medio por los retrasos en la biblioteca pública».
Will Hunting es el bueno, el que gana la pelea, el que lleva razón. Pero en el fondo, los padres de todos los niños piensan un poco como el pijo de Harvard cuando responde «Sí, pero yo tendré un título, y tú servirás patatas fritas a mis hijos cuando paremos a comer, antes de ir a esquiar».
Nadie quiere que sus hijos sean los que sirven las patatas fritas a los pijos. Por eso triunfó la Enciclopaedia Britannica.
Bueno, y porque era maravillosa. Hoy, tanto mi Larousse como la Historia de España están en casa de mis padres, y no creo que salgan de allí durante mucho tiempo. Llevo años sin abrirlas. Pero las echo de menos cada día.
– Jorge San Miguel: «La caída del Imperio Romano y las ‘elites extractivas‘». El libro de Acemoglu y Robinson como marco para un debate de fondo más inteersante. Y el debate en los comentarios, sorprendentemente interesante.
– Tim Crothers: «Game of her life«. Phiona Mutesi es ugandesa, tiene 14 años y no sabe(ía) leer, pero es una enorme jugadora de ajedrez. Vía este post.
«Austerity is the result of countries’ democratic decisions to wait until the last minute before acting, under the pressure of the markets, mainly by raising taxes rather than implementing long-waited reforms. Denying this, by claiming that austerity has been imposed on countries – rather than self-inflicted – and looking for scapegoats, is the biggest threat to democracies going forward».
«The reforms undertaken in some peripheral countries are much deeper than those undertaken by Germany a decade ago. Those countries that persist with these reform efforts could well emerge leaner and more competitive».