
Luisge Martín ha escrito un libro sobre José Bretón, el hombre que asesinó a sus hijos para hacer daño a su ex pareja. Sus referentes y ambición son Truman Capote y Emmanuel Carrere. La madre de los niños, Ruth Ortiz, ha solicitado la paralización del libro, y la editorial, Anagrama, ha suspendido temporalmente su distribución mientras valora las posibles consecuencias, supongo que no sólo legales.
ACTUALIZACIÓN 27 de marzo: la editorial ha decidido suspenderlo indefinidamente tras la polémica provocada.
No he leído el libro. No tengo ningún interés especial en el true crime ni veo ninguna serie al respecto, pero claro que tengo curiosidad sobre la mente de un asesino. No tengo ‘dudas’ jurídicas, no creo que el libro pueda o deba ser prohibido, censurado, bloqueado por un juez. El debate es otro, y es más que interesante. Aquí una recopilación de lecturas con posiciones desde todos los puntos de vista, aunque son abrumadoramente a favor de la publicación del libro, tanto desde el punto de vista jurídico como moral, y muy pocos sobre el libro en sí, ya que no ha salido a la venta y sólo unos cuantos periodistas han tenido acceso.
No están ordenados o jerarquizados de ninguna manera. En rojo destaco cuando el autor o la autora dejan claro que lo han leído.
Cualquier otro que hayan leído o crean interesante, no dejen de decírmelo y lo incluyo.
En El Confidencial, una prepublicación antes de la polémica: Cara a cara en la cárcel con José Bretón, el asesino de sus hijos: «Me pudo la impaciencia».
En El País, una previa también sobre el proceso del libro: Luisgé Martín, el escritor que conoció al asesino
– Daniel Arjona, en El Mundo tras leerlo, dice que cuando uno acaba «siente entre las manos un objeto viscoso y sucio. Y no tanto por el retrato del criminal despreciable que mató y quemó a sus dos hijos pequeños como por la sospecha de que el escritor nunca tuvo claro lo que quiso hacer y aún así, lo hizo. Con desagradables consecuencias(…) Lo diremos una sola vez, aunque maldita la falta que hace. El odio debe difundirse y encontrar sus lectores. Serán muchos, además, después de lo ocurrido». Y sin embargo, dice, más allá de la calidad literaria, o la falta de ella, hay un elemento fundamental: «¿Cómo es posible que Luisgé Martín, cuando al principio de El odio, analiza cuatro causas posibles que expliquen por qué a Bretón «le entusiasma colaborar con él», omita la más evidente? Cita el deseo de confesión, la pura vanidad, la justificación de sus actos y, por último, la soledad. Pero no se ocupa, o no quiere ocuparse porque quizás entonces no podría dar rienda suelta a su fascinación, de lo que la madre no ha dudado en observar: el deseo de continuar causándole con la publicación de estas 177 páginas todo el dolor posible«.
– Marina Perezagua en Jotdown: Mirar el abismo: cuando el dolor pide silencio y la libertad exige palabras. La escritora dice que en el fondo sólo hay una cuestión, por jodida, que sea: «¿tiene una sociedad el derecho —o incluso el deber— de enfrentarse al mal en estado bruto, sin filtros ni anestesia?». Su tesis es que «vivimos tiempos en los que la censura ya no se impone a golpe de decreto, sino bajo la forma más insidiosa del paternalismo moral. Se la disfraza de compasión, de respeto a las víctimas, de sensibilidad institucional. Me pregunto si esa “sensibilidad” no es otra cosa que miedo: miedo a lo que ciertas obras podrían revelar sobre nuestra condición, sobre nuestros límites, sobre el vacío que se asoma cuando dejamos de mirar desde la comodidad de lo soportable y nos adentramos en el territorio de lo insoportable», y en consecuencia cree que el libro claro que debe publicarse. Y que «Desde la empatía más absoluta hacia Ruth Ortiz, cuya pérdida no admite comparación posible ni consuelo alguno», hay que recalcar que «el dolor no puede ser criterio jurídico. Ser víctima otorga muchas cosas: dignidad, respeto, reparación. Pero no confiere la prerrogativa de censurar la mirada del otro«.
Completamente de acuerdo, pero no entiendo la parte en la que se atreve a decir(le) que «ojalá existiera un libro capaz de aliviar el sufrimiento de Ruth Ortiz, pero ese libro no puede existir. De la misma manera, tampoco imagino que exista un libro que pueda incrementar su dolor. Pero aun asumiendo que las palabras ajenas pudieran reabrir el sufrimiento de esta madre (tarea que como digo considero imposible)». Terrible arrogancia intelectual
– Pilar Álvarez en El País leyendo las galeradas: ¿Por qué nadie avisó a Ruth Ortiz? Un libro como forma de maltrato. ‘El odio’, la obra sobre José Bretón, es un vehículo para perpetuar el daño sobre la madre de los niños asesinados, a la que nadie tuvo en cuenta en el proceso. «Inexplicablemente, ni el autor ni la editorial contactaron en ningún momento con Ruth Ortiz para contarle lo que estaba haciendo. “Cuando inicié el proyecto de este libro (…) tomé la decisión —quizá equivocada— de hablar únicamente con José Bretón. Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos, y para ello me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente el de Ruth Ortiz, a la que, en cualquier caso, no me habría atrevido a mortificar con indagaciones”, escribe el autor de El odio. No la quería mortificar con indagaciones, pero no pensó en todo lo que podría suponer para ella lo que iba a describir en su obra. No la alertó de que iba a sacar un libro donde relata pasajes de su vida, recrea la convivencia entre ambos, desmenuza detalles del asesinato de sus niños narrados por Bretón. No reparó en que puede haber cosas que no son como le dice el asesino y él cuenta en su libro. ‘Lo tengo ya en el pasado’, decía Ruth Ortiz sobre su verdugo. Desgraciadamente, este libro le ha devuelto a Bretón a su presente«.
– Bruno Pardo Porto en ABC, tras leerlo: El libro que ‘quitó’ la voz a José Bretón sin dársela a Ruth Ortiz, «La primera carta se la envió en julio de 2021. En total intercambiaron unas sesenta, según las cuentas de Martín. Las primeras, precisa en el libro, estaban escritas con una «limpieza maniática»: líneas rectas, caligrafía cuidada, márgenes exactos, ninguna tachadura. «Más tarde, a medida que íbamos estableciendo una relación de confianza personal, Bretón comenzó a escribir con menos entumecimiento». En verano de 2022 hablaron por teléfono por primera vez, en una conversación que duró ocho minutos, que es el tiempo que duran las llamadas autorizadas. Luego hubo más (…) Martín se pregunta por qué Bretón accede a participar en su obra. «Me entusiasma tu propósito», le dice el asesino. El escritor baraja cuatro opciones: el deseo de confesión; una vanidad enorme, propia de un narcisista; la posibilidad de conseguir algún beneficio, como colar su relato; y por último, la soledad. Martín marca distancias y no se decanta por ninguna de esas explicaciones. Pero al final del libro (página 131), reconoce: «De repente me encontré sintiendo hacia José Bretón un afecto que me avergonzaba e incluso me enfurecía».
– Tras leerlo, Juan Soto Ivars en El Confidencial: He leído el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón: muchos aciertos y un error insensible. «Porque es un libro terrible. Lo digo sin paños calientes y como un mérito literario. Terrible, porque lo pretende. Luisgé Martín tiene un gusto por la oscuridad que roza la impudicia baudeleriana. Lo demostró con La mujer de sombra, novela que aborda perversiones sexuales con los niños (…) Ha sido un acierto literario que Luisgé Martín utilice a José Bretón como única fuente directa, más allá de los sumarios judiciales y recortes de prensa que recogen la opinión de Ruth Ortiz y otros testigos. Sin embargo, justo por este afán literario de conocer y narrar el odio homicida sin intermediarios, viene el error más insensible y cuestionable por parte del autor y su editorial. No han querido hablar con Ruth como fuente para escribir el libro, pero me sorprende la torpeza y la negligencia de no contactar con ella, antes de la publicación, para explicarse y acompañarla.».
Violeta Assiego en Eldiario.es: La libertad creativa de un asesino confeso. «Quizá el autor no lo sepa –o no lo quiera saber porque piensa que tiene el historión de su vida entre manos– y parece que la editorial tampoco se da cuenta –quizá porque está pensando en las ventas–, pero Bretón los está utilizando e instrumentalizando para volver a agredir a su exmujer. El libro que Anagrama defiende como libertad creativa es, en realidad, la libertad recreativa que un asesino se está tomando para volver a violentar a Ruth Ortiz y a sus dos hijos. Porque a pesar de no estar vivos, vulnera sus derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen (…) No se trata de prohibir un libro. Se trata de que un libro no sea una extensión de la violencia machista que un hombre ha ejercido contra su mujer y sus hijos. Ese es, a mi juicio, el foco cuando para José Bretón (según confiesa) es tan importante su impunidad. La publicación íntegra de su versión y de su crueldad sin que haya ningún tipo de filtro que piense en cómo esto daña y afecta a Ruth Ortiz, es impunidad.
– Borja Martínez , tras leerlo, en El Independiente: El gran problema de ‘El odio’: ¿Dónde está Ruth Ortiz? “El resultado es un true crime deslavazado y oportunista, anegado por la escatológica adjetivación marca de la casa y disfrazado de reflexión profunda en torno al mal que no renuncia al efectismo. Como cuando asegura que en la víspera del crímen «Bretón seguía confiando en que su mujer le llamara y detuviera la cuenta atrás, pero Ruth, que ni quiera había leído la carta», la famosa carta, «no le llamó». O en la risible despedida en el locutorio de la cárcel. «Hice un gesto melodramático que había visto en las películas carcelarias muchas veces: puse la palma de la mano abierta en el cristal. Bretón no lo hizo .El odio ha obtenido una inmerecida relevancia, antes incluso de ser publicado, por una sucesión de errores. El más grave, el de un sistema editorial que ya no edita: que no pone a los autores consagrados ante los problemas de sus textos, que no somete su vanidad al escrutinio de un profesional de la claridad, la pulcritud y el rigor. Una edición bien entendida –y ardua– de El odio hubiera evitado esta lamentable colisión de derechos fundamentales que aflige innecesariamente a una víctima y que se resolverá con la publicación del libro, porque si yo lo he leído usted también debe poder hacerlo, porque los libros no se prohíben y porque el daño ya está hecho (y habrá que resarcirlo)”.
– Antonio Maestre en La Sexta antes de leer el libro: El dolor de una víctima no puede ser ley. «»Los argumentos que se esgrimen para justificar el secuestro y la censura de El odio de Luisgé Martín pasan por decir que como lo ha pedido la víctima ya no hay más posibilidad de debate y hay que cumplir su voluntad sin importar cuántas y qué derechos fundamentales se violan con su exigencia, a explicar que como hay expertas que consideran que el libro, que no han leído, supone una revictimización es preceptivo prohibir su publicación».
Y después de leerlo: No puedes conocer al asesino sin conocer a su víctima. «El odio, de Luisgé Martín, no tenía que haberse publicado, no todavía, no como lo ha hecho, pero porque es un libro incompleto, fallido, que ni siquiera logra lo que el autor se había planteado en sus primeras páginas. El autor, el editor y quienes leyeron el borrador, que fueron muchos, debieron prever que una obra con un contenido tan delicado solo puede salir estando perfectamente cerrado y limpio. Y este texto no lo está. Es un error editorial. De forma y de fondo» (….) El libro en ocasiones adquiere tintes frívolos que sobran en un libro de esta temática. Los pasajes donde explica que su familia le compra calcetines, o sobre todo, en mi parecer, el inicio del libro donde el autor explica que hace un listado de la gente que ha conocido en su vida y que hubiera merecido morir creando una escala de bondad-maldad medida en un baremo que va de Nelson Mandela a Adolf Hitler. Eso sí. No creo justo que se haya considerado que el libro es un vehículo de José Bretón hacia la revictimización de Ruth Ortiz. No he encontrado eso en el libro en ningún pasaje, a no ser que creamos que el simple hecho de hablar del crimen lo es. Si es así no lo es más que cualquier documental, noticia o artículo que lo haga en cualquier forma. No dudo que esa hubiera sido la intencionalidad de José Bretón cuando se muestra entusiasmado con la posibilidad, pero el autor no le da esa oportunidad en el libro.
– Arcadi Espada en El Mundo: La desgana del destino. «Mi interés sobre este tipo de hombres es escaso. Alguien capaz de hacer lo que hizo Bretón merece el interés de los neurocientíficos, de los genetistas, quizá de los psiquiatras. Es decir, de todos aquellos que puedan trazar la ruta probable de su desvarío. Una vez pasaran ellos quizá tuviera interés relatar sus hallazgos. Por el contrario, encararse con Bretón desde el pensamiento literario ya está descatalogado. Y mucho más si la conclusión es el insufrible tópico escolar de que todos podríamos ser Bretón, como Martín declara, incurriendo, además, en una incorrección impropia de su tribu: todos y todas, Martín (…) Un escritor tiene derecho a jugarse su honor, su dinero, su libertad y hasta su vida con la escritura, y no hay un sistema democrático digno de sí mismo que pueda privarle cautelarmente de ese derecho.»
– Sergio del Molino en El País, sobre su amigo pero sin leer aún el texto: Luisgé Martín y la industria del ‘true crime’. «Ruth Ortiz está en su derecho de ejercer las acciones que crea convenientes, y la justicia dispondrá lo que sea. Nadie puede cuestionar su dolor, ni dejar de comprender e incluso compartir su rabia. Pero no es Luisgé Martín quien ha causado el daño. De Bretón son las palabras, suya es la culpa. Al igual que el resto de los asesinos que hablan, balbucean, mienten, lloran y lastiman en los cientos de documentales que mucha gente verá esta noche mientras vapulea por las redes sociales a un escritor».
– Jesús García Calero en ABC: Por qué el libro de Luisgé Martín sobre el crimen de José Bretón debe publicarse. «La narración incluye el proceso de escritura, las dudas sobre su pertinencia y la descripción del desamparo carcelario del criminal. Lo que en las noticias fue fundamental, el rigor al informar y el resultado del proceso, es en este caso, en el libro, secundario. Importa más adónde lleva Luisgé Martín al lector, si vale la pena el viaje a un odio y un dolor que, por muchas palabras que le pongamos, no tendrá nombre. Debe publicarse el libro. Y quien quiera que lo lea y piense si le valió la pena sentir algo difícil, nauseabundo, cuando la lectura de ‘El odio’ llega a su fin».
– Muy dura Adriana T. en Contexto: Por qué alguien querría convertirse en portavoz de un asesino. “Me provoca mucho repelús la gente que, fingiendo un interés erudito –que a duras penas logra ocultar una curiosidad morbosa muy pueril, o quizá una especie de fascinada admiración–, vienen a preguntarse, poniendo carita solemne, qué demonios habrá en la mente de esos asesinos malvados. Como si el asunto fuera un misterio de todo punto incognoscible y ellos se dispusieran, revestidos de sacerdotes literarios, a revelarlo ante nosotros, los profanos. Como si hablar con criminales les provocara el mismo placer maravillado que echar una ojeada al cielo nocturno y preguntarse por las estrellas que titilan a lo lejos. Como si el gusto por lo escabroso denotara una intelectualidad elevada, un grado de sofisticación fuera del alcance del público menos refinado”.
– Maite Rico en El Mundo: La voz del asesino y la censura previa. La libertad de expresión también existe para los criminales, y el dolor no otorga autoridad para poner mordazas. «Recientemente Patricia Ramírez, madre del Pescaíto, el niño asesinado en Almería por la entonces pareja de su padre, logró que una productora desistiera de rodar un documental cuya estrella era aquella mujer sórdida. Pero Ramírez va más allá en su batalla y pretende que «ningún preso pueda conceder una entrevista». En un Estado de Derecho la libertad de expresión también existe para los criminales, y el dolor no otorga autoridad para poner mordazas».
– Víctor J. Vázquez en El diario de Sevilla: El escritor y un asesino abyecto. «El escritor, sin embargo, puede querer abandonar la ficción y hacer literatura sobre la base de un pacto distinto en el que ya no pide al lector que haga como si cree, sino que directamente lea como cierto su relato. En estos supuestos, la libertad de creación no disfruta de ese carácter ilimitado que otorga la excepción de ficción, sino que puede entrar en conflicto con otros bienes jurídicos, muy especialmente con el honor o la intimidad, pero también con la memoria de aquellos que, ya muertos, son protagonistas de ese relato. El literato no pierde aquí su libertad para crear, pero su obra ya no puede ser libérrima para emocionar o compungir con cualquier recurso, sino que ha de atender a límites que son propios de la lex artis periodística, como la relevancia pública o la veracidad».
Un punto relevante porque Bretón, precisamente, escoge o acepta a Martín porque es escritor y no periodista: «Ellos creen que su obligación es destruirme y no tienen necesidad de escuchar lo que les digo», afirma en la pieza de prepublicación mencionada al inicio del post.
– Casimiro García Abadillo en El Independiente: La voz del asesino. «Tanto desde el punto de vista legal, como, sobre todo, desde una perspectiva moral, el libro de Luisgé Martín, El Odio, no debería ser difundido por respecto a Ruth Ortiz».
– Germán Teruel en Letras Libres sólo sobre el debate jurídico, no el trasfondo moral o la calidad de la obra: El caso de “El odio”: libertad, censura y protección de las víctimas. Por todo ello, con la prudencia debida al no haber podido leer la obra, creo que estamos ante uno de esos manjares solo aptos para estómagos sanos, como señalara J. Milton, pero que una sociedad abierta y plural tiene que admitir como legítimo ejercicio de la libertad. Una sociedad que, al mismo tiempo, ha de encontrar también fórmulas para acompañar y dar su calor a las víctimas de tan trágicos delitos sin tener que caer en la censura».
– Isabel Valdés en El País: ‘El odio’: la colisión de la libertad de creación y los derechos de las víctimas. «Varias especialistas coinciden en que el libro de Luisgé Martín supone una violencia directa y extendida hacia Ruth Ortiz, y en que el problema no es el tema que trata sino cómo se abordó».
– Elisa Beni en Eldiario.es: Quiero elegir si leo o no El odio. «Quieren matar un libro antes de que nazca porque dicen que causará dolor a una persona, mas eso no es motivo suficiente. Libros han nacido que han causado dolor a masas completas. Los libros no son el mal, el mal está en algunos de sus lectores».
– Pedro Simón en El Mundo: Necesitaba decir que se arrepentía. «Lo peor que le podría pasar a Anagrama es que el libro (paralizado por la Justicia) se vendiera como rosquillas a 17,95 euros; que la cubierta ocupase el espacio de los más vendidos en las librerías; que fuese el gran hito lucrativo de la editorial en 2025; ese neón. Porque ni el libro es un viaje a la mente del asesino, ni Luisgé es Capote ni Carrère (quién lo es), ni los tiempos de El odio tienen nada que ver con los de A sangre fría.
– Diego S. Garrocho en El País: José Bretón, el mal infinito. «Los seres humanos no sabemos lidiar con el mal infinito. Cuando el error moral es mesurable, podemos comprenderlo y acotarlo. Todos hemos cometido errores, y en el corazón de cualquier persona anidan pasiones miserables. También en la suya, lector, o en la mía. Porque si no, no seríamos humanos. Pero lo monstruoso, por fortuna, no está al alcance de cualquiera y su mera concepción supone un desafío para las categorías con las que normalmente ordenamos la realidad. Hay cosas que se hacen infinitas no porque se antojen colosales, sino porque simplemente hacen añicos la vara de medir. La maldad perfecta, la expresión superlativa del odio o los confines patológicos del egoísmo humano generan un terror fascinante desde su mera contemplación».
– Alfonso J. Ussia en ABC: El odio de Luisge Martín. «Muchas veces nos quejamos de que los telediarios son un reguero de sucesos. Pero la cosa no está en la libertad de expresión de publicar cosas que se dicen «malas», sino en el hecho de sentirlas, es decir, de incomodar, de no gustar, y de escribir sabiendo que tu obra va a molestar o a doler, como es el caso de ‘El odio’. Pero es precisamente ahí dónde la libertad de expresión adquiere una importancia fundamental. Porque si un escritor no puede teclear sobre un crimen, sobre cómo es la cabeza de un asesino y, además, aportar las confesiones que no hizo en sede judicial, estamos perdiendo la libertad de escribir sobre lo que nos dé la gana. ¿Acaso no tiene interés saber cómo funciona la mente de un depravado como Hitler? No se debe prohibir ‘El odio’ de Luisgé Martín. No es un terapeuta, no es un psicólogo: es un escritor. La libertad es poder elegir, no prohibir
– Noemí López Trujillo, en Newtral, no sobre el caso en si, sino sobre El fenómeno ‘true crime’ a raíz del libro de José Bretón: la obsesión masculina por desentrañar la mente de los asesinos. «Más allá de las implicaciones éticas que puede conllevar la publicación de un true crime literario de estas características —que cuenta solo con el testimonio del asesino—, la frase de Martín reconoce que su punto de partida es una obsesión por desentrañar un misterio aparentemente insondable: la crueldad humana. Un enfoque que se inserta en la cultura masculina del mindhunter —cazador de mentes—«.
– Silvia Nanclares en Público: Los calcetines de Bretón. «El propio título de El odio o tildar a Bretón como monstruo invisibilizan la violencia estructural que se quiere analizar, que es la violencia machista. Llamadme simplista pero la única explicación de estos crímenes es la misoginia. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas, ni siquiera 177 páginas en papel ahuesado. ¿Por qué hablar de violencia extrema en general pudiendo hilar más fino?».
– Interesantísimo esto de Elisabeth Duval en Kaminker: La ética de reescribir vidas ajenas. No sobre el caso, que aborda un poco de pasada y como percha, sino sobre la creación literaria a partir de un par de ejemplos de la vida real. «Casi nada se habla del libro en sí o de su calidad, hecho normal, por otra parte, en un texto cuya publicación ha sido retenida; todas las consideraciones ético-morales, además, se centran en su publicación, cuando también cabría hacerse las preguntas oportunas sobre qué ética trasluce de la propia conversación que los lectores o no lectores están teniendo en redes sobre el libro y su paratexto. Luisgé Martín construye el texto sin una particular reescritura y reelaboración, retomando correspondencia y transcripciones; a nivel de crítica genérica, podríamos casi acercarlo más a la crónica o a una forma elaborada de no-ficción, pero difícilmente a cualquier cosa semejante a una novela. Me parece que los otros casos plantean preguntas algo más interesantes y para las cuales sí que no tengo respuestas, pero sobre todo un punto de partida en el que encuentro la raíz del problema: la ética no de la recepción o distribución, sino de la creación literaria, la forma en la que pergeñamos textos o artefactos, para qué y cómo lo hacemos, con qué intenciones y motivos. No creo que nos hagamos todo el rato las preguntas adecuadas cuando creamos; somos igual de caprichosos e irracionalmente humanos en la creación que en todo lo demás. Y, quizá, buena parte del debate, drama y discusión pública al que asistimos hoy se habría ahorrado si, en ese instante de la creación, la forma en la que el autor se preguntara por su responsabilidad ética hacia las personas que convierte en literatura o a las que van a afectar sus daños colaterales fuera distinta».
– Federico Jiménez Losantos en El Mundo: Humillar a una víctima no es libertad de expresión. «José Bretón es uno de los asesinos más abyectos de la historia de España, mató a sus dos hijos pequeños para hacer todo el daño posible a su esposa, Ruth, como acabó confesando sin remordimiento alguno; y se le condenó a prisión permanente revisable, la máxima pena, demasiado mínima, de un ordenamiento jurídico compasivo con los asesinos y cruel con sus víctimas. Pero, como es famoso, ha urdido un plan para seguir machacando a su víctima: que alguien le haga un libro en el que se recree en los detalles de su crimen y siga disfrutando de la humillación de Ruth. Así que llamó a un escriba de Sánchez, que va de Truman Capote y no pasa de Irene Lozano. Este, a espaldas de Ruth, encantado».
– Manuel Jabois en El País: Bretón entusiasmado. «Mi problema con el libro de Luisgé Martín sobre José Bretón es que, cuando el autor le escribe a la cárcel para sugerirle la idea, el asesino de Ruth, de seis años, y José, de dos, responde: “Me entusiasma tu propósito”. Ese era un momento extraordinario para abandonar el libro si lo que se quería era hablar con Bretón y nada más que con Bretón. La mejor manera de entrevistar a un asesino es convencerlo; la peor, que el asesino, con la orden de no comunicarse por ningún medio con su víctima, estuviese esperando la entrevista como agua de mayo. No se puede hablar con un asesino que está más contento con la charla que tú, y sobre todo no se puede inferir de su entusiasmo cuatro razones peregrinas y obviar la que está a la vista de todos, que es la de continuar torturando a su exmujer desde prisión después de matar a sus dos hijos, cumpliendo aquello que anunció el comisario de Córdoba a Marlasca y Rendueles en el libro Territorio Negro: “Cuando nadie se acuerde ya de él, contará con todo detalle lo que hizo con los niños. Y lo hará, como siempre, para hacer daño a Ruth”.
– Manuel Arias Maldonado en Letras Libres: Sistema cultural y abyección verídica.»Todo indica que seguimos sin comprender la distinción entre realidad y representación; con demasiada facilidad se da por supuesto que el espectador sufrirá al contacto con la obra una irremediable transformación moral. Es como si nos viéramos arrastrados una y otra vez al patio de Alonso Quijano, donde el cura y el barbero se dedican a quemar los libros de caballería que han vuelto loco al viejo hidalgo; como es sabido, los nazis harían mucho después una hoguera real de consecuencias mucho más serias. En todo caso, los datos no avalan la hipótesis de la hipnosis masiva: aunque el nivel medio de cada país viene dado por el nivel medio de los productos culturales que consumen sus habitantes, las últimas décadas no han visto un aumento de la violencia condigno al incremento de la oferta literaria y audiovisual que contiene violencia o crudeza o abyección. En una sociedad abierta, donde los públicos se fragmentan y solapan, la conformación de la subjetividad es un asunto mucho más complicado de lo que suele pensarse y no hay razones suficientes para acabar con el paradigma vigente: aquel que otorga primacía a la libertad de expresión, salvo que concurra vulneración de derechos fundamentales, dejando que sea el cuerpo social quien decida si una obra es valiosa o irrelevante».
– David Jiménez Torres en El Mundo: Bretón y la literatura: una polémica viscosa. «as comparaciones con Capote son problemáticas: A sangre fría no es un libro extraordinario solo por el episodio que aborda, sino porque está maravillosamente escrito. Los argumentos sobre la autonomía de la literatura frente a la ética no deberían depender de la calidad de cada obra, y, sin embargo, parece que es más fácil tolerar que un autor se tome ciertas licencias si el resultado es asombroso. Si El odio quedase muy lejos de las alturas literarias de A sangre fría, ¿se argumentaría con la misma contundencia que estaba bien ignorar las protestas de la víctima? Y, en caso de que sí alcanzara esas alturas, ¿sería menos real el dolor que se habría causado a Ruth Ortiz? El debate resulta viscoso, en parte, porque hay mucho en nuestra relación con la literatura que también lo es».
– Víctor Lenore en Voz Populi sobre el autor más que sobre la obra: ¿Vale todo en literatura? La controversia tras el libro sobre José Bretón. «Es legal poner la literatura por encima de los sentimientos de los demás, pero no lo es hacerlo y encima querer quedar como un señor (…) En cada entrevista de Martín suele haber media docena de frases redondas, entre indecentes y escalofriantes. Para no abrumarles mucho, les citó la que me parece definitiva: “Si yo pudiera elegir, elegiría no haber nacido, porque me parece que es un esfuerzo innecesario. Si uno no comparte esa premisa, normal que no entienda mi postura cuando digo que me da igual cargarme la literatura y el arte”. Por lo que sea, Anagrama ha preferido invocar a Capote y Carrère antes que compartir estas reflexiones de su autor, alguien deseoso de renunciar a su humanidad y a cultivar su oficio a cambio de ser feliz como un cerdo en una pocilga».
– Winston Manrique Sabogal en WMagazine: El mal: el deseo de los escritores por saber sus motivaciones y la fascinación que despierta en las personas. «La clave en toda obra de arte es el cómo, mucho más que el qué, pues los qué son los mismos siempre. El secreto es el cómo en su forma y en su fondo lo que lleva implícitas preguntas como por qué o para qué, cuál es la intención de la obra, ningún acto humano es gratuito. Todo es susceptible de ser tratado por un creador donde el cómo es lo que lo elevará a categoría de arte o de respeto o de responsabilidad. Y, llegado el caso, pueden ser asuntos delicados, polémicos, cuestionables ética o moralmente, según la época y la sociedad, vidriosos, resbaladizos, señalados, neblinosos o criticados. A todo eso se expone el creador, al menos en un mundo libre y democrático. Ello ante el riesgo de hacer apología, blanqueamiento del verdugo de manera consciente o no o de expresar más o menos comprensión sobre el asesino, de manera consciente o no, debido a que el autor ha investigado y conocido diferentes facetas humanas del monstruo que el público no ha vivido, y que pueden chocar con lo que cada persona/lector/espectador puede considerar tolerable».




























































The Europeans, de Orlando Figes. Figes, con sus extrañas sombras personales, es un historiador increíble y un narrador dotadísimo. Tiene un don y sabe exprimirlo como nadie. The Europeans es la historia de una idea, la de la cultura europea, en un siglo agitado y tumultuoso. Desglosa la identidad, la cultura, las carreteras del continente a través de la vida y obra del escritor Ivan Turgenev, la cantante Pauline Viardot y su marido, el abogado y empresario Paul Viardot. De España a Rusia pasando por todos y cada uno de los países. Es ameno, profundo, detallado, muy cercano, humano. Te mete en las cocinas, en los salones, en los dormitorios. En teatros y palacios, en hoteles y balnearios para mostrar un continente vivo, en constante movimiento, cambio y tensión. Es un ensayo con una documentación extraordinaria, pero que se lee, literalmente, con una novela.
Los amnésicos. Historia de una familia europea, de Géraldine Schwarz. Está francamente bien. Una prosa sobria, sin ninguna estridencia ni pretensión. Una mezcla de biografía y reportaje casi periodístico. Un ensayo sobre memoria, reconocimiento, culpa y la amnesia, colectiva e individual. Empezando por su propia casa. Es una autora franco-alemana hablando de la colaboración de sus abuelos con los nazis. Que no eran fanáticos, ni fueron criminales, sino personas aparentemente arrastradas por la corriente de la historia pero cómplices también de lo que ocurrió. En alemán tienen la palabra Mitläufer [simpatizante, compañero de viaje].No es la banalidad del mal de Arendt, pero sí el relato de quienes como dice ella por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales.
Nuestro hombre: Richard Holbrooke y el fin del siglo americano, de George Packer. Periodista y escritor, Packer es seguramente el mejor narrador de su generación. Ha publicado la biografía de Richard Holbrooke, diplomático clave para entender la historia de EEUU desde los años 60, pero ha escrito, en realidad,una biografía del país y su política exterior. Ha descrito, paso a paso, el auge y caída de una idea y un sueño convertido en pesadilla. El declive de esa aspiración democrático-liberal de llevar la democracia y los Derechos Humanos por el mundo, aunque eso supusiera cargarse cualquier democracia y destrozar cualquier resquicio de Derechos Humanos en continentes enteros. Holbrooke es esencial para entender Vietnam, para entender los Balcanes, el camino que lleva a Irak y Afganistán. Para entender cómo funcionan las rotaciones en el departamento de Estado. Para entender cómo la brillantez no sirve de nada a veces y, de hecho, puede ser perjudicial. Y no es casualidad que uno de los secundarios fundamentales en los capítulos iniciales sea David Halberstam. Para entender los beneficios y las consecuencias del ego, la ambición, la iniciativa, la decepción, la frustración. Cómo la labor de hormiga de unas pocas personas puede afectar a millones en la otra punta del mundo. Cómo hay muchas cosas mucho más chapuceras, improvisadas y aleatorias de lo que podríamos y querríamos imaginar .
En el jardín del ogro, de Leila Slimani. Uno de los primeros del curso y me gustó mucho, en especial la primera parte. La disección de ese agujero insoportable que devora y consume y que la protagonista, impotente, trata de arrancarse con violencia. Qué capacidad tien la autora de describir lo más difícil, lo que no se ve ni se toca. Una ninfomanía destructiva, sin idealizar, frivolizar, sin dar respiro. Aborda el destrozo y los mecanismos psicológicos, no la parte erótica. Y tiene una de esas frases demoledoras que recuerdas años después: «los hombres me sacaron de la infancia». Es la otra cara del mal de ‘Canción dulce’. Aunque aquella novela es mejor, más redonda y madura, se nota la misma semilla, el mismo estilo, una angustia parecida. Este libro es anterior y quizás algo menos pulido, por ponerle alguna queja.


